domingo, 23 de diciembre de 2012

REGALO DE NAVIDAD: Audiovisual "El Carnaval de la Quebrada"


"En la Quebrada de Humahuca, a tres mil metros sobre el nivel del mar, el cielo parece quedar mucho más cerca". 
Ricardo Tejerina 

jueves, 13 de diciembre de 2012

SE PRESENTÓ EL CARNAVAL DEL DIABLO


Con una gran convocatoria merced a un público exigente y numeroso, se presentó ayer, 12/12/12, en pleno Centro de la Capital Federal, la nueva novela de Ricardo Tejerina, El Carnaval del Diablo. Se contó con la presencia -entre otros destacados asistentes, amigos y allegados del autor- del prologuista, el antropólogo y ensayista Lic. Ricardo Santillán Güemes, el Director de Proteatro y de Mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires, Dr. Juan Manuel Beati, el artista plástico José Curia y la escritora y poeta Marita Rodríguez-Cazaux. La presentación fue producida por la gestora cultural Isabel Noya y auspiciada por el EL FRENTE, el CETyL y el Centro de Profesionales por la Identidad Social (Ceprofis), que acompañaron a Ricardo en el lanzamiento de esta singular propuesta narrativa que promete ganarse un lugar destacado entre las nuevas ficciones contemporáneas. Como alguna vez dijo el querido músico argentino, Gustavo Cerati: ¡Gracias, totales! Publicó Dunken, diciembre de 2012. 

El Carnaval del Diablo, la novela.

Ricardo Santillán Güemes, José Curia,
Ricardo Tejerina y Juan Beati.
Marita Rodríguez-Cazaux, que leyó con emoción y énfasis
un fragmento de la novela, junto a Ricardo Tejerina.















PRÓLOGO de El Carnaval del Diablo,
a cargo de Ricardo Santillán Güemes


“La actividad de la imaginación no se parece a un dibujo  estático, sino que se asemeja más a un tipo de “juego” que incluye una sutil orquestación de sentimientos”. David Bohm y D. Peat

“El poder de la ficción consiste en abrir la cosa para que quepa el mundo”. Luis de Tavira

La primera frase pertenece a dos importantes físicos contemporáneos dialogando acerca de la creatividad y la segunda a un teatrista y las elijo como recurso para prologar, si es que es posible la acción de “prologar”, en este caso esta novela de Ricardo Tejerina.
Dentro del campo de la creatividad se suele distinguir entre fantasía, donde todo se torna “infinitamente” posible, pero con un peligro latente, el de perderse y enredarse en una nadería intermitente, e imaginación creadora en donde ese fantasear se autolimita para parir una forma estética. Y esto es lo que alcanza Ricardo pero con ciertas características que quiero esbozar y al mismo tiempo celebrar.
Porque el “juego” que propone Ricardo no se da en el vacío y en su “sutil orquestación” confluyen, además de sentimientos, infinidad de ideas, valores y otras referencias de alta relevancia.
Más que prologuista sería un traidor si adelantara la intriga pero nada develo si, retomando la frase anterior, doy cuenta y amplío algunos de los flujos que se orquestan para configurar el nuevo “mundo” creado. 
Antes que nada es importante destacar que el autor ejerce “el poder de la ficción” con una fuerte convicción y haciendo uso de lo que podríamos denominar una imaginación creadora situada. Porque echa raíces en un territorio –Caseros, actual Partido de Tres de Febrero, Provincia de Buenos Aires– ampliamente conocido, habitado y transitado por Ricardo que lo resignifica con gran habilidad, lo que es sumamente meritorio en tiempos de globalización exacerbada. De esta forma los personajes, protagónicos o no, dan cuenta de una diversidad cultural aún presente en el citado espacio aunque con menos conflictividad que en 1928, año clave en la novela, cuando los tanos “cocoliches” se peleaban con los “gauchos” y el pueblo vivaba al Peludo Yrigoyen.
Asimismo es importante comentar que estas referencias políticas e históricas se orquestan sin esfuerzo con un entramado poético que da cuenta tanto de los jardines en los fondos que aún hoy pueden seguir albergando misterios de toda laya, dulces y/o amargos, como de las complejas e intrincadas texturas del silencio y del amor.
Pero quiero detenerme en otra acertada y bien tratada presencia a lo largo de la novela: lo transhistórico. Porque el autor nos introduce con maestría en esa zona transpersonal donde habitan los símbolos vivos, por no decir lo arquetípico, lo mítico simbólico, pero no actuando en el vacío o en un regodeo intelectual, sino en función de la intriga y la cotidianidad de los personajes.
Así se sacan chispas las luces y las sombras, lo apolíneo y lo dionisíaco, la vida y la muerte pero más que nada el Carnaval…y el Diablo.   
Como es sabido en todas las culturas del mundo se distinguen, aún hoy, dos maneras opuestas pero a la vez complementarias de instalarse en el espacio y en el tiempo: una predominantemente “profana” y cotidiana que tiene que ver con la satisfacción de las necesidades básicas y, por lo tanto, está relacionada con el  mundo del trabajo (el “yugo” en la jerga popular urbana) y otra predominantemente “sagrada” y extracotidiana ligada a los territorios del juego, el rito y fundamentalmente  la fiesta y otras expresiones a través de las cuales se satisfacen necesidades de otra índole: expresivas, simbólicas, de liberación, de expansión y/o energetización. Una “otra zona” o esfera vital donde se hace otro uso y se significa de otra manera tanto el espacio y el tiempo como el resto de los elementos culturales, incluyendo los cuerpos que se tornan otros.
Y la fiesta de las fiestas es, justamente, el Carnaval tan bien retratado por Tejerina con sus desbordes sensoriales y sensibles, su rítmica, músicas, danzas, coloridos,  gestualidades, “teatralidad”, derroche y, fundamentalmente, con un juego muy bien jugado en la obra: el de la inversión de roles.
En tiempos de Carnaval el pueblo agitado y ruidoso promueve el nacimiento y el contagio de una exaltación que se traduce en todo tipo de excesos: en la comida, la bebida, el sexo, la danza pero también el canto, la solidaridad y los abrazos. El Carnaval puede considerarse como un darse vuelta (Pachakuty dirían en el noroeste argentino) que posibilita un regreso al caos primigenio en función de recosmificar la vida. De “cargar las pilas” dirían en mi barrio que también tenía jardines misteriosos en los fondos de las casas.
Teniendo en cuenta todo esto es que me animo a decir que en la novela de Tejerina la Fiesta, con mayúsculas, es casi una “presencia” protagónica, además de una matriz cultural que facilita la parición de tramas y personajes. Y el Diablo, porque justamente forma parte de la creencia popular el afirmar que éste anda suelto en el espacio de tiempo carnavalero.
Pero también me animaría a decir, sin traicionar ni adelantar ninguna clave, que hay un choque de Diablos o de “diablitudes”. Una ambigua situación de atracción y rechazo entre el Diablo festivo, algo así como el Pujllay del noroeste argentino y el Diablo siniestro, egoísta, materialista, necrófilo y representante del poder a ultranza; algo así como el llamado Familiar en el noroeste que, sintetizando, podría caracterizarse como el Diablo de “los patrones”, esos que niegan la vida y aman la negritud del poder por el poder mismo.
Esto, desde mi punto de vista, es otro hallazgo de la novela que incluye tal como sucede en el tiempo de la fiesta múltiples rituales, algunos de los cuales pueden convertirse en sacrificiales…
También es imprescindible recalcar la relevancia que adquiere en el sostenimiento del “mundo” creado por Ricardo una intertextualidad fresca, rítmica y sin desmesuras. Porque sin esfuerzos en la novela se escuchan y se entrecruzan voces potentes como las de Poe, Cortázar, Borges y más que nada la voz de un poeta “maldito” que colabora a develar misterios desde la profundidad de lo poético: Charles Baudelaire.
Para terminar sólo me resta celebrar de corazón la aparición de esta nueva novela de Ricardo Tejerina, agradecer la convocatoria a la imposible acción de “prologar”, e invitar a todos a comenzar la lectura del texto montados en esta frase del citado Baudelaire, porque uno nunca sabe: “La mayor astucia del Diablo es convencernos de que no existe”.

RICARDO SANTILLÁN GÜEMES
Septiembre de 2012

miércoles, 12 de diciembre de 2012

EL CARNAVAL DEL DIABLO, la novela.

Llega El Carnaval del Diablo, la novela; aquí te contamos los pormenores de la controvertida ficción que ha merecido un reconocimiento unánime.

Foto del Carnaval de Caseros de 1928, gentileza de 
Revista Caseros y su Gente

















No hay plazo que no se cumpla, reza el dicho popular, y así es. Pero, en el medio, suelen ocurrir muchas cosas. Por ello, quiero compartir con ustedes los pormenores, el backstage, de la producción de mi novela, El Carnaval del Diablo.

Comencé a escribirla a finales de 2010. Estaba muy interesado en los aspectos festivos y rituales del Carnaval, pues me parecían muy propicios como ámbito y tiempo para el desarrollo de una historia. Si bien ya pensaba concentrarme en un espacio urbano, en una pequeña ciudad, a principios de 2011 me fui hasta la Quebrada de Humahuaca a “vivir la experiencia” del Carnaval quebradeño. Sabía que el espacio y el contexto eran muy diferentes, pero necesitaba “sentir el Carnaval auténtico”, atravesar los ritos, compartir la fiesta, adentrarme en la transmutación que supone la celebración basada en el disfraz y la inversión.

Fue en el norte de nuestro país que decidí el título de la obra aún en ciernes. Los diablos carnavaleros influyeron en mí de un modo determinante. A partir de ese momento, supe que la novela se llamaría El Carnaval del Diablo, incluso a sabiendas de la existencia de una obra de teatro homónima de Juan Oscar Ponferrada. A pesar de que mucho más tarde, y casi al límite de la edición, analicé otras posibilidades, confieso que me fue imposible modificar el título. Esta novela sería El Carnaval del Diablo, o no sería.

Pero, en tren de ser o no ser, la cuestión pasó por estadios mucho más peligrosos. La novela marchaba, la redacción de los primeros capítulos había fluido sin pausa. Casi como si escribiera “al dictado”, había logrado –al menos yo así lo entendía– una introducción acertada al universo simbólico que pretendía. Los personajes me resultaban convincentes, la trama me satisfacía, y lo que más me agradaba era “el hallazgo” de la frase que desencadena toda la historia: “es fruta amarga de tierra mala”. Todo iba a pedir de boca, sin embargo, a la mitad del relato mi motivación literaria respecto de esta obra se detuvo de golpe.

De pronto, quizás distraído con otros proyectos o simplemente separado del que estaba llevando a cabo, me vi abordado por un deseo irrefrenable de abandonar este trabajo. No suelen ser habituales en mí esas diásporas, puesto que: en parte por naturaleza y en parte por formación, el método y el desarrollo ordenado de principio a fin, forman parte de mis aspectos comunes.

Fue así que El Carnaval del Diablo primero se detuvo de súbito, para luego adormecerse casi hasta el olvido, o aun peor,  poco faltó para que borrara el único archivo digital que contenía los primeros diez capítulos. Cuando estuve muy cerca de hacerlo, algo me lo impidió… Me pregunté: ¿para qué destruirlo? La respuesta que me di, me convenció de que ni siquiera ocupaba un espacio necesario en la memoria de la computadora. Con una convicción laxa decidí conservarlo y allí quedó.

Los meses pasaron y la novela continuaba su involuntaria hibernación. A comienzos de este año, finalizado el Carnaval, renació en mí la necesidad de volver por los fueros. De repente me encontré de vuelta en la historia, en las voces de los personajes, en la profundidad de la intriga, en la oscuridad de las almas en pena que me exigían que les diera lo que les correspondía; es decir: la merecida reparación que implicaba la conclusión de la historia.

Escribí con inusitada premura, sentía como la trama me demandaba exigentemente, algo así como si me cobrara al contado el tiempo que yo la había diferido. Fui por ella y no me amilané. Llegué hasta lo recóndito, y me permití la mayor liberación creativa. Pero, a decir verdad, escribí más como un cronista que como un escritor, por momentos me pareció que estaba dando cuenta de un hecho real, y que una mayor demora influiría negativamente en la vida de otras gentes.

Ahora, en vísperas de su publicación, miro hacia atrás y como solía decir Steve Jobs “puedo conectar los puntos”. El Carnaval despertó en mí la vocación por escribir esta historia. La rigurosidad profesional me llevó hasta la Quebrada de Humahuaca y me conectó con el simbolismo más fuerte de la fiesta, el detenimiento de la historia me preparó para el reencuentro con ella, que devino en una creación de cuyas formas y resultado me encuentro satisfecho. Tal vez por todo ello aprendí a valorar a esta producción más allá de su virtud literaria –si es que puede tener alguna–, pues lo cierto es que el mérito que le atribuyo es el de haber sobrevivido. Y, en un mundo, en el cual se perece muchas veces no sólo prematura sino absurdamente, el hecho de ser sobreviviente me llega literalmente a conmover.

Para terminar, sólo ofrecer mi permanente gratitud a todos los que han hecho posible esta novela. ¡Qué se venga pues El Carnaval del Diablo! Puedo decir: tarea cumplida.

Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico 

jueves, 29 de noviembre de 2012

POESÍA ROTA


Claude Monet


Quisiera yo vivir
sin respirar el tedio de la almohada.
Tal vez, sólo sentir
la suavidad del carmín,
confiando en la alborada,
corriendo sin sentido,
porfiándole al destino
un recuerdo de aquel niño.
Pero no sé si podré, pues…
Quisiera yo vivir
Sin respirar el aire de tu ausencia.
Tal vez, sólo escapar
durmiendo en la maleza,
acariciando al lobo,
volviéndome su presa,
cambiando este destino
de fantasmas y de vino.

Ricardo Tejerina / 2012

jueves, 22 de noviembre de 2012

22 DE NOVIEMBRE DE 1963

Convergencia, Jackson Pollock

Yo morí en las vísperas. Aunque lo parece, no es una metáfora. Efectivamente morí un día antes de lo debido. Mi muerte debió producirse en una riña el 22 de noviembre de 1963, pero ocurrió, en verdad, 24 horas antes. El Universo no suele equivocarse de este modo, no son muchos los casos similares, pues estas “arritmias” tienen consecuencias terribles: alteran la historia de modo irreparable. Imagino que conocen el fenómeno que se denomina “Efecto Mariposa”, el mismo se basa en que el aleteo de una mariposa en Buenos Aires produce un terremoto en Tokio. Esto sí es una metáfora, una explicación simbólica de la causa y el efecto. Producido tal hecho, se genera la posterior consecuencia y todo se encuentra encadenado. Una lógica causal, podríamos decir. Pues bien, yo debía morir el 22 de noviembre de 1963, luego de intentar convencer a un compañero de que desistiera de su cometido homicida. Si bien no iba a lograr el objetivo, mi acción devenía en una disputa que finalizaba con la ejecución de un disparo por parte de éste que me perforaba el pecho. Está claro que él continuaría siendo un asesino, pero yo sería su víctima y no otro, puesto que luego de matarme –y ante el cierto peligro que corría– huiría del lugar y abandonaría su plan original por razones de fuerza mayor. Ése era el curso del destino o la acción precisa de la providencia; pero yo morí el día anterior por un error fatal del Universo. Esa alteración equivale al aparentemente inofensivo aleteo de la mariposa. En lugar de recibir un disparo en el pecho, fui atropellado por un automóvil mientras cruzaba una calle cualquiera en la ciudad de Dallas, Texas,  el 21 de noviembre de 1963. Como era de esperar, sobrevino el terremoto: al día siguiente Lee Harvey Oswald mató a JFK.

Ricardo Tejerina / 2011

lunes, 12 de noviembre de 2012

LA NOVELA Y LA CRÍTICA



Dijo RICARDO SANTILLÁN GÜEMES, prologuista de la novela. 
(Antropólogo, ex Director de la Escuela de Arte Dramático de la Ciudad de Bs. As., ex Director de Promoción Cultural de la Provincia de Bs. As., autor de Cultura, Creación del Pueblo y de Educar en Cultura). 

“Dentro del campo de la creatividad se suele distinguir entre fantasía, donde todo se torna “infinitamente” posible, pero con un peligro latente, el de perderse y enredarse en una nadería intermitente, e imaginación creadora en donde ese fantasear se autolimita para parir una forma estética. Y esto es lo que alcanza el autor pero con ciertas características que quiero esbozar y al mismo tiempo celebrar. Porque el “juego” que propone Ricardo no se da en el vacío y en su “sutil orquestación” confluyen, además de sentimientos, infinidad de ideas, valores y otras referencias de alta relevancia. Es importante destacar que el autor ejerce “el poder de la ficción” con una fuerte convicción. Por todo ello, celebro de corazón la aparición de esta nueva novela de Ricardo Tejerina.” 

Dijo JUAN MANUEL BEATI 
(Miembro permanente del Consejo de Promoción Cultural y Director de Proteatro – CABA). 

“Me gustó mucho. Una breve novela cargada de imágenes sensoriales, enigmas y paradojas, que evidencian la fuerza descriptiva del autor, su destreza para manejar los tiempos y su capacidad para compactar en una tradicional imagen de pueblo, mundos aparentemente distantes. Ricardo Tejerina, con maestría, fundamenta sobradamente y remoza, en un relato verosímil, el trillado refrán que reza: Conoce a tu aldea y conocerás el mundo.” 

Dijo JOSÉ CURIA 
(Artista plástico). 

“La pluma de Ricardo Tejerina, desde el primer capítulo hasta el último me llevó a revivir mi infancia, a recorrer con cierta nostalgia lugares conocidos, a reencontrarme con personajes y revivir situaciones similares. A recordar y conocer ciertos hechos históricos de nuestro país y del barrio. Fui recorriendo cada capítulo y en cada uno de ellos hallé poesía y cierta fantasía realista, por lo que me atrevo sin temor a equivocarme a calificar a esta novela, “El Carnaval del Diablo”, como una verdadera obra de realismo mágico con identidad propia.” 

Dijo AGUSTÍN AROSTEGUY 
(Escritor argentino, especializado en artes del espectáculo, radicado en Brasil). 

“Tejerina construye esta novela a partir del barrio, la construye de una manera tan delicada y sutil que no necesita nombrarlo todo el tiempo. Se apoya en una reminiscencia inquietante, en una remembranza incesante, que lleva hasta el corazón mismo del barrio (lo que implica, también, su lado oscuro). Lo que resulta más destacable es poder experimentar cómo esa reminiscencia y esa remembranza, trascienden las páginas de la novela y logran permanecer con y en el lector.” 

Dijo NORMA VILLARREAL 
(Artista plástica, fotógrafa y editora de medios gráficos). 

“La novela de Ricardo Tejerina nos introduce en un mundo querido y añorado: los Carnavales de nuestra niñez y adolescencia. La trama del argumento es atrapante, llena de vericuetos e intrigas. El hábil manejo de los tiempos y la aparición de los distintos personajes, que durante el transcurso de la narración vamos descubriendo sus interrelaciones, nos hace avanzar y retroceder en el relato, con la ansiedad de ir construyendo y armando las piezas de este juego que se nos propone. Antes que el autor lo evidencie imaginamos el rumbo del desenlace, sin dejar de sorprendernos en este proceso casi laberintico. Exquisito lenguaje: poético y descriptivo, en esta ficción para recomendar.”

sábado, 10 de noviembre de 2012

LA VIDA, LA INSPIRACIÓN


Alguna vez conté en este espacio cómo se activan los recuerdos valiéndome de lo que relata Marcel Proust (Francia, 1871-1922) en su profusa novela En busca del tiempo perdido –el famoso episodio de la magdalena mojada en el té y el retorno a la infancia por acción de la memoria influida por los sentidos–, desarrollado en el primero de los siete volúmenes de la misma, titulado Por el camino de Swann.

Pues bien, recientemente me enteré del fallecimiento (el pasado 20 de septiembre) de la mujer que inspirara al popular grupo Maná para su muy conocida y también bella canción “En el muelle de San Blas”. Se trataba de Rebeca Méndez Jiménez, quien por más de 40 años esperó a su amor que nunca volvió del mar.

El legendario muelle de San Blas está ubicado en el pueblo homónimo, perteneciente al Estado de Nayarit, situado al norte de Puerto Vallarta, en la paradisíaca costa pacífica de México. Las cenizas de la mujer, que soportaba el apodo cruel de “la loca del muelle”, seguramente se esparcirán en el mar y se confundirán con la naturaleza, dando efectiva cuenta de la extinción de la efímera vida humana… pero la historia, esa historia que anida en la música y la poesía, vivirá para siempre.

Y a qué viene todo esto, se preguntarán. Lo bien que hacen. Sucede que en las novelas, en los cuentos, en las poesías, desde ya en las canciones, y en las tantas otras formas de arte de naturaleza narrativa o poética, perviven historias de lo más auténticas, maquilladas y completadas con la necesaria ficción, pero en las dosis imprescindibles y nunca más de lo suficiente.

He allí, según creo, el éxito o el fracaso de una obra: en la capacidad de imbricar la realidad y la ficción de modo tal que una se amalgame con la otra, y que ya juntas reporten un tercer sentido, la obra. Y ésta, no es ni una, ni otra, sino que es sencillamente –y si se me permite ontologizando– “lo que es”.

Pero, ¿por qué apreciamos más a esas novelas, películas, canciones o poesías, cuando sabemos que se basan en un hecho real? Muy sencillo: porque esa historia bien pudo ser la nuestra; y como diría un estimado maestro de maestros, “una cosa es la fantasía que deriva en naderías, y otra cosa es la imaginación creadora que promueve una experiencia estética”. O dicho de otro modo: la experiencia de las experiencias, pues lo que llamamos “experiencia estética” es el encuentro sublime y armonioso del mundo real con el simbólico, reconvertido en goce sensible.

Nos gusta pues –disculpen por totalizar otra vez– que nos cuenten, aceptamos las licencias del narrador y los reverberos del poeta, pero, a ciencia cierta sabemos que necesitamos más verosimilitud para seguir creyendo.

Ayer me encantaba “En el muelle de San Blas”, por su melodía y por la belleza de su poesía. Presumo que muchos de ustedes luego de leer de estas líneas irán a YouTube y la buscarán para escucharla otra vez, y tal vez de una manera distinta. Ahora, les confieso que me fascina y conmueve hasta el máximo estadio de mi subjetividad, porque afortunadamente siempre veo ratificado que la vida es la gran obra inspiradora en la que todos participamos.

¡Ah!, y lo bien que hace esa misma vida en anidar en una letra escrita o descansar en una nota musical. A fe digo que no existen lugares mejores. ¿Ustedes qué creen?

Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico 


martes, 23 de octubre de 2012

EUDEBA Y LA DICTADURA

Hoy inauguramos una nueva sección en El Ojo Críptico: se trata de producciones audiovisuales que he realizado sobre diferentes temáticas culturales y sociales. He querido comenzar este ciclo con una propuesta muy particular y sentida, pues se trata de la editorial universitaria, EUDEBA, la dictadura iniciada en marzo del '76, y el proyecto de etnocidio que persiguió la represión ilegal, además del terrorismo de Estado y el genocidio. Lo comparto con ustedes sin más prolegómenos, con el único fin de seguir construyendo identidad. RT


sábado, 6 de octubre de 2012

FOTOART


Gentileza Norma Villarreal


En la entrega anterior el disparador de la nota fueron las fotografías, (¿recuerdan a los cinco amigos que se fotografiaron durante 30 años –con intervalos de un lustro– a orillas del Lago Copco?), pero no me ocupé tanto de “la foto” como lenguaje visual, arte, o descubrimiento científico, sino que derivé intencionalmente al plano ontológico y lo que propuse fue una reflexión sobre el ser. 

Ahora sí me propongo contarles algo acerca de la historia de la fotografía, y más especialmente de la fotografía como arte visual. Para ello me valdré de la experiencia que tuve al percibir la pluralidad de sentidos de la muestra “Divertimentos” de la fotógrafa y artista plástica argentina Norma Villarreal (en Carla Rey Arte, Humboldt 1478, CABA, Julio 2012).

La fotografía como la entendemos hoy en día nace en el siglo XIX, si bien ya se conocía desde bastante tiempo atrás el  procedimiento llamado de “cámara oscura” que permitía obtener una imagen de la realidad, pero no fijarla. El descubrimiento decimonónico es, en sí, la técnica y el soporte en el cual fijar la imagen lograda. Ese arduo camino para lograr el registro fotográfico tiene como antecedentes las fijaciones espectrales de Niépce (Francia, 1765-1833), las pruebas y errores de otros tantos, y las más logradas de Daguerre (Francia, 1787-1851), de quien heredaron su nombre los daguerrotipos (impresiones únicas en una superficie de plata sobre vidrio).

Fue en 1839 que se hizo público el descubrimiento de Louis Daguerre, y en una época de dura batalla por las patentes de los inventos –que alcanzaría su máxima expresión algún tiempo más tarde con Thomas Alva Edison, que patentó más de un mil de ellos–, el considerado padre de la fotografía, en un hecho por demás atípico, cedió los derechos al Estado francés y éste los hizo públicos. ¡Voilà!

De tal modo la fotografía comenzó su derrotero, pero vale aclarar que esos albores estuvieron bien alejados de la idea o del concepto de “arte”. Ciertamente, no se veía a la fotografía como un lenguaje artístico, y quienes se adentraban en su conocimiento y especialización lo hacían más de las veces con fines científicos o por valores identificados con el progreso y la modernidad. Tanto es así que una definición de época describía a la  fotografía como: “realidad fidedigna reproducida, automática y espontánea”, dando cuenta sin eufemismos de la “objetividad” del procedimiento fotográfico.

Posiblemente, hoy deberíamos ampliar ese único sentido, pues a partir de los pictorialistas (movimiento fotográfico de fines del siglo XIX que pretendía que la fotografía acompañara los problemas estéticos de la pintura), pero fundamentalmente por la intervención de algunos de los más destacados los artistas de las Vanguardias (Nagy, Man Ray, Duchamp), y de la legitimación que la actividad recibió de parte de los museos promediando el siglo XX (por ejemplo el MoMA de Nueva York con la muestra “The family of man”, 1955), es que la fotografía se vuelve arte.

El breve recorrido histórico que les propuse se justifica porque el arte exige ciertas competencias para no reducirse a mera contemplación. Desde luego que nada impide gozar superficialmente de la belleza de una obra, o conmovernos con la fealdad de otra (que por cierto es otra forma de belleza), pero la ausencia de un contexto y de algunas necesarias referencias sí limitan lo que llamamos “experiencia estética”, o cuanto menos una aproximación a ella.

“Divertimentos” es una apuesta lúdico-fotográfica que logra inscribirse con muy buen tino en el sinuoso camino de la fotografía-arte. Norma Villarreal es, por cierto, una prolífica artista formada en bellas artes y una artista visual que no se ha conformado con el monolenguaje. Su propuesta simbólica en esta obra es “el rescate del niño interior”, y eso lo busca y perfecciona a través de un recorrido fotográfico que mixtura juguetes simples y abstracciones lineales. A sabiendas de los contrastes, crea espacios de juego visual (en el sentido de Gadamer: símbolo, juego, fiesta) y de transporte temporal, permitiéndose el propio regreso a  los recuerdos y significaciones infantiles, e invitando al visitante a hacer lo propio, para dejarse llevar por un recorrido que se completa con la soledad de un triciclo de caños sin brillo, pero con presencia física que lo torna evidente y también ideal.

Por la cantidad de obra y el tamaño de la misma, este autor es de la opinión que “Divertimentos” necesitaba más amplitud de espacio expositivo para poder “expresarse con la libertad que su simbólica demandaba”, del mismo modo que un breve relato curatorial bien hubiera ayudado para poner en clima y situación al público asistente. No obstante, la singularidad y frescura de la idea, y la originalidad y destreza compositiva de la artista, hacen que uno no dude en identificar a esta icónica obra como una de las más atrayentes y recónditas de las que se han ofrecido durante el año en el circuito tradicional del arte metropolitano.

Seguramente, “Divertimentos” seguirá un rumbo venturoso en futuras reposiciones. Del mismo modo que la fotografía ya no abandonará el lugar propicio que encontró en el arte.

Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico


viernes, 5 de octubre de 2012

LA SALAMANCA


Pablo Picasso

Guiado por mi amigo Julio, que era baqueano y diestro a campo traviesa, me interné más allá de la quebrada y el cañadón en busca de La Salamanca. Caminamos por espacio de tres días con sus noches. En la oscuridad y el silencio de las madrugadas a la intemperie siempre pensé en mis cuatro hijos, en mi madre anciana y en la mujer que ya no tenía. Julio me convidaba un postrero trago aguardentoso de su petaca de plata antes de entregarse al sueño. Lo hacía de manera ritual: “debés estar preparado”, me decía. La resolana del alba me resultaba inspiradora y vigorizante, sentía como un renacer, luego de haber sido confinado a la penumbra de los sátiros y los faunos. Al llegar al divisadero de un cerro despojado –del cual nunca había tenido la mínima certeza de su existencia–, mi amigo me señaló un sendero algo sinuoso que se internaba en las entrañas oscuras del gigante de roca. “Diez pasos antes de llegar al cerro tu paso será interrumpido por una mata, tú decidirás si la sorteas, o si te quedas allí, ése es el misterio de La Salamanca, quedarse o seguir”, dijo. Avancé trémulo, en mi mano derecha llevaba la petaca de Julio. Empiné el codo y le eché un trago, y otro, y otro más, con el propósito de darme etílico valor. Con la vista nublada y los otros sentidos en rebelión, trastabillé primero, para luego caer de rodillas sobre la espinosa y hedionda mata. Postrado en posición penitente sentí como el suelo se llagaba con grietas que descendían a lo profundo. Quise dar los diez pasos que me separaban del cerro, de la supuesta Salamanca, de la cueva de los demonios. No tuve chance. La tierra me tragó merced a sus fauces famélicas. Fue así que supe que La Salamanca no era un sitio al que llegaría, sino, más bien, un destino que me alcanzaba. El camino de regreso Julio lo hizo en solitario y sin petaca de dónde beber. 

Ricardo Tejerina / 2012

sábado, 29 de septiembre de 2012

Y DE NUEVO ECHA A ANDAR

Richard Avedon


Hace tiempo que me fui/
en mis ojos ya no estás/
pero búscame otra vez/
puedes intentarlo ya/
y de nuevo echar a andar.

En el pasado me quedé/
solo yo con mi dolor/
sin tener a nadie más/
con mi alma te llamé/
para de nuevo echar a andar.

Si supiera yo qué hacer/
con el roto corazón/
tal vez pediría perdón/
recuperaría tu amor/
para de nuevo echar a andar.

Y si fuera que morí/
y no pudiera yo sentir/
por favor no me olvidés/
busca la felicidad/
y de nuevo echa a andar.


Ricardo Tejerina / 2012

lunes, 17 de septiembre de 2012

DUNKEN: La sana costumbre de publicar

 Fotos: Gentileza Editorial Dunken

El sábado 15 de septiembre vieron la luz en Editorial Dunken tres nuevos libros, editados con la solvencia que caracteriza a la casa. En esta ocasión tuve el honor de conducir las tres presentaciones que, a no dudarlo, fueron concurridas y emocionantes.

Comenzamos muy temprano con la Selección de las Provincias de cuento y poesía (que también compilé), seguimos con la antología de poemas Polifonía Audaz (compilación de Jorge Enrique Hadandoniou), y finalizamos -promediando la tarde- con un clásico de la editorial: El Libro de los Talleres Volumen XVIII.



Editorial Dunken viene desarrollando desde 2004 esta propuesta de selección de textos y publicación gratuita de autores a través de diferentes modalidades. De hecho, en la triple presentación del sábado pasado todas ellas se imbricaron. Fue así que en una misma jornada -y bajo la atenta y diestra supervisión editorial a cargo de la responsable del proyecto, Sabrina Vega- la tradicional compilación de cuento y poesía, convivió con la publicación de los talleres, y con la iniciativa amplia y federal que se resume en la Selección de las Provincias.

Cada uno de los momentos fue especial. Con la selección que yo compilé tuvimos un encuentro más personalizado y directo que incluyó las tradicionales "devoluciones individuales" a los autores. Es decir: el procedimiento mediante el cual el compilador hace un breve comentario puntual de cada una de las obras de los autores presentes. Esto fue posible dado que los escritores asistentes constituían una cantidad no muy abultada, puesto que varios de ellos no pudieron llegarse hasta la Ciudad de Buenos Aires por razones de distancia (la selección de las provincias abarca todo el territorio nacional). Repasamos pues las características de la obra en su conjunto, leímos algunos textos, y todos juntos -Editorial, autores y compilador- nos sentimos gratificados por haber concretado un proyecto tan bello como imprescindible para las nuevas letras nacionales.


Respecto del poemario Polifonía Audaz, debo decir que fue un gusto y un honor presentarlo. Cuando el reloj apenas pasaba de las 12 del mediodía, comenzamos lo que sería un vigorizante "baño de poesía". Aprovechando la ocasión recordamos la condición de bella arte de la actividad poética y pudimos sumerginos en el sutil mundo de los versos y las rimas. Recordamos lo que sostenía Jorge Luis Borges: "si emociona ya es bastante", al referirse a la poesía, y los autores que se animaron compartieron con todos nosostros sus obras, que son el rico fruto de la vocación expresiva, el esfuerzo y la creatividad.


Y, ¿qué decir de El Libro de los Talleres? El generoso y polifuncional salón de Dunken se vio superado. Enhorabuena. El volumen XVIII de este clásico de la actividad literaria que nos distingue, llevada a cabo en los semilleros formadores de autores de nuestro país, se conformó con el aporte de los Talleres: "Andamios en Tinta", "Ándes", "Taller de Haiku", "Indicios en Tinta", "Taller de Lectura y Escritura Creativa", "Purapalabra" y "Tiempos". Fueron casi dos horas de idas y vueltas narrativas y poéticas. Si hasta hablamos de los orígenes de la escritura, recordamos el maravilloso Soneto de Quevedo de elogio a la imprenta, y junto con los coordinadores y talleristas leímos gran cantidad de textos, reflexionamos y nos emocionamos, literalmente.

En todos los casos, y como es costumbre, todos los autores de las distintas selecciones fueron obsequiados con el libro contenedor de su obra, y distinguidos con el diploma de honor con el que la Editorial da fe de la selección y publicación; siendo este ritual una de las paradas más esperadas y festivas de este tipo de encuentros.

En síntesis, tres bellos momentos en los que la cultura y la sensibilidad volvieron a amalgamarse para constituir la razón de ser de una propuesta editorial que siempre es una celebración de sentidos inquietos y significados profundos. 

¡Gracias a todos, por tanto y tan bueno!

Ricardo Tejerina




lunes, 10 de septiembre de 2012

PRÓLOGO PARA LA SELECCIÓN DE LAS PROVINCIAS (Editorial Dunken)


“Si en este instante bajar yo pudiera,
si soltara amarras y allende me fuera,
hasta la Pachamama quizás llegaría,
hasta las entrañas de la tierra nuestra.”
Fragmento de “Pasión Argentina”, 
que escribí en 2011,
 con el que humildemente me sumo 
a esta obra pletórica de sentidos.




Quiero comenzar estas líneas introductorias de la Selección de las Provincias destacando los tres pilares en los que, considero, se apoya esta obra:
El primero es de naturaleza emprendedora, puesto que surge a partir de la vocación de Editorial Dunken consistente en producir un proyecto literario de raíz federal, que posibilita la publicación de autores de todo el territorio nacional, los que unidos a través de la creatividad poética o narrativa, dan cabal testimonio de la potencia expresiva que distingue a nuestro pueblo.
El segundo, de matriz cultural, me remite a la idea de convivencia e interculturalidad dentro de ese mismo pueblo, puesto que este libro reúne aleatoriamente a dos géneros distintos como lo son el cuento y la poesía, (y a sus hijos dilectos: el microrrelato y la prosa poética), pero también contiene vivencias, circunstancias, costumbres, estilos, realidades y contextos diferentes, producto de la procedencia particular de cada autor. Esa característica heterogénea de orígenes (aun dentro de la misma Patria), deriva en una propuesta rica en matices y contrastes, pero de igual modo capaz de brindar una amplia idea de unidad colectiva, integradora y trascendente.
Finalmente, el tercer pilar es puramente artístico, pues esta obra es, por cierto, un emergente fidedigno de nuestro propio arte, construida desde las entrañas mismas de la Argentina íntima. Se trata pues de pinceladas literarias que desnudan la sensibilidad y agudeza de nuestros autores, todos comprometidos con la afanosa y noble tarea de la construcción de sentido, ya sea desde la más pura ficción desarrollada en un relato, o desde la realidad más cruel y dolorosa reconvertida en verso de poesía.  
¡Enhorabuena, que tengamos esta chance! Ciertamente, estamos alumbrando un hijo literario, concebido con la ilusión y el trabajo fecundo de los autores y la coordinación editorial. Como compilador, me siento honrado y afortunado de ser parte de esta creación colectiva que se ha nutrido con la fuerza creadora de todas las regiones argentinas; y como lector de la misma: me confieso por demás gratificado dada la riqueza y singularidad de cada una de las obras publicadas en este volumen, las que he seleccionado entre otras muchas, con la mayor rigurosidad profesional, unida –claro está– a la emoción y subjetividad que cada ejercicio de preferencia implica.
Es por demás auspicioso el contenido de este libro, el que fluye entre párrafos y versos, de conjunto combinados en súbita armonía. Se destacan los relatos escogidos por ser dignos tributos al género cuento, dando preciso testimonio de la vigencia y del virtuoso palmarés que acredita la narración breve a lo largo de la historia. Y también descuellan nuestros sensibles poetas que pergeñaron sus rimas inspirados en el afán de convocar a la más pura emoción.
Quien nos acompañe en la aventura de la lectura hallará en esta obra huellas, vestigios y deícticos de aquellas plumas americanas que llamamos “grandes” y que a todos nos subyugan; como si de modos diversos las musas de Don Atahualpa Yupanqui, o de Almafuerte, Neruda, Benedetti, José Hernández, Borges y Cortázar se llegaran hasta aquí para augurarnos el acierto del camino escogido y transitado. Hablo de esas mismas musas que el maestro Picasso no sabía si existían, pero siempre quería que lo encontrasen trabajando.
Los libros son como las personas, hay que conocerlos por dentro para apreciarlos y quererlos; no trepide entonces, amigo lector, en sumergirse en la pluralidad de sentidos que estas páginas le ofrecen. Y sepa también que no he venido a prometer sino a cumplir. Tan seguro de ello estoy que la primera vuelta de lectura va a mi cargo; puede usted empezar ya mismo, y también, por donde guste.

Ricardo Tejerina

sábado, 8 de septiembre de 2012

EL TIEMPO Y EL SER

Cinco amigos, un ritual y un registro fotográfico que ya lleva 30 años. O de cómo el tiempo es parte inescindible del ser desde sus distintas dimensiones.


El paso del tiempo deviene en una suerte de misterio cuya evidencia es abstracta y fáctica. La abstracción es la forma en que medimos a ese arcano temporal: los relojes y los calendarios nos ayudan en esa ingrata tarea; el aspecto fáctico es –literalmente– el envejecimiento.
El afamado escritor ruso nacionalizado estadounidense Isaac Asimov (1920-1992) solía decir que el paso del tiempo también era una cuestión de percepción; es decir: que no corría a la misma velocidad cuando se trataba de un placer que de una carga. Asumo que comparto plenamente el juicio del autor de Yo, robot y El hombre bicentanario, entre otras obras tan lúcidas y singulares.
La introducción viene a cuento porque en esta entrega quiero compartir con ustedes las sensaciones que me produjo el haber visto en Internet (Yahoo, Infobae, y otros) un curioso –y emotivo– ritual que desde hace 30 años llevan a cabo cinco amigos a orillas del Lago Copco en California, EE. UU. Estos, cuando muchachos, se tomaron una fotografía en la que se los ve sentados uno al lado del otro, en una típica toma de vacaciones compartidas. Cinco años más tarde repitieron la instantánea –en el preciso sitio y ocupando las mismas ubicaciones– y así lo han hecho hasta actualidad con intervalos de un lustro.
Las seis fotografías existentes representan 30 años, esos que comenzaron con la lozana juventud y que en el presente dan cuenta de las dignas madureces de los cinco amigos, otrora jóvenes. A fe digo que me resultó muy interesante la experiencia, pero no sólo por el registro del paso del tiempo –que ya de por sí es una grandísima idea– sino por el juramento de continuar con el ritual fotográfico hasta que viva el último de ellos.
De modos distintos, encuentro en la ocurrencia las dimensiones fácticas y abstractas del tiempo: las fotos –el registro– son el elemento tangible, la evidencia del tiempo ido con las secuelas de cambios fisonómicos de los protagonistas; por su parte, el juramento de continuidad de la ceremonia cada cinco años es el avance sobre la abstracción, el dominio sobre la dimensión simbólica. En buena medida es la lucha del hombre por darle sentido al fugaz cronómetro con que la vida nos cuenta los días.
Seguramente, muchos de nosotros acostumbramos a tomar fotografías de nuestros seres queridos, de nuestras mascotas, de los lugares que visitamos, de los festejos, etcétera. Cada una de ellas ha detenido el tiempo, ha convertido al instante en una imagen, pero una imagen con sentidos, pues la mera contemplación activa recuerdos y emociones que suelen jugarnos aleatoriamente buenas pasadas y también de las otras.
Sin que haya sido un fin en sí mismo, lo que a priori era un artículo algo más superficial, se convirtió en una suerte de reflexión metafísica, porque el tiempo siempre nos obliga a ir al nudo gordiano de la existencia, al plano ontológico y holístico, al recóndito universo donde campea el ser. No obstante, ruego a mis lectores que no juzguen a estas líneas con la severidad intelectual, sino que, más bien, déjenlas transcurrir por el plano de las menos exigentes y más elocuentes emociones.
Pues entonces, si de hechos y abstracciones hablábamos, diré que las fotografías son imágenes fácticas de los "recuerdos del pasado"; y que la imaginación es aquello abstracto que nos proporciona las imágenes de los "recuerdos del futuro". Tal vez el leit motiv de los cinco amigos, que cuando decidieron –ayer– se pensaron en el mañana... algo similar a lo que todos solemos hacer, aun sin fotos ni promesas, y sin saber a ciencia cierta si llegado el caso podremos dar cuenta presencial de nuestra propia existencia.
Hasta la próxima mirada. 
El Ojo Críptico