Isaac Asimov, imprescindible
autor cuya biografía repasaremos en esta nota, acuñó un pensamiento final al
que bautizó con su propio nombre. En él, a través de un razonamiento empírico
desalienta todas las cuestiones que tienen que ver con la fe humana. Sin
embargo, en su propio “corolario”, he hallado el germen de su posible
refutación. Es ésta la crónica de un viaje que comienza en el “Corolario de Asimov”,
y que –para no ser menos– termina en mi paradoja.
“Si una herejía científica es ignorada o rechazada
por el público, existe alguna posibilidad de que sea correcta. Si una herejía
científica es apoyada por el público en general, casi seguro que está equivocada.”
Isaac
Asimov
Repasando la obra de
Asimov uno llega a la conclusión que es un escritor imprescindible y
extraordinario. Por caso, es el autor de Yo,
Robot y El hombre bicentenario
entre tantos otros relatos de ciencia ficción.
Leer a Asimov es siempre
una aventura, navegar por su universo imaginario produce inacabables
deslumbramientos, pero, adentrarse en los círculos más íntimos de su razón
puede resultar abrumador y lograr sumirnos en el más hondo desconsuelo.
En lo que él mismo llamó
su corolario, da por seguro que los hombres tienden a creer en todo aquello
que les proporcione felicidad o que les alivie la conciencia de la finitud, y
que de esa necesidad (la existencia de una trascendencia) surgieron las
religiones, los mitos y, naturalmente, todas las supersticiones.
Asimov explicaba que la
ciencia, a través del tiempo, se ha encargado de dejar sin fundamentos a los
enunciados religiosos y que sobran los ejemplos sobre el particular desde
Galileo hasta nuestros días. Razón por la cual aseguraba respecto de la muerte
que la misma es “la permanente disolución de la personalidad” y que “tras ello,
en cuanto a la conciencia individual, no hay nada”.
Entiendo que su última
afirmación encuadra en una herejía científica, y que para vulnerar su acierto
(siguiendo lo expuesto en su corolario reproducido en el epígrafe) todos deberíamos apoyarla firmemente, hecho
que “casi seguro la tornaría equivocada”.
Como en todos los casos siempre se trata de
creer en una u otra cosa, he llegado a una conclusión que di en llamar: La
paradoja de Tejerina, puesto que es una buena opción creer en Asimov
para alentar, por oposición, la posibilidad de perdurabilidad eterna del alma
humana.
Como habrán notado, he
resuelto darle un uso utilitario a mi credulidad y también a mi fe. Los invito
a hacer lo mismo sirviéndose de mi paradoja, la que define que: "Creer en Asimov es, al mismo tiempo,
fortalecer la hipótesis contraria".
ISAAC ASIMOV nació
en 1920 en la Unión Soviética. Sus padres emigraron a Estados Unidos cuando él
apenas tenía tres años. El propio Isaac consiguió la ciudadanía americana a la
edad de ocho. Se educó en escuelas públicas, completando sus estudios
superiores en la Universidad de Columbia, en la especialidad de Bioquímica. Mucho
antes, a los nueve años, descubrió la ciencia-ficción. A los once años empezó a
escribir sus propias historias, y a los dieciocho se decidió a presentar su
primer relato. Fue rechazado. Pero sólo cuatro meses después consiguió vender
su primera historia, y así continuó hasta el día de su muerte. El espectro
literario de Asimov no se limita a la ciencia-ficción, es
quizá uno de los divulgadores científicos más amenos que se puedan leer. Asimov obtuvo la distinción de Gran Maestro Nébula en 1986. Es, con toda seguridad, el
autor de ciencia-ficción más conocido (sino el único) por el público en
general, fuera del ámbito de los aficionados al género. Falleció el 6 de abril
de 1992.
Fuente: http://www.ciencia-ficcion.com/autores/asimovi.htm
TESTIMONIO*
“Me
preguntan en qué creo. En verdad no es muy difícil responder a ese
interrogante. Estoy dispuesto a creer en todo aquello que pueda ser demostrado
a través de un procedimiento cierto y rutinario. Denme alguna evidencia y sin
más yo creeré. A fe digo que no considero que mi opinión resulte tan
importante, pero, si aun así lo fuera, insisto en que no estoy ni por afirmar
ni por negar la inmortalidad humana…–dijo el verborrágico disertante–. Luego tosió
áspero y profundo, se secó la transpiración que humectaba su sien, pidió un
vaso con agua y con alguna dificultad prosiguió: De todos modos, advierto que
no me dejaré tentar por convicciones más débiles que las que ofrecen las
matemáticas. Tal como lo hiciera T. H. Huxley, yo me declaro agnóstico. Ya soy
un hombre grande, por lo que he perdido algunas esperanzas y olvidado otras
utopías. Aún reverberan en mí las palabras de Asimov, aquéllas que decían que
la muerte es la permanente disolución de la personalidad y que, tras ello, en
lo concerniente a la conciencia individual, no hay na… –y sin alcanzar a
terminar de pronunciar la última palabra de la terrible sentencia Tomás Enrique
del Valle y Oros se desplomó enfrente de un auditorio que quedó estupefacto, o
bien por la súbita desgracia del orador, o bien por su contundencia argumental,
o bien por ambas”.
*El presente es un
fragmento de una obra mía que a la fecha permanece inconclusa. En ella narro el
cambio que opera en la razón de un científico al pasar éste por la experiencia
de estar clínicamente muerto… y volver.
Con respeto y admiración
a Isaac Asimov
Hasta la próxima mirada.
El Ojo
Críptico