Emily Dickinson |
La introducción no es caprichosa, tampoco una apología de género. Sucede que la protagonista de esta entrega, la escritora norteamericana Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts - 1830-1886), es un ejemplo perfecto de todo lo antedicho, puesto que pasó gran parte de su vida confinada en una habitación de la casa paterna y su obra fue retenida y ocultada, cuando no usurpada.
No es posible determinar con exactitud las causas que llevaron a la reclusión casi permanente de esta poetisa, pero el hecho remite a la figura poética romántica de la dama prisionera en la torre, a la espera de una salvación de amor que bien podía no llegar nunca. Tal vez no deba tomarse a la ligera esta posibilidad, pues por más ingenua que parezca, me pregunto: ¿qué otra razón resultaría más inspiradora para un poeta que la verdadera pena de amor?
Sea como fuere, la obra de Emily –críptica y aleatoria– recién pudo conocerse a su muerte y esto implicó una dificultad adicional para establecer la correcta cronología de su trabajo. No es éste un dato menor, cada artista sufre mutaciones y variantes durante su trayectoria creativa, puede llegar incluso a abominar algunos de sus períodos o etapas y anclarse por más tiempo del debido en alguna otra, devenida intrascendente para el gran público. No existen más explicaciones para ello, así funcionan el arte y el artista, siempre de acuerdo a sus designios compartidos.
Por su historia vivencial tan ligada a la historia de la mujer en el arte y por su estatura literaria, que alcanza el “Olimpo” de los literatos en lengua inglesa, he querido tributar con el rescate de Emily Dickinson a todas las mujeres artistas. A las grandes y conocidas y también a las anónimas, modestas u olvidadas. A las escritoras y poetas, a las escultoras, pintoras, actrices, bailarinas, fotógrafas, cineastas y a las practicantes de los tantos otros lenguajes artísticos existentes. Porque las personas pueden encerrarse, por decisión propia o de terceros, mas no es posible encerrar al arte, pues éste es donde el artista, como nuestra heroína en la torre.
Ricardo Tejerina / 2010