domingo, 6 de abril de 2014

FRANCISCO, UN PAPA A LA MEDIDA DE LA SANTIDAD


Durante el pasado mes de marzo, el Papa argentino cumplió su primer año de papado. La impronta de Francisco es tal, que se ha convertido en la figura mundial más relevante. Por primera vez en la historia de la Iglesia el actual pontífice convive con un Papa emérito y en tan sólo 12 meses produjo una poderosa renovación de la institución y la fe cristiana. En esta entrega los aspectos más sobresalientes que igualan a Francisco con sus predecesores, para ofrecer la versión más singular de un Papa Siglo XXI llamado a la santidad.


Para empezar, debo confesarles que espero encuentren a estas notas interesantes. Siempre se tejieron misterios en torno a los sucesores de Pedro. Pocos lugares deben ser tan enigmáticos y cargados de secretos como la Capilla Sixtina, las recámaras del palacio apostólico o las grutas vaticanas. 

Tanto es así que incluso en tiempos relativamente cercanos se han urdido rumores de todo tipo: desde el eventual envenenamiento del pontífice de la sonrisa, Albino Luciani, cuyo nombre papal fue Juan Pablo I y gobernó la Iglesia apenas 33 días en el verano europeo de 1978; hasta la eventualidad de que hubo un Papa que no fue en 1958, Gregorio XVII, es decir el cardenal Siri, quien habría renunciado en pleno Cónclave. El mismo Cónclave que terminó eligiendo a Juan XXIII, el llamado "Papa bueno", y a cuyo secretario personal creó cardenal Francisco en el último consistorio, a pesar de tener 99 años de edad y no haber sido considerado por sus predecesores para la obtención del capelo cardenalicio. 

Todos misterios de la Iglesia, institución que le otorga al Papa la infalibilidad en cuestiones de fe, pero que suele presionar a los vicarios de Cristo en todas aquellas otras cuestiones que hacen a la vida terrenal y más prosaica. 

En esta apostilla referida al Papa argentino, sólo diré que en su presentación desde el tradicional balcón que da a la Plaza de San Pedro, Bergoglio repitió casi sin modificaciones las palabras de Juan Pablo II. Si buscan en YouTube, notarán que la introducción es prácticamente la misma: no parece una casualidad que el ex arzobispo de Buenos Aires haya escogido seguir la huella del Papa Wojtyla, quien a él lo creó cardenal en 2001; máxime ahora que todo indica que será justamente Francisco el que hará santo al pontífice polaco fallecido en 2005. 

El camino de la santidad, se construye desde el primer día y trataremos de dilucidarlo en estas líneas.

Ya señalé la similitud del mensaje inaugural de Francisco con el de Juan Pablo II. La forma, el tono y el mensaje, incluida la mención de ser obispos de la periferia y no de la centralidad de la curia romana, igualaba a ambos pontífices. Ahora quiero acercarles un dato tal vez menos conocido: el parecido del Papa Bergoglio con Albino Luciani, es decir Juan Pablo I, el hombre sobre el cual aún hoy se ciñe un manto de duda acerca de su súbita muerte en la madrugada vaticana de su trigésimo tercer día al frente de la Iglesia.

Deben saber ustedes que los obispos al ser ordenados escogen una heráldica (escudo) y un lema. El de Albino Luciani era una sola palabra: "Humildad". A Juan Pablo I se lo recuerda como "el Papa de la sonrisa", o de "la sonrisa de Dios". Ocurre que el ex Patriarca de Venecia (posición que también ocupó Juan XXIII), fue un hombre de origen muy sencillo y vida consagrada, simple y austera. Tal es así que muchos creían que aquel "humilde" cardenal de 65 años de edad preocupado por los que menos tenían, no estaba preparado para la responsabilidad y dignidad papal. 

Grata sorpresa fue entonces el Papa Luciani en el año del Campeonato Mundial de Fútbol realizado en Argentina: el sacerdote sin lujos ni boatos metió de lleno las narices -y su vida toda- en la sinuosa y críptica ruta del dinero del Vaticano, pero su tiempo terrenal le resultó esquivo. En actualidad Francisco toma esa posta, a sabiendas de que la humildad y la devoción por los pobres son valores imprescindibles en la construcción de la santidad. 

Pero, ciertamente, ¿es posible creer que un hombre (aun de la dimensión religiosa y ética del Papa), piense en la santidad para sí? A fe les digo que mi respuesta es afirmativa. De todas las dignidades terrenales posibles, la de Sumo Pontífice asoma como la más singular y extraordinaria, y es –tal vez– la que más trascendencia y legado exige. 

Un Papa santo no es solamente un emprendimiento personal del “elegido”, o una satisfacción del propio ego (más si consideramos que la santidad se concreta post mortem). La santidad es un objetivo altruista, en beneficio de la institución y de la creencia, pues las vidas santas que derivan en canonizaciones (previa acreditación de los dos milagros, por supuesto) siempre renuevan las alianzas de los fieles con la fe.

El desempeño del Papa Bergoglio al cumplirse el primer año de su pontificado parece el ideal: se convirtió en la figura más relevante a nivel mundial, sorprendió a propios y extraños con la sencillez del pastor vicario de Cristo, avanzó a paso firme hacia su “proyecto de Iglesia” y se reveló también como un competente hombre de Estado, templado y firme.

Las metas de este mundo parecen haber sido cubiertas con creces por Francisco, en el porvenir quedan pues las celestiales. Todos nosotros tenemos el privilegio de ser contemporáneos y coterráneos de un hombre nacido para ser Papa… y posiblemente para ser santo. 

Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico