sábado, 30 de abril de 2011

EL GRITO

Edvard Munch


A Julio Cortázar


Algo presentí previo a tu llegada. Con cierto sigilo bajé la escalera y me quedé un rato en la sala leyendo un libro de Cortázar. Detrás de las pesadas cortinas del ventanal el amanecer tornaba urgente. En ese preciso instante, en el momento en que las tinieblas ceden ante el alba, un grito desesperado reverberó en el aire. Pensé, entonces, en la historia que había acabado de leer, en el vampiro Duggu Van, en Lady Vanda y en el hijo de ambos, o, en verdad, sólo de él. Nueve meses después, cuando tú diste a luz, el mismo grito atronó la noche calma. Otro hijo de vampiro había nacido.

Ricardo Tejerina / 2011


domingo, 24 de abril de 2011

UNA SANA COSTUMBRE: FERIA DEL LIBRO 2011

 
"Las 12 lunas de Federico" en el stand de la Oficina de Letras de Tres de Febrero.
37 Feria del Libro de la ciudad de Buenos Aires.


           Nuevamente, tuve el privilegio de estar en la Feria del Libro de la ciudad de Buenos Aires, en esta ocasión invitado por la Oficina de Letras de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Tres de Febrero, a la que hago llegar mi sincero agradecimiento. A la tradicional actividad consistente en la firma de ejemplares, se le sumó la promoción de "Las 12 lunas de Federico", el tributo a Federico García Lorca que presentaremos en breve junto al pintor José Curia, al cumplirse 75 años del crimen del gran poeta andaluz. No deja de sorprenderme la gran cantidad de visitantes que a diario recibe la feria, pero debo decir que la concurrencia del sábado último de seguro debe inscribirse entre las más importantes. Al ver semejante fervor por el contacto con los libros, uno no puede menos que ser optimista respecto del futuro. Enhorabuena. Y a propósito, ya que he nombrado a Federico, justamente era el granadino quien sostenía con enjundia que había que alimentar junto con el cuerpo, el espíritu de los hombres. Imagino que en noches como la del sábado 23 de abril, él también estaría satisfecho.

RT

sábado, 23 de abril de 2011

LOS APARATOS CENSORES

Ernest Descals

         En una ocasión di con un artefacto perverso. No sería apropiado llamarlo radio, puesto que se dice que fue por él mismo que decidió qué voces reproducir y qué voces silenciar, vulnerando la democracia del éter. Pronto, otros aparatos similares lo imitaron, seducidos por el poder de censurar. De ser algunos, pasaron a millones, hasta merodear la práctica totalidad. Así surgió la dictadura del mensaje. En los arrabales del mundo una modesta radio era la única resistencia. Denunciaba la invalidez del mito de los aparatos censores y que todo era obra de los hombres. Lo sabían porque los dictadores solían confesarlo al aire en su programación habitual.     

El por qué de esta reflexión:

         Los aparatos censores es una metáfora del rol del periodismo libre. Con este microrrelato he intentado evidenciar el comportamiento del emisor y el receptor, la influencia del contexto y los múltiples significados que recaen sobre una misma palabra (verbigracia: “radio” como aparato receptor y “radio” como planta emisora o estación productora de contenidos, etc.). Muchas veces en la vida cotidiana se elaboran insostenibles dialécticas que se sostienen con argumentos tan desopilantes como inopinables, que a fuerza de repeticiones, o presiones, o burdo poder, terminan por acreditar fama de verdaderas, tal el caso de “los aparatos censores”. En paralelo, me pareció adecuado reivindicar el valor del compromiso con la más absoluta libertad, toda vez que a pesar del sometimiento, en los medios libres hasta las más recalcitrantes expresiones tienen espacio. Y creí que cualquier oxidado dictador (al decir de Ismael Serrano), lo que haría sería utilizar su tiempo para jactarse de su miserable dictadura, aunque ello implicase –a la postre– su definitiva y merecida condena. Finalmente, debo decir que me produce algo de ruido una suerte de análisis comentado por el autor que es más extenso que el texto del que se ocupa… pero, apelando a la coherencia, no he querido autocensurarme.   

Ricardo Tejerina / 2011


sábado, 16 de abril de 2011

EL RELOJ


Salvador Dalí


          Cuando niño, en ocasión de mi primera comunión, recibí de parte unos tíos un reloj como regalo. Si bien el hecho de por sí ya era extraordinario (en aquella época no eran muchos los que con 10 u 11 años tuvieran un reloj automático, de malla metálica y cuadrante brillante), lo más curioso del caso no pude advertirlo sino hasta hace escasos minutos. Sucede que las agujas del reloj en cuestión giraban al revés. Es decir, que en lugar de hacerlo hacia la derecha lo hacían hacia la izquierda. Ergo, a medida que el tiempo pasaba, el reloj atrasaba más y más. Yo no lo había notado (solemos no notar las cosas mientras nos pasan y sí lo hacemos cuando reflexionamos sobre ellas) que mi vida en lugar de ir para adelante, lo hacía para atrás. No niego que al principio me sentí inquieto a causa de algún que otro déjà vu, pero, a decir verdad, no sospechaba en modo alguno que el tiempo me estuviera jugando una mala pasada. De hecho, todos los que me rodeaban vivían de igual modo; al revés. En esa dimensión paradojal: los ancianos se volvían adultos, luego jóvenes y por fin tornaban nuevamente en niños. En mi caso, en un santiamén me convertí en viejo luego de mi primera comunión, aunque ahora que escribo estas líneas apenas supero los 10 años, después de haber sido adulto y también joven. Ocurre que de súbito mi reloj se ha detenido. Ante tan cruda realidad sé que no son muchas las opciones con que cuento. O bien esto que he relatado es la fantasía de un niño que creía que su reloj giraba a la inversa y apenas se encontraba detenido, o bien es la confesión del hombre que ha vivido y se aferra así a su última esperanza, puesto que su tiempo se ha agotado. Querido lector, sería tan amable de mirar su reloj y decirme qué hora es, dado que el mío está clavado en las 3 y 33, y sin saber muy bien por qué, pero con cierta prisa, voy camino del final...

Ricardo Tejerina / 2011


sábado, 9 de abril de 2011

CAFAYATE


RT

El sol se asoma pletórico
sobre los serenos valles.
Tornan las aguas más mansas
en impetuosos caudales.

El carnaval reverbera
en los cerros coloreados.
En la Garganta del Diablo
alguien espera un milagro.

Intento con mis labios trémulos
confesar a la ocarina.
Su sonido es de arrullo,
y su corazón de arcilla.

Bajo los cielos salteños,
la vid estalla en viñedos,
y tu cercana presencia
me despereza del sueño.

Ahora bien he comprendido,
la bendición del Creador.
Que uno no es donde mora,
cuando se habla de amor.

Y si hasta aquí he venido,
y por ti mi pecho late,
sabrás que he nacido lejos,
pero moriré en Cafayate.


Ricardo Tejerina / 2011

sábado, 2 de abril de 2011

LA LÓGICA DEL OXÍMORON

Kasimir Malevich

En ocasiones la lengua no traduce fielmente a la idea. Me refiero a que las limitaciones del lenguaje  (o de nuestras competencias para el uso del lenguaje) tienden a impedirnos decir lo que queremos de un modo preciso y consecuente con lo que pensamos. Por lo general esto ocurre cuando esas ideas que tenemos son tan intrincadas como recurrentes y demandantes. Se trata de pensamientos que suelen trascendernos, que nos obligan a explorar allende nuestros límites más convencionales y cotidianos. Lo curioso es que la reflexión acerca de ellos nos resulta familiar, como si alguien nos guiase en ese tránsito –o incluso lo hubiera sugerido–, pero con ausencia de detalles e imposibilidad de repreguntas. En silencio de meditación repasamos sus características y merodeamos, por momentos, alguna conclusión con pretensión asertiva. No obstante, la reproducción de ese universo es inversamente proporcional a la profundidad de nuestro viaje reflexivo. Cuanto más profundo es éste, menos claridad tenemos para poder expresarlo. Imagino que la razón obedece a que es cualidad de dichas ideas permanecer en lo recóndito o preservar –al menos– parte de su aura, aun cuando fueran advertidas,  sorprendidas o develadas por anónimas y plurales experiencias de pensamiento. La lógica de las construcciones antagónicas suele acudir en nuestra ayuda. Por ello es que hablamos del “instante eterno”, de la “luminosa oscuridad” o de la “vida muerta”. Intuyo que las ideas de las que hablo están plagadas de contradicciones, eso las vuelve tan inexplicables pero al unísono tan necesarias. Asumo que los hombres respondemos a la lógica del oxímoron[1], eso explicaría la existencia de las ciencias de la fe, que son aquéllas que intentan hacernos comprender lo que no nos pueden explicar.  

Ricardo Tejerina / 2011


[1] (Del gr. ξμωρον).  Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador. Diccionario de la lengua española, Vigésima segunda edición, Real Academia Española.