miércoles, 28 de diciembre de 2011

DE VUELOS Y OLVIDOS

Salvador Dalí

Muy lejos de aquí, en un pueblo donde las calles no tienen nombres y los ancianos han olvidado por completo sus recuerdos, existió un pájaro que nunca aprendió a volar. Su andar cabizbajo denunciaba la tristeza del ave trunca. Al principio, cuando todavía creía que con el tiempo esa dificultad se subsanaría, se hizo diestro en el arte del disimulo. Tanto es así que son célebres las múltiples excusas que el pájaro esgrimía cada vez que era instado a remontarse por los aires. En una ocasión llegó a decir que ese día no volaría porque él acostumbraba a hacerlo tan alto que las nubes tiznaban su plumaje. A su alrededor se tejieron un sinnúmero de historias que hoy día ya nadie recuerda. Muchas de ellas aseguraban que el pájaro había volado en sus años mozos y que luego dejó de hacerlo por una promesa de amor. Otras sostenían que una princesa maléfica lo había condenado a arrastrar sus alas por toda la eternidad, pues ella envidiaba la libertad de las aves. Las más heroicas lo pintaban como un bravo pájaro que había sido mutilado por predadores de la especie. Sin embargo, ninguna acertaba la verdadera causa ni desentrañaba la razón de por qué existía un curioso ejemplar alado que no podía volar. Casi en el ocaso de la vida, cuando desvalido el pájaro necesitaba la ayuda del prójimo, un anciano lo recogió de la calle gélida. Luego de una amena tertulia mantenida con su longevo protector, el pájaro se sintió cómodo y le confesó al viejo su problema: no puedo volar, le dijo. El anciano lo miró con piedad y con tono paternal lo consoló: siempre pudiste, lo que sucedió es que tu misión era otra, fuiste diferente para que todos los demás fueran iguales. Nadie repara en todas las aves que vuelan, pues ésa es su naturaleza, pero sí lo hacen en aquélla que no puede hacerlo. Inspiraste a poetas y trovadores que contaron tu desdicha con las más bellas armonías, aunque de ello nada queda. Movilizaste a pintores que te han representado de mil maneras con tus patas en la tierra, pero todos esos lienzos se han perdido. Por años fuiste adoptado como símbolo de la iglesia del pueblo y recibiste a los feligreses –hoy ya muertos– posado en la fontana del agua bendita… ¡Pero yo quería volar!, gritó el pájaro con tono destemplado. Tú puedes volar –dijo el viejo–, pero el día que lo hagas nosotros te olvidaremos porque uno más serás. No obstante, ve y cumple tu mandato, pues tu destino es volar… y el nuestro, tanto peor, siempre ha sido el mismo: olvidar.   

Ricardo Tejerina / 2011

sábado, 24 de diciembre de 2011

MI CUENTO DE NAVIDAD


Vincent van Gogh


Los cuentos de Navidad, por lo general, son relatos que exaltan las virtudes humanas y los actos altruistas, o las repentinas conversiones místicas de los protagonistas, o los sucesos extraordinarios que siempre tienen que ver con hacer el bien sin mirar a quién. En todos ellos sobrevuela la idea de que los hombres son buenos, y que si alguno no lo fuera, la Navidad es el momento propicio para el cambio trascendental. Quien desee escribir un cuento de Navidad y transite por estos caminos, de seguro hará lo correcto.
Sin embargo, mi cuento de Navidad no es así. Mi cuento de Navidad es cruel, hostil y desangelado. Mi cuento de Navidad es la crónica de un día de paco, o una historia de motochorros, o la vanagloria de un déspota. También podría ser el relato del miserable que le saca los documentos a la gente el día antes de una elección, el de una salidera, o el del que se roba la plata de  un plan de asistencia social.
Mi cuento de Navidad no tiene héroes, no tiene magia, no tiene regalos ni trineos. Tampoco tiene villancicos ni luces de colores. Mi cuento de Navidad no tiene esperanza. Porque mi cuento de Navidad habla de la miseria del más pobre, de la tristeza del más solo, de la angustia del más mortificado, del padecimiento del más adolorido, del resentimiento del más olvidado y de la ruindad del más malvado. Mi cuento de Navidad, en verdad, no es un cuento. Porque la vida, como decía Luis,[1] no es de Navidad.
Pero, por suerte, mi cuento de Navidad no está escrito, porque me duele dejar para siempre en el papel estas sensaciones tan dolorosas, tan desprovistas del espíritu navideño, tan sembradas de cardos y de ortigas por provenir de la más cruda realidad.
Mi cuento de Navidad es, entonces, un tiempo detenido, un pensamiento recóndito, una palabra no dicha. Mi cuento de Navidad no es éste, sino el próximo.

Ricardo Tejerina / 2011


[1] La Navidad de Luis, León Gieco.


martes, 20 de diciembre de 2011

ME GUSTAN LOS PINTORES

José Curia

Entre todos los artistas, me gustan los pintores. Alguna vez me dijeron con tono científico que esa preferencia mía se debía a que tengo una organización cognitiva visual y que eso hace que las imágenes tomen una posición dominante en mi manera de entender y procesar la realidad. Puede ser, pero prefiero una razón más simple: me gustan los pintores porque me ilusionan con sus paletas y sus telas. Al fin y al cabo, es mi gusto y también mi deseo; no tengo por qué someterlos a la cuadratura del círculo ni al Teorema de Pitágoras.
Y sí, me gustan los pintores. Dalí, por ejemplo, es mi preferido; pero también Picasso lo es; y Modigliani (¡Cómo me gusta Modigliani!); y van Gogh… me encanta Vincent (la pintura del café de Arlés es mi favorita). Si puedo continuar, les diría que admiro a Picabia, que cuando descubrí a Klimt me di cuenta de que la pintura es otra cosa; y que con el tiempo me enamoré de los impresionistas como Renoir, Manet y Monet. En tren de confesiones declaro que no hay brumas como las de Turner, ni figuraciones como las de Rossetti y Collier. Pero, ¿cómo olvidar a Delacroix, a David y a Ingres? Sería imperdonable, porque con ellos entendí más y mejor las contradicciones de la Revolución Francesa (¿existe alguna revolución más romántica? No lo creo. Como tampoco creo que exista un héroe revolucionario más impactante que el Che).
Digresiones al margen, ratifico el fanatismo que siento por el romanticismo alemán. Adoro a Friedrich y al caminante sobre el mar de nubes.  También a Ernst Kirchner y a Munch… Amigos, El grito es, sencillamente, impresionante. Si me permiten, también les diré que no concibo la posibilidad de excluir de mi lista a Kandinsky y a Mondrian. Tampoco a Malevich.
Pero, si no les dijera que mi debilidad son los muralistas mexicanos, con Siqueiros, Orozco y Rivera a la cabeza, estaría faltando a la verdad. Del mismo modo lo haría si no les contara que Frida y Tarsila son dos estrellas brillantes que inflan mi pecho americano. Y ya que por aquí andamos, no tengo más que asumir que mi sincera devoción se encamina sin resuellos hacia Emilio Pettoruti y Xul Solar.
A esta altura, ya no sé muy bien por qué he escrito esto, que no es un cuento, ni una poesía, ni un artículo. Sólo es un pensamiento escrito. Una bitácora de la memoria que me permitió una ensoñación con las obras de todos estos artistas impresionantes. Claro que sé, que cuando lo relea me daré cuenta de que he caído en flagrantes omisiones. Pero no ha sido el cometido de estas líneas hacer historia del arte, sino sólo contar lo que me venía a cuento.
Sólo decirles que entre todos los artistas, me gustan los pintores. Y que entre todos ellos, me gusta José Curia, mi amigo, el pintor.

Ricardo Tejerina / 2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿POR QUÉ ESCRIBIMOS?

Pablo Picasso

Los hombres escribimos, o comenzamos a intentarlo más propiamente, desde hace cinco mil años y, entre otras cosas, lo hicimos como una forma de trascender al olvido, a la muerte o, quizás, a la más absoluta desaparición. Pero, intuyo, que su sentido es aun más profundo y a la vez tan propio de la humanidad.
La escritura llegó para ser guardada, para resolver el problema que teníamos de “no poder archivar” nuestras emociones, conocimientos, episodios, historias y recuerdos. ¿Qué maravilla no? La escritura es vida después de la vida, pero su cabal sentido supera, incluso, a esta asombrosa epifanía.
Lo que se considera como el origen de una protoescritura son las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira (España), entre otras. Escritura y arte (entiéndase la categoría “arte” como una valoración nuestra, occidental y moderna, aunque no hubiera sido ésa –exactamente– la pretensión de los hombres del Paleolítico) se daban la mano entonces, se hacían amigos, nacían juntos de alguna manera y mutuamente se complementaban.
Pero la escritura en sí, surge en la zona de oriente medio, en la Mesopotamia de los ríos Tigris y Éufrates, en lo que es Irak actualmente, o lo que queda de Irak para bien decir. Allí irrumpía, tres mil años AC, con los sumerios, la escritura cuneiforme, que se efectuaba grabando los signos sobre tablillas de arcilla.
La primera obra de la que se tiene registro es: La epopeya de Gilgamesh. Epopeya... magnífica palabra que significa el derrotero del héroe, que aun sabiendo que su destino es perder, igual va a luchar. Agonizar es esperar la muerte luego de luchar la vida, viene de agón que significa el que lucha. Escribir es luchar de algún modo, o cuanto menos es dejar testimonio de esa lucha, la de otros o la nuestra propia; el escritor es también una suerte de agón.
Así como la imprenta de Gutenberg revolucionó el mundo aproximadamente en 1450 y a través de su acción democratizó las publicaciones, dado que multiplicó con su prolífica capacidad reproductiva los textos, siempre ello bajo la selectiva lupa del editor, hoy posiblemente sean Internet y los blogs un medio democratizador de los autores, quienes encuentran en la red un vertiginoso, inmediato y libre canal de publicación.
Es curioso el camino recorrido por lo impreso, dado que de aquella Biblia de cuarenta y dos líneas, incunable de la imprenta, con todas las características estilísticas del origen de la impresión y reproducción masiva, llegamos al libro electrónico, al libro editado por pedido, o al blog impreso al instante, archivado digitalmente y consumido por igual en los distintos extremos del mundo con la única limitación del idioma, ya que el tiempo y el espacio dejaron de ser obstáculos y quedaron relativizados.
Escribir para que alguien lea. Así ha funcionado esto desde Gilgamesh para acá. Antes fueron las tablillas de arcilla, una escritura incipiente patrimonio de unos pocos, aristocráticos e ilustrados. Hoy, con la escritura al alcance del mundo alfabetizado cuanto menos, es la maravilla más fabulosa para transmitir cualquier cosa. No podríamos hacer nada si no escribiésemos.
Honremos a la escritura, honremos a los autores, a los grandes e ilustres, aquellos que con su obra han dignificado a la humanidad y han producido, cada uno en su tiempo, una discontinuidad en la continuidad de lo escrito. Por caso cabe citar a T. S. Eliot, Apollinaire, Geoffrey Chaucer, Lewis Carroll, Jonathan Swift, Edgar Allan Poe, Kafka, James Joyce, o Cortázar, Artl y Borges, estos últimos entre nuestros exponentes más destacados.
Desde luego que también a los pequeños e ignotos, respetémoslos, dejémoslos crecer y vivir su mundo, lo compartamos o no. Aprendamos y maravillémonos con cada uno de ellos o sólo con los que más nos gustan. Permitamos que la expresión fluya libremente, que cada libro, hoy también cada blog, cada página, real o virtual, constituyan un tributo presente a Gilgamesh, a Héctor de Troya y al Quijote de Cervantes, que luchaban igual aunque su destino fuera la inexorable derrota.
Hagamos entonces que esta maravilla que es la escritura, y este gran arte, público o privado, individual o colectivo, en el libro o en la red, que día a día construimos entre todos y que forma parte de nuestra experiencia permanente y constante, sirva para la libertad y una realidad mejor. Quizás ése, sea el sentido de por qué escribimos, simplemente.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico

miércoles, 7 de diciembre de 2011

INTROSPECCIÓN (De pretéritos y prognosis)

RT

Sin proponérmelo, casi como el episodio de la magdalena y el té que relata Proust en su célebre En busca del tiempo perdido, recordé la novela de Hemingway El viejo y el mar. De inmediato, las facciones de Spencer Tracy en la piel del “viejo” se me hicieron omnipresentes, como si centellearan sobre el reposo del vino en la copa, o de él emergieran. Entonces me di cuenta de que, en buena medida, nuestros recuerdos funcionan con una lógica asociativa: uno lleva al otro, y al otro, y otro más. Fue así que, con mucha ejercitación y más disciplina, logré remontarme a los albores de mi memoria. Tanto recordé, que llegué al preciso lugar de la nada, a la hoja en blanco, a la línea muerta. Si bien eso puede parecer extraordinario, lo curioso es lo que sucedió luego, pues al pasar esa frontera accedí a la dimensión paradojal de los recuerdos del futuro. Allí me vi en la solitaria chalupa, con las manos cortadas por la sal marina y la línea de pesca, con la piel curtida y las sienes plateadas, con el torso al viento y la delirante obsesión enfocada en el gran pez. Allí me vi como aquel viejo, batallando digno, contra el mismo mar.   
Ricardo Tejerina 2011/12

viernes, 2 de diciembre de 2011

RELACIONES

RT

Como todos los días, bien temprano, el sol caribeño despunta en el horizonte. Sentado en el solitario muelle releo por enésima vez las páginas de Relato de un náufrago. En verdad pienso que esta vez el Gabo está más cerca que lejos, apenas cruzando el Mar Caribe, en la pintoresca ciudad de Cartagena de Indias. La brisa marina me despeina los recuerdos y me arranca una sonrisa que se funde en lágrima. De pronto, la figura de ella se me representa en la lontananza. Aunque fuera una quimera, deseo ir a buscarla, y así, evitar el terrible dolor que me produce el inminente naufragio de este amor.  

Ricardo Tejerina / 2011