Con esta entrega comienza la quinta temporada de El Ojo Críptico. En esta ocasión compartimos la crítica literaria que realizó la especialista Marita Rodríguez-Cazaux de LILITHLA, la última novela del autor de esta tradicional sección. Asimismo, incorporamos una reflexión sobre la “crítica”, para que los lectores puedan ingresar sin dificultades al mundo en que se discuten y/o celebran obras, artistas y autores.
Quiero en esta ocasión acercarles la crítica que realizó la colega Marita Rodríguez-Cazaux de mi novela LILITHLA. No lo hago con el fin de divulgar una percepción favorable del trabajo (cosa que por cierto me honra y lo agradezco), sino con el objeto de mostrar cómo trabaja un profesional de la disciplina y cómo logra en sucesivos párrafos echar luz con un manejo ejemplar de los recursos y requisitos que el género impone. Vayamos pues a lo que escribió MR-C:
“Luego del éxito de EL CARNAVAL DEL DIABLO, que agotó edición en 2013, el escritor argentino Ricardo Tejerina presenta una nueva novela, LILITHLA, LA TENTACIÓN TIENE NOMBRE DE MUJER, con Prólogo de Julio Carreras, comprometido periodista, escritor y poeta nacido en Santiago del Estero.
Si el título no fuera suficiente para movilizar, la portada (tapa y contratapa) que ilustró el artista plástico Rubens Ettomi, tienta a penetrar en los cincuenta capítulos del thriller que remata en sustancioso Epílogo, aunando dos opuestos, INCIPIT, primeras palabras de un documento, y FIN, su extremo contrario, EXCIPIT.
‘En el comienzo…’ anuncia el Libro de los Libros, para ubicar el cosmos temporal en el plan de Dios, y agrega que, después de la creación gloriosa del universo, ‘creó Dios al hombre a su imagen y semejanza’. ‘A imagen de Dios los creó. Macho y Hembra los creó’. A continuación, los bendice y los invita a ‘ser fecundos y multiplicarse’.
Luego -es decir, después de haber sido documentado este episodio en el texto bíblico-, relata que Yavhé, en la escenografía del bello Paraíso, dispuso que ‘no es bueno que el hombre esté solo’. Así pues, haciéndolo caer en un profundo sueño, toma una de las costillas del cuerpo viril y forma a Eva, a la que presenta ante el hombre, quien exclamó: ‘Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne, será llamada varona porque del varón ha sido tomada’.
Ahora bien, ¿qué hace clamar a Adán, ‘Ésta sí…', si en verdad Eva fuera la única? ¿No es acaso expresión tácita que refiere a <Otra/Aquella/La>, creada como antes se dijo ‘a imagen y semejanza’?
A partir de estas referencias, transcurre la fenomenal novela de Ricardo Tejerina, con un elenco de personajes que enfrentan el destino propio y batallan sus cielos y sus infiernos.
El Paraíso, es el mundo habitado en época contemporánea donde transcurren las pasiones y los desencuentros del elenco que rodea a Lilithla (la, femenino y singular) y a Adam.
El simbolismo, emerge desde mitos y leyendas e integra significativos elementos. Así, las tribulaciones de Magdalena y Cristian, el nacimiento de Lilithla, la aparición de Samael. El encuentro de la bella Lilithla y el joven Adam Smartfin, docente de la cátedra de Historia de la Cultura en Universidad del Santísimo Salvador. La atractiva Cristal, confidente y amiga de Magdalena, con quien la niña mantendrá una sólida relación. Miguel, Natividad y sus relaciones con Boris Olenkov y Amílcar Carvalho.
En el Capítulo 12, aparecen los significados de nephilims y lilims, y una frase que hay que llevar presente en la lectura de los siguientes capítulos ‘la primera mujer es la que engendra a la última’, ‘[…] aquella primera, la concreta heredera, […]la más negada y omitida, la más repudiada y prostituida, la más renegada y libertaria[…]’.
Otro párrafo en boca de Cristal, en el Capítulo 24, ‘[…] Luzbel es un enigma en sí mismo, y la incertidumbre es su terreno […] la imprevisibilidad está en su naturaleza’, aporta suspenso sobre el avatar que espera a Lilithla, quien deberá limitar su poder con ayuda del amor.
Por el Capítulo 33 (acertado mensaje de numerología), dos personajes descubren en el ordenador un escondido nombre femenino. En ese momento se descarga una lluvia impiadosa que golpea los vidrios de la ventana, un diluvio casi universal que relampaguea sobre la lumínica pantalla de la computadora y agita las aguas de las suposiciones.
En la página 114, filosa descripción de Luzbel, y su propio pensamiento, ‘pobres criaturas salvajes’ paseando su mirada por la disco, antes de subir a la limusina negra e impartir una orden que traerá minucioso entramado. Más adelante, página 160, la reflexión de Luzbel, ya no tendrá la misma fuerza ‘[…] de pie, implorando que lo viera —Ya no me ve, ya nada será como ha sido y todo será como entonces. Es una cruel paradoja, hay victorias que engendran derrotas y viceversa… […]’ y se anonadará, para luego, desandar sus pasos y marcharse por donde había venido.
Genial habilidad para recrear, en el Capítulo 48, la atmósfera en la que Lilithla y Adam, trasvasan su propio Paraíso sensual. A esta altura de la novela, los sucesos orientarán a un ritual que llevará al cierre, del que participarán cuatro de los protagonistas, orientados en cruz hacia los puntos cardinales.
Aquí me planto, un crítico literario que se precie no debe desnudar el desenlace y, mucho menos, el de novelas de suspenso. No quisiera cometer este pecado capital, por temor a que se me obligue a purgarlo por toda una Eternidad.
Dispénseme misericorde, el Lector Amigo, y permítame un apunte personal sobre el Autor.
Ricardo Tejerina, tiene claro el mapa de escritura, no pierde el hilo conductor y cada personaje desarrolla cabalmente, pasado, presente y futuro. Lo hizo en la novela anterior, lo hace ahora. Es decir, hay tela para cortar y Tejerina sabe cómo hacerlo.
Estas sintonías logran que se avance con buen ritmo. Aquí, hagamos una aclaración: cuando el Lector apenas apoya la punta de su paso sobre el texto, es porque la narrativa, no permite otra marcha y el relato peca de insustancial, se trata de una historia ‘sobrevolada’. Por lo que hallar el punto que corresponde a transitar gozosamente la lectura, dejando huella al pasar por los renglones, es un logro que otorga altura literaria. Y, Ricardo Tejerina, la tiene con largueza.
No resta más que exhortar al Lector, a conocer de cerca y sustancialmente, a ‘la única capaz de producir el sincretismo entre lo humano y lo divino’. La que se resistió, celosa de su independencia, a no vivir sino tal como fue creada, a imagen y semejanza”.
Muchas gracias, Marita.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico