martes, 31 de mayo de 2011

UN EJEMPLO DE LAS TECNOLOGÍAS DEL YO

Pequeña Miss Sunshine. La familia Hoover.


          Hace algún tiempo vi una película norteamericana que me produjo una grata sensación en cuanto a la creatividad y la inteligencia para narrar una historia “políticamente incorrecta”. Sobre todo por la manera en que trata el universo opresivo de la sociedad elitista y materialista, mediada por el consumo y la frivolidad. Se trata de Pequeña Miss Sunshine[1], road movie que versa sobre las peripecias e infortunios de la atribulada pero pertinaz familia Hoover, en pos de un concurso de belleza preadolescente en el que debe competir la pequeña Olive.

Lo que haré a continuación es profundizar sobre las cuestiones que aborda el singular filme y vincularlo con un aspecto teórico que me parece interesante, capaz de ayudarnos en la comprensión ya no sólo de una película, sino de la vida cotidiana en tiempos modernos.

Al leer la descripción que hace Foucault de las Tecnologías del yo, es decir de las tecnologías aplicables al estudio del sujeto, surge –según mi personal perspectiva– un marco relacional con cada uno de los integrantes de la particular familia Hoover. El agudo filósofo francés establece que: “Las tecnologías del yo, son las que permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta o cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad.”.

Estas tecnologías están del todo presentes en el filme y se muestran desde diferentes perspectivas, o sea, tanto desde la órbita de aquéllas que son propias del individuo, y también de las que responden al accionar de los otros. De alguna manera, cada uno de los Hoover y adyacencias están en la búsqueda de un sentido para su vida, y ese sentido lo encuentran en sí mismos o en los demás. En un punto, pareciera no tener sentido el desenvolvimiento caótico que los envuelve, pero, a medida que las acciones avanzan, uno asume que es en el caos y en los extremos dónde mejor se mueven los personajes y edifican, así, su historia personal y familiar.
           
          Todos operan de modos distintos y aleatoriamente sobre su cuerpo y su alma para obtener la felicidad, la pureza, la sabiduría o la inmortalidad, al decir de Foucault. Por caso, el mayor de los hijos se confina en un silencio voluntario, operando de tal modo, para lograr el consentimiento de sus padres a sus planes de convertirse en piloto militar; ergo, su felicidad. El abuelo consume drogas en pos de un “nirvana” o una suerte de inmortalidad que lo aleje de la humana angustia por la mediocridad, la insatisfacción y la juventud y oportunidades perdidas. El padre trata de construir una postura corporal y de vida que sea conteste con la actitud proactiva que pregona en su manual de autoayuda para el éxito, pero cuya ingrata fortuna se empeña en mostrarle –cada vez con más desparpajo– el lacerante derrotero del fracaso. Su repetición de los 9 pasos para lograr “ser un ganador” implica una actitud de auto-convencimiento del yo, permanentemente expuesto a la refutación de la realidad y a la certeza de no poder producir el sincretismo entre la teoría y la práctica en su propia vida.

Paralelamente, madre e hija viven su mundo. El de la progenitora embebido de realidad, decepciones y obligaciones domésticas y familiares que la llevan a ser un individuo cuyo norte es soportar el diario acontecer con cierta domesticidad, y que ha “dejado de ser”, para volverse parte de un universo familiar de ribetes extravagantes. En cuanto a la pequeña Olive, ella vive una suerte tiempo idílico, estandarizado por los parámetros de belleza, competencia y consumo; aleccionada por la sarcástica moralidad del abuelo y tensionada por las exigencias exitistas del “evangelio patriarcal”.

Párrafo aparte merece el “tío Frank”. El estereotipo aquí se muestra en plenitud. Es un estudioso de Proust, habla poco, tiene barba, no es feliz, es suicida, viste de blanco, es gay y trasunta una cierta virginidad física y emocional que le da un singular aire romántico. Un perfecto intelectual atormentado que ha operado sobre sí mismo y fracasó, incluso al momento de ponerle fin a todo; “la vía rápida”, al decir del abuelo. Vale decir también que la pequeña Olive le pregunta al principio de la película acerca de su “accidente” (intento de suicidio) y él asume que la drástica decisión (nueva y categórica operación sobre sí) obedeció a que: “no era feliz”.

Como espero hayan notado, Pequeña Miss Sunshine ha sido un disparador más que adecuado para nuestro brevísimo recorrido por las tecnologías del yo; las que he traído a colación para poder entender un poco mejor por qué nos pasa lo que nos pasa.


Ricardo Tejerina / 2011



[1] De Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006, comedia, EE.UU, 20th. Century Fox.

sábado, 28 de mayo de 2011

TEJERINA: “ESCRIBIMOS PARA LA LIBERTAD”

Crédito fotografía Isabel Noya

El viernes 27 de mayo en la sede de la Dirección de Cultura de Tres de Febrero se presentó Ricardo Tejerina en el tradicional encuentro mensual de la Mesa de los Artistas.
Ante una muy nutrida concurrencia compuesta por artistas, escritores, gestores culturales y público afín a la problemática del arte contemporáneo, el escritor y ensayista disertó por espacio de una hora acerca de ¿Por qué escribimos? Y trazó un recorrido desde la escritura cuneiforme y jeroglífica hasta la actualidad.
En el transcurso de la velada planteó situaciones tales como las transformaciones que sufrió lo escrito a través del tiempo, la revolución democratizadora de los textos que se dio con la imprenta y la nueva etapa de multiplicación de autores que produjeron las tecnologías modernas, en particular Internet.
Dada la empatía que se produjo entre el panelista invitado y el público asistente, adicionado al genuino interés que despertó la temática propuesta y sus derivaciones, tuvo lugar un extenso y rico debate que giró en torno de la legitimación del rol del escritor, la fusión y variedad de los géneros literarios en la modernidad, como así también las relaciones de poder del mensaje y de los medios por donde circulan los textos y las palabras.
Tejerina dejó frases tales como: “la pluralidad de emisores implica un crecimiento exponencial de opiniones y eso es un insumo de la democracia moderna”, “las nuevas tecnologías cambian drásticamente la forma en que circula la información, el desafío de estos tiempos es la distribución más que la producción”, “el escritor es un luchador que pelea aunque su destino sea perder” y “escribimos para archivar emociones, conservar recuerdos, atesorar conocimiento y trascender la muerte… pero, fundamentalmente, escribimos para la libertad”.
Coordinó el artista plástico José Curia y la Mesa de los Artistas ratificó una vez más la fuerte ligazón que tiene con el arte del distrito y la importancia que le asignan a este foro de discusión y propuesta las figuras más destacadas de la cultura local.
A. Z.

miércoles, 25 de mayo de 2011

LA FLOR MARCHITA



Vincent van Gogh
 
Recordando a Almafuerte


Azotado por la inclemencia del clima
el tallo yerto de la flor marchita
acompañaba la dignidad postrera.

Aun con la cerviz inclinada
y sin pétalos coloridos
que vistiesen su desnudez,
conservaba cierto donaire.

Bien pude haberla arrancado
y así terminar
con la exposición final de aquella flor,
evitándole el zamarreo insensible
 del viento embravecido.

Pero no hubiera sido justo
privarla de su última batalla.
Aquélla que enfrenta en soledad
y a pesar de su destino,
 sin darse por vencida ni aun vencida.


Ricardo Tejerina / 2011


domingo, 22 de mayo de 2011

QUÉ ASÍ SEA (Un milagro para ti)

Paul Gauguin


Para Roberto

Una mañana otoñal llegó el hombre hasta la puerta de la iglesia vacía. Sólo una mujer tullida estaba en la escalinata en actitud mendicante. Compasivo se inclinó sobre ella, acarició su cabello y le dio algunas monedas. Luego, como tantas otras veces entró, mojó su frente con agua bendita, se persignó y se acomodó unos minutos en una de las bancas de las últimas filas. Unos días antes le habían diagnosticado una cruel enfermedad, tan ponzoñosa como asintomática en el comienzo. Algo atribulado, pero sin pensar ni por un solo momento por qué a él le ocurría, deambuló por los pasillos laterales de la basílica. Se detuvo un par de veces. La primera enfrente del Sagrado Corazón, la segunda a los pies de la Virgen de la Sonrisa. Sintió cierta emoción. A pesar de su entereza no pudo evitar dos o tres lágrimas peregrinas que se le deslizaron por las mejillas. Del bolsillo trasero derecho de su pantalón extrajo un pañuelo y secó su rostro. Casi sin darse cuenta se sentó en uno de los confesionarios, en el lugar reservado para el cura confesor. De pronto escuchó una voz que lo requería. "Necesito un milagro, un don para alguien a quien amo profundamente, debe sanar pues aún no es su tiempo y su vida es luminosa" –le dijo el arribado-. El hombre no atinó palabra. Sorprendido, vaciló en decirle a quien le hablaba tras la rejilla que él no era un sacerdote, sino, apenas, otro más que, estoico, sufría en solitario. "¿Me has escuchado? –insistió la voz–, necesito un milagro y sólo tú puedes hacerlo". ¿Yo? –pensó el hombre- Ojalá pudiera, a buen puerto vas por leña, si supieras lo que a mí me pasa… "Dadme mi milagro y te dejaré en paz" –escuchó de nuevo-. Entonces el hombre, con cierta piedad, concluyó que no tenía nada de malo darle esperanza a quien la pide con devoción resuelta, aun no siendo él cura. Ten fe, él te escuchará, que Dios te bendiga. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… –le dijo-. "Amén" –escuchó-. De un salto salió del confesionario y buscó a quien le hablaba. La iglesia estaba tan vacía como cuando había llegado. Confundido salió a paso bravo. En la escalinata estaba sólo la mujer tullida. ¿Has visto salir a alguien? –preguntó el hombre-. No –respondió la mujer–, sólo lo he visto entrar a Él -y señaló al Cristo de la entrada-. Dijo que necesitaba un milagro para ti.    

Ricardo Tejerina / 2011


viernes, 20 de mayo de 2011

PARA ARDER

John Constable

A veces pienso: ¿para qué escribo? No siempre concluyo lo mismo. En ocasiones, me quedo a mitad de camino, me pierdo por una diagonal y creo que olvido la causa de mi meditación. En uno de esos devaneos tuve una suerte de revelación. Se me ocurrió que en un lugar remoto había un hombre que escribía todo aquello que no podría recordar tiempo más adelante. Sucede que cada vez debía escribir más, porque cada vez recordaba menos. Que llegó hasta el punto de tener que hacerlo sin descanso, pues el olvido inmediato lo perseguía de modo cruel. Que cuando ya no pudo más, su mente se blanqueó fantasmagóricamente. Que olvidó que escribía, tanto que dudaba de volver a intentarlo. Desde ese mismo momento comenzó a leer. Antes escribía porque olvidaba, ahora leía para recordar. Leyó cada página que había escrito y no encontró nada que le pareciera valioso o al menos digno. Entonces, quemó todas sus notas, apuntes, fichas e historias para que nadie -nunca jamás- pudiera saber lo que había escrito alguna vez y leído otras tantas más. Sin embargo, el hombre envejeció adolorido por lo que había hecho, aunque sin nunca más escribir ni leer sino hasta el instante postrero. A las puertas del final decidió reparar de algún modo el daño que había hecho y del que también era víctima penosa. Resumió toda su obra en un manojo de palabras: “Escribí para arder, por eso entregué mi letra al fuego, sólo así comprendí que el recuerdo es el olvido que no fue”. Ese hombre siempre pensó que una sola frase con sentido justificaba una vida completa dedicada a la escritura. Claro que tampoco consideró a ésa merecedora de un bien mejor y, con un dolor indescriptible, antes de cerrar sus ojos, a las llamas famélicas también se la entregó.

Ricardo Tejerina / 2011


miércoles, 18 de mayo de 2011

UNA PREGUNTA MÁS, AMOR.


Jean Auguste Dominique Ingres

De camino a ninguna parte una sensación de agobio se apoderó de mí. El recuerdo de un beso de nadie me estremeció. ¿Cómo se puede recordar la proximidad de lo que nunca estuvo cerca? Fatales confusiones del trajinado corazón, siempre contradicho por la austera razón.
El dolor de la partida, de lo que ya no es, quizás de lo que nunca fue, es la afrenta a los sentidos empeñados en aprisionar sensaciones que ya no están, no estuvieron y lo que es aun más seguro, que nunca estarán. Pero, ¿por qué existen recuerdos de esa nada? 
Los ojos cerrados, en reveladora mirada interior, me muestran tu figura etérea. Me acerco, lo intento con la mayor esperanza que es proporcional a la certeza de lo vano que será cada nueva osadía. Y te desvaneces sin más remedio ni consuelo, cuando más cerca me encuentro de tu regazo. La ausencia nuevamente se hace dueña de la escena. Pero, ¿cómo es posible ver lo que no es visible?
¿Existes en verdad, o eres mi creación, mi más fabulosa y magnífica obra? ¿Te recuerdo por ti y tu pasado, o te vislumbro por mí y mi porvenir? ¿Eres, entonces, una realidad pretérita o un recuerdo, un espejismo del futuro? ¿Importa incluso? ¿Qué cambiaría que fueras de verdad? Si ya eres, así, ahora, todo lo que quiero.
Sé que no estoy enamorado de ti, pero sé que no puedo dejar de estarlo, porque al no hacerlo me odio, y al odiarme te amo nuevamente, porque amarte es lo que me gusta. Pero, ¿te amo a ti, o amo lo que amarte produce en mí? Y de ser así… ¿Es eso amor en verdad?
Y si no existes y no has existido, ¿cómo es posible amarte así? La fría boca del beso inexistente revuelve mi cordura. ¿Te has ido para no volver? Imposible, no puedes irte, pues nunca estuviste. Pero, así todo, partes del lugar que nunca has estado. Eres la magia blanca, la idea omnipresente, la inspiración del cielo de la mañana siguiente y la ausencia de la noche infinita, la de hoy.
Recuerdo verte salir, pero nunca consigo saber cómo llegaste. Tu salida me surge más familiar que tu siempre inesperado arribo. ¿Arribo? Si nunca abriste la puerta, si nunca te presentaste tal y como eres. Si en verdad nunca has venido, y ésa es, precisamente, la única y fatal certeza… ¿Lo es?
Pero, ¿qué es lo que recuerdo de ti entonces? Nada… Nada que no quiera. Todo… Todo lo que añoro. Sé que no eres real, lo sé. Pero también, al final, sé que no te he inventado. Por cierto, tal vez seas tú quien me ha creado a mí. Tal vez sea yo tu pensamiento. Tal vez por eso no pueda yo evitarte, porque eres tú quien vida me da… Y yo, yo vivo en ti y por ti…
Y si es así, ¿no es eso, justamente, el verdadero amor? Vivir en ti y por ti. Yo así lo creo… O no. ¿Qué más da cómo sea y lo que tú o yo creamos? Si lo importante, lo valioso, lo que mueve esta maravillosa pasión es que te amo y me amas; aunque ambos sepamos que al concluir estas líneas ya no existiremos ninguno de los dos… ¿O sí?

Ricardo Tejerina / 2008



lunes, 16 de mayo de 2011

METONIMIA DE TI

Francis Picabia

Cuando estudiaba retórica aprendí que la metonimia era la categoría que servía para definir “la parte por la parte”. Sin un ejemplo sé que es difícil entender a qué me refiero. Se trata de una suplantación, de algo que reemplaza a lo que alude, pero que continúa dando cuenta de lo mismo. En mi caso, hasta ayer: “el dolor de mi corazón” era la metonimia del ser amado por el que sufría. En esa construcción el efecto reemplazaba a la causa. Cuando hablaba de ello, en verdad hablaba de aquélla. ¿Me siguen? Como no puedo tenerla completa, sólo una parte de ella me acompaña. Su cuerpo tendido, descansa sobre la cama. Un cuerpo sin alma es sólo una parte, o más bien lo que resta de alguien, ¿no es verdad? Ahora, “el dolor de mi corazón” ya no alude a lo mismo. Espero haber sido claro.

Ricardo Tejerina / 2011


viernes, 13 de mayo de 2011

LOS RELATOS DE LA REALIDAD

Sábat

En el momento en que me dispongo a escribir esta columna habitual me entero por la radio de que hay un nuevo corte en la Panamericana, que un manifestante fue arrollado por un vehículo que se desplazaba sentido a Capital, que el reclamo original (de choferes de la Línea 60) toma otras derivaciones producto del accidente, que los automovilistas por enésima vez quedarán varados en el camino, que la crispación es una constante y que el clima se suma al pandemónium haciendo que las nubes cargadas desparramen su llanto, el que no encontrará ninguna redención repiqueteando sobre el asfalto.
Confieso que iba a escribir sobre otro tema, algo relacionado con el arte moderno y los efectos de la crítica (prometo hacerlo para otra entrega), pero de súbito he cambiado drásticamente de idea. A decir verdad, no puedo escribir sobre arte luego de mimetizarme con la realidad cotidiana. Sin ir más lejos, recuerdo que un par de días atrás veíamos azorados como un hombre acuchillaba a otro en la guardia de un hospital de la ciudad de Buenos Aires (sin consigna policial), o como la víctima de un nuevo secuestro express relataba su odisea y la de su familia, agradeciendo el poder vivir para contarlo. De este modo podría seguir enumerando hechos que, por repetidos, no debemos naturalizar. Justamente, a esta idea de que todo lo que sucede –y nos pasa– es “natural” quiero referirme.
Valiéndome de una opinión bastante compartida en el campo de la sociología, partiré de la premisa que reza: “no hay nada natural en las relaciones sociales”. En efecto, lo que asegura esta suerte de máxima es que todo responde a una “lógica de construcción”. Así como la humanidad es capaz de construir edificios y catedrales, también lo es de construir relaciones de poder, instituciones, escenarios de conflictos, dialécticas, etcétera.
Entiendo que estamos siendo atravesados por un “relato” que intenta mostrarnos que la actual realidad es la “consecuencia natural” de una treintena de años anteriores, contados a partir del inicio de la última dictadura en 1976 y finalizados en 2003. Ergo, momento en que se produjo “la refundación ética, política y económica de la Argentina”. Sé que suena grandilocuente, pero a fe digo que no son pocos los divulgadores del mismo y que de seguro serán muchos más los dispuestos a creer.
Sin embargo, no es “natural” que se corten las arterias de tránsito, ni que la gente acampe en las calles, ni que se tome el espacio público, menos aún lo es que el Estado se retire de sus responsabilidades, que la policía deje de custodiar organismos sensibles como los hospitales (por razones de diferencias políticas entre gobiernos), o que las personas sean emboscadas, secuestradas, asaltadas o asesinadas. Tampoco las causas de estas situaciones se encuentran en los treinta años anteriores. Por el contrario, parecen estar mucho más cerca, intuyo que algunas son casi inmediatas.
Lo más curioso de ese relato, de esa dialéctica, consiste en la frase de barricada que aparece cuando se extinguen las vacuas explicaciones y que parece tener poco de democracia y nada de respeto y tolerancia: “muchachos hay que aguantársela, las cosas son así, estamos naciendo de nuevo y los partos son dolorosos, al que no le gusta… se jode”. De esta manera todo queda comprendido y justificado. En definitiva, naturalizado, porque la mires por donde la mires: “la realidad es así, campeón”.
Pues no es así. Bastante antes de la eruptiva militante de estos días, a la que adscriben muchos jóvenes con aspiraciones de funcionarios posmodernos, hubo otras generaciones que le pusieron el pecho a la dictadura del ’76. Antes, durante y después, resistieron anónimamente y se comprometieron con ahínco. O pretenden olvidar que fue precisamente la Argentina la única nación que enjuició y condenó a los dictadores genocidas en el tránsito a la democracia que atravesaba toda América Latina, infestada de mesiánicos, autócratas y cómplices acomodaticios, y muy a pesar de las dificultades y presiones que se cernían sobre aquel joven gobierno de recuperación democrática. Eso tampoco fue natural, fue valor cívico y patriótico. Tanto que hoy en día en países hermanos del continente el tema está todavía irresuelto.
La apropiación simbólica que hace una parcialidad de la lucha muchos otros es, en sí, un acto autoritario. Para bien o mal, la Argentina no nació en el 2003, pero a las formas con las que hoy convivimos se les hizo el campo orégano a partir de ese preciso momento. Todo atisbo de pluralidad cuesta demasiado. Si viene Vargas Llosa a la Feria del Libro, hay un escándalo previo que llega hasta cartas abiertas y pedidos de veto de intelectuales locales que lo repudian sin más trámite pidiendo desinvitarlo (lo que terminó por acrecentar la trascendencia del discurso del Premio Nobel peruano que, en rigor de verdad, pareció un tanto anacrónico y forzado, puesto que osciló entre las tensiones del escritor notable, el político confuso y una identidad perdida). Si Plácido Domingo quiere cantar, debe primero ponerse el overol del trajinado negociador y acercar a las partes que mantienen un ancestral conflicto, que vuelve “natural” a la imposibilidad de funcionamiento razonable del Teatro Colón. En paralelo, San Lorenzo y Vélez, por caso, debieron jugar a puertas cerradas en la cancha de Boca porque no se podía garantizar la seguridad (ni siquiera así funcionó) y la fiesta del fútbol sirvió una vez más para calentar la pantalla de Canal 7, emisora estatal donde confunden todo el tiempo lo que es público (de todos) con un fenomenal aparato de propaganda al servicio del gobierno. Todo esto mientras días atrás, Hugo Chávez –en lo que fue un increíble desafío a cualquier prudente entendimiento– era distinguido en La Plata con un premio a la libertad de expresión. En fin.
En este punto, luego de la fatiga reflexiva a la que nos obligan las vicisitudes de nuestro país, recuerdo que quería escribir sobre arte moderno y los efectos de la crítica. Sólo diré que el arte moderno –tal como lo entendieron las Vanguardias– es el rompimiento con el pasado clásico, y que la crítica –siguiendo la senda propuesta por Kant– es el poder de juicio y la emancipación a través de la razón. De alguna manera: el primero haciendo y la segunda valorando, miran siempre hacia el futuro.
Dicho esto, tal vez todos consintamos que lo expuesto hasta aquí no resulta para nada ajeno a una columna dedicada a la cultura, ¿no les parece? Ya veo, hay quienes no resistirán la tentación de decir: naturalmente que no...

Ricardo Tejerina / 2011


miércoles, 11 de mayo de 2011

A TODOS LOS LECTORES


LILITHLA. La tentación tiene nombre de mujer.
Ricardo Tejerina, 2010.
Todos los derechos reservados.

         Mi más sincero agradecimiento a todos los lectores que han acompañado la travesía de Lilithla durante todo el tiempo que demandó su publicación digital diaria. Habiendo llegado al final, sólo me resta testimoniar mi gratitud a los muchos que de modos diferentes hicieron posible este relato que oscila entre lo épico y lo romántico, estacionándose en la fantasía metafísica.
        
         Volviendo a ustedes, espero no sólo haberles relatado una buena historia, sino también haberlos acompañado en cada momento que se disponían a leer y, desde luego, haberlos entretenido, porque literatura y entretenimiento no son antagónicos; sucede que -a veces- lo que entendemos y consideramos "entretenimiento" es tan burdo y de mal gusto que ha terminado por deslucir al noble acto de hacer posible el disfrute de un momento cualquiera.
        
         Con afecto perenne.

Ricardo Tejerina, mayo de 2011. 

sábado, 7 de mayo de 2011

LAS NOTAS EN EL TEXTO DE AUERBACH


Francisco de Goya


El hallazgo coincidió con un momento muy desapacible de mi vida. Me había refugiado en la investigación literaria para olvidar mis tristezas y alivianarme de fatigas. Me encontraba abrumado por el silencio del amplio salón de lectura de la Biblioteca Nacional mientras revisaba un par de capítulos de la obra cumbre de Auerbach, Mímesis, la edición original en alemán, claro está. Unas anotaciones al margen llamaron mi atención, puesto que a partir de la página 33 y hasta la 66 no dejaron de aparecer cada cuatro o cinco parágrafos. Estaban escritas en inglés, con tinta roja y excelente aunque diminuta caligrafía. Todas decían lo mismo (pero había que leerlas de derecha a izquierda): “Auerbach lies, he doesn’t know”. Al concluir mi trabajo olvidé ese episodio por largo tiempo. Si bien ahora tampoco mi vida es mejor que en aquel entonces, creo entender a qué se referían esas crípticas notas. Quien las efectuó pensaba que la literatura no era mimética de la realidad, sino al revés, por ello acusaba a Auerbach de mentir y de no saber. De todos modos, vale decir que tal situación no representaría nada extraordinario en tanto subjetiva opinión y más allá del osado desplante a una referencia tan calificada. Pero, lo curioso radicaba en las páginas elegidas por el anónimo escribiente para dejar tal testimonio. No obstante, creo que el autor ha querido brindar pistas acerca de su identidad y que, también, es él quien sigue escribiendo las páginas más abyectas que la cruel realidad moderna replica sin ningún remordimiento.  

Ricardo Tejerina / 2011

   

domingo, 1 de mayo de 2011

A MIS ESTIMADOS LECTORES

            A partir del lunes próximo entramos en los capítulos definitorios de Lilithla. La tentación tiene nombre de mujer. El inminente final me impone la necesidad de comentarles lo grato que ha sido para mí compartir con ustedes la experiencia de publicar por capítulos y a través de Internet una novela.
A su epílogo, la misma quedará subida a la red para que puedan leerla cuantas veces quieran o descargarla parcial o totalmente sin ningún tipo de coste. Creo que las nuevas tecnologías en general, y en particular Internet, como canal por excelencia por el que fluye toda la información y la producción simbólica, han transformado la relación anterior que existía entre el producto cultural y el público del mismo.
Desde ya que habrá que buscar las formas más adecuadas para que los autores puedan seguir elaborando sus obras y el público continuar apreciándolas, puesto que la publicación on-line favorece la difusión y la multiplicación de lectores, pero no aporta valor económico al autor como la edición en formato libro, por ejemplo.
No obstante, pienso sinceramente que es más que saludable que los bienes culturales -producidos por autores que hayan accedido voluntariamente a no percibir derechos de autor por esta forma de publicación- estén al alcance de todos a través de una red, la  que también debería estar al alcance de todos y no, solamente, de los que pueden pagar por ella.
Desde mi humilde lugar, la publicación en este sitio es el aporte que hago en tal sentido. Me pareció adecuado testimoniarlo en la fecha que mundialmente se conmemora el día del trabajador.
Cordialmente.
Ricardo Tejerina