El tratamiento dado a la enfermedad y los funerales del ex presidente venezolano, sirven para que el autor trace un conjunto de relaciones con dos fenómenos culturales arraigados en la vida de las sociedades, como lo son los rituales y los mitos. La construcción simbólica y el culto a la personalidad como forma de gobierno.
El pasado 5 de marzo falleció en la ciudad de Caracas, Venezuela, el
presidente de ese país, Hugo Chávez Frías a la edad de 58 años. Quién más quién
menos pudo seguir por televisión o por Internet las alternativas de su
tratamiento contra una penosa enfermedad y los funerales del líder que gobernó
su país desde 1999.
No obstante, no será éste un artículo sobre Chávez, ni sobre Venezuela,
ni sobre las relaciones de la Argentina con el país caribeño, ni tampoco
trazará paralelismos ni abordará problemáticas comunes que ambos países pueden
tener. Solamente, la mención inicial de un hecho incontrovertible y cercano, me
sirve de pie y referencia para explayarme sobre algunas cuestiones relativas a
los mitos y a los ritos, dado que la convalecencia y el posterior fallecimiento
del presidente venezolano estuvieron plagados de simbolismos que bien valen la
pena analizar desde él, pero también más allá de él, incluso.
El mito (hay muchas maneras de explicarlo o definirlo, pero trataré de
elaborar una que sea representativa y sencilla) es una construcción simbólica
que se traslada a través del tiempo y el espacio y remite a aquello que ya no
está, pero “es”. Las personalidades desaparecidas de fuerte impacto popular,
suelen pasar al territorio del mito; es decir: “no están, pero son”; por
ejemplo Gardel –que cada día canta mejor– Perón y Evita, Gilda, Elvis, o el
mismísimo gauchito Gil, emblema de los “santos populares”.
Por su parte, el rito es la representación del mito. Fíjense, por caso,
en los rituales de cualquier religión. Los cristianos celebran la misa, que no
es otra cosa que el rito por el cual se conmemora la última cena de Jesús, se
lo santifica, y también se lo apropia. Por lo tanto, se suele decir que el rito
es el mito en acción. Y está bien.
Vayamos directo al grano. Todo el proceso de la enfermedad de Chávez
fue tratado cuidando hasta el detalle las cuestiones simbólicas, aun cuando
éstas se enfrentasen a las obligaciones de la ética pública, al derecho a la
información y a los procedimientos que corresponden a las formas en que los
gobiernos republicanos deben difundir las cuestiones atinentes a situaciones de
Estado.
Dadas las características patriarcales del líder venezolano, cualquier
“imagen”, o bien cualquier riguroso y certero parte médico diario, hubieran
debilitado la imagen pétrea y firme del caudillo autóctono. Es ésa una postura
que privilegia el círculo de poder en desmedro de la propia condición humana.
Los personalismos a ultranza suelen no encontrar la forma de resolver la
inexorabilidad de la finitud, por ello toda su simbólica se apoya en un ruego
ilusorio que se traduce en una apelación de raíz mística: “¡Vive!”.
Posteriormente, el rito funerario. Este rito es un rito de “paso o
pasaje”. A través de estos actos rituales lo que se produce es un “cambio de
estado”. Los antiguos griegos en sus variadas formas, por citar un ejemplo
remoto, rendían un gran culto a los muertos, también los egipcios lo hacían por
su parte. Creyentes ambas culturas en la trascendencia, o bien dejaban las
monedas en los ojos “para el barquero”, o bien se ocupaban de ataviar al
muerto, acicalarlo, y proveerle alimentos y posesiones.
La multitud que acompañó el cortejo fúnebre de Hugo Chávez participó no
sólo de una despedida final a su líder, sino también de un rito funerario a
gran escala. Ese traslado del féretro acompañado por miles de seguidores fue,
de algún modo, la afirmación del pasaje del extinto líder de un estado carnal y
vulnerable, a otro ideal y mítico, también superior.
Asimismo, la seguridad que implicaba esa cabal demostración popular,
también convenció al gobierno y a los deudos de Chávez a permitir el rito
funerario con ataúd abierto. No es ése un hecho menor. Fíjense, que la cultura
occidental y cristiana está fuertemente influenciada por la corporalidad. El
hecho de mostrar el cuerpo, supone que quienes lo sucedan ya no deberán lidiar
con una idea “fantasmal y corrosiva” del líder desaparecido, sino, por el
contrario podrán convivir y retroalimentar la idea del “mito viviente. Ya no se
trata pues de Chávez, el hombre, de aquél que quería ser beisbolista y devino
en líder político de matriz revolucionaria, sino de su conversión desencarnada
y el fetiche de sí mismo; hecho que el contendiente opositor, gobernador del
Estado de Miranda, Henrique Capriles resaltó, y generó una durísima réplica del
“presidente encargado” y heredero chavista, Nicolás Maduro.
Por último, sólo agregar que no tengo ninguna simpatía por los ritos
fúnebres perpetuadores del sufrimiento y por las puestas en escena del dolor
propio y ajeno, a veces llegando a límites que se instalan en el definitivo
lugar del morbo. Francamente, me parece que los hombres aún no hemos encontrado
una manera más propicia de tratar a nuestros muertos y acorde con la época.
Pero, a decir verdad, puede que no sea ello tan extraordinario, porque tampoco
las sociedades modernas han hallado una mejor manera de tratar a sus ancianos,
y eso no tiene que ver con mitos ni ritos, sino con la más estricta y objetiva
realidad que atravesamos.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo
Críptico