martes, 25 de enero de 2011

LA FUENTE DE LOS MILAGROS


Milo Manara

Yo tenía veintinueve años. Era el mes de junio, justo el día del comienzo del verano europeo. De nuevo Roma era mi lugar. Diferentes ocupaciones y negocios me llevaban, irremediablemente, a la capital peninsular.
Eran momentos de confusión para mí, siempre fui afortunado en el juego de los negocios, pero en el amor, mil y una equivocaciones y dolores aquí y allá. Alguna vez le dije a alguien a quien la vida me trajo que había arruinado excelentes amistades por convertir amigas entrañables en parejas o esposas. Es curioso tener esta visión antes de los treinta años... ¡Pero la tenía y ya!
Caminando por las calles romanas sin rumbo fijo, me encontré de pronto en la "tre vie", la intersección de tres calles en cuyo final resalta, esplendorosa, la Fontana di Trevi. La mágica fuente de la Dolce vita, aquélla en que los visitantes dejan sus monedas y sus ilusiones. ¿Por qué no? –me dije.
Según la tradición, una moneda arrojada asegura volver a Roma, dos casarse con una romana y la tercera, que la boda tenga lugar en "Bella Roma", siempre y cuando sean arrojadas con la mano derecha, de espaldas y por sobre el hombro izquierdo... Busqué en mi bolsillo, me di vuelta y una a una lancé las monedas con el secreto deseo de ver hechas realidad cada una de mis ilusiones, las que, de súbito, viajaban por el aire en tres pequeños bronces.
Una joven que no tendría más de quince años, me miraba sin decir palabra. Yo no lo sabía, ella también tenía deseos que pedir aunque no monedas. La última de las mías, por azar o por destino, golpeó un borde de la encantada fontana y cayó a un lado, ni cuenta me había dado. La joven, tímida de rubores  pero decidida de acciones, la tomó, y de espaldas la arrojó a la fuente.
Diez años pasaron desde aquella vez. Hoy, voy camino a los cuarenta y estoy otra vez frente a la Fontana di Trevi... casi llorando, casi sin consuelo, diez años y nada, salvo volver a Roma.
Es veintiuno de junio, el día en que empieza el verano en Europa, pero es invierno en mi corazón argentino... –pensé.
Traía conmigo un viejo papelito de color, de esos que te daban los organilleros con tu suerte en el Caminito de La Boca. Me decía que encontraría el amor verdadero... Ni la fontana de los milagros me lo había concedido.
Como deslizándose, no pude advertirla, una joven hermosa de unos veinticinco años se acercó y me dijo:
 -Tu deseo se ha cumplido... porque el mío se ha cumplido.
            No comprendí, mi cara era de desconcierto. Y continuó:
- Yo pedí hace diez años, con una moneda tuya, volver a verte aquí cuando estuviera lista para ti.
Entonces, sentí una profunda emoción y sólo atiné a tomar su mano, para luego, muy tímidamente, besar sus labios. De pronto, sonaron campanas...
- ¿Son las de la iglesia o las del amor? –pregunté alborotado.
-¡Qué más da! –respondió–. ¡Lo importante es que las estamos escuchando los dos!
            Y mirándome a los ojos, sonrió.

Ricardo Tejerina / 2009