domingo, 7 de julio de 2013

EL CARNAVAL Y SU SOMBRA… la muestra

  
Durante buena parte del mes de junio presentamos en el Salón de Artes Visuales de la Municipalidad de Tres de Febrero la muestra El Carnaval y su sombra.  La propuesta de rescate de la fiesta popular a través del arte, que tuvo como curadora a la gestora cultural Isabel Noya, involucró a tres lenguajes artísticos diferentes como lo son la pintura, la fotografía y la literatura, combinados a partir de las distintas miradas que aportaron los artistas plásticos José Curia y Rubens Ettomi, y también quien suscribe.
Isabel Noya planteó la muestra en tres núcleos: el primero correspondió a los óleos de Curia, el segundo a la serie de fotografías que realicé en 2011 del Carnaval de la Quebrada de Humahuaca, y el tercero a los acrílicos de Rubens que representan los momentos más potentes de la novela El Carnaval del Diablo, prologada por el reconocido antropólogo Ricardo Santillán Güemes, y que Editorial Dunken me publicara el año pasado. Ergo, podríamos decir que se trató de un avance cierto de prácticas estéticas imbricadas.
José Curia es un reconocido pintor oriundo de Calabria, pero radicado en nuestro país desde temprana edad. Su arte es colorido, polisémico y frecuentemente de generoso tamaño. Puede trabajar con igual acierto tanto la figuración como la abstracción, y revelarse al mismo tiempo como un autodidacta de seguro trazo. Más de las veces se torna osado y provocador, con telas que no resultan indiferentes al contenido social y político, las que suelen despertar plurales reflexiones que trascienden lo puramente estético. En esta ocasión presentó tres obras: un diablo carnavalero de técnica mixta, una abstracción titulada “Rey Momo”, y un tercer óleo fantástico en el que consiguió no sólo una exaltación sublime de la fiesta, sino que además le imprimió musicalidad y movimiento a la obra pictórica. ¡Bravo!
Por razones lógicas, prescindiré de juicios de valor sobre mis fotografías, no corresponde al autor hacer una valoración crítica de su propia obra, y además soy sólo un aficionado en ese lenguaje visual. Por lo tanto sólo diré que se trata de una serie de 10 fotos (de 28 por 35 centímetros, montadas sobre Fibrofácil) que intentan describir la intimidad de la marcha en caravana del Carnaval quebradeño, acompañada desde su partida en la plaza de Humahuaca, y culminando en el éxtasis ya bien alto en el cerro, donde los tres mil metros sobre el nivel del mar nos seducen con la posibilidad de tocar el cielo con el alma misma.
Para el final, adrede, dejé los acrílicos de Rubens Ettomi. Fueron estos, tal vez, los que más pujaron por la concreción de la muestra. Ocurre que luego de la primera presentación de mi novela El Carnaval del Diablo, allá por diciembre del año pasado, charlando con Rubens empezamos a entusiasmarnos con la idea de ilustrarla. Para bien decir, con la idea de que Rubens la ilustrara. Y así ocurrió. Él hizo una laboriosa recreación y “en seis viñetas” capturó la esencia del relato. No es habitual esto de “ilustrar novelas”, no ocurre a menudo, me gratifica que ése sea otro hecho singular que se vincula con El Carnaval del Diablo, producción que no cesa de darme satisfacciones, la mayoría de ellas tan inesperadas como emocionantes.
Reunido pues, todo este bagaje carnavalero (óleos, fotografías y acrílicos), fue la tarea armonizadora de mi habitual colaboradora y colega, Isabel Noya, la que le dio sentido y “relato” a la propuesta, logrando una muestra de la que todos quedamos conformes con sus resultados, pero más aun con la ética y la estética de la misma; improntas que también quedaron plasmadas en el vídeo ad-hoc realizado por nuestra productora cultural, y que fuera presentado como otra de las actividades inherentes al proyecto.
Así las cosas, y como no podría ser de otro modo, vaya el agradecimiento a todos los que suelen respaldarnos en este viaje testimonial por los caminos del arte y la cultura. 

Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico

lunes, 1 de julio de 2013

MI HORACIO, O LA CONTEMPLACIÓN


Me quedaba mirándolo por largo tiempo, confiaba en que la sola contemplación le proporcionaría el halo de vida que necesitaba. Su apariencia era humana, aunque tenía un porte más pequeño. Sin embargo, eso no lo hacía verse disminuido, era –simplemente– la reproducción mimética de un ser humano, pero a escala… un “hombrecito”, podría decirse. Su rostro era agradable y tenía un talle enjuto; sentado en la silla con las piernas cruzadas, adquiría cierto charme. Pensé que sería un buen compañero: hábil interlocutor, cómplice y confidente. El contacto con sus manos no me demostraba frialdad, por el contrario, estoy seguro de que la calidez de su temperatura me convenció muchas veces respecto de su voluntad de vivir (o de mí voluntad y de la transferencia hacia él). Tal vez por eso no renuncié al proyecto a pesar de la falta de resultados, y tal vez también porque sus ojos –de una coloración azulina intensa– me permitían acceder a lo recóndito, a los dominios espirituales, a la morada del alma. Claro está, si es que Horacio (le puse ese nombre por “Horacio Kalibang”, el autómata) podía tener una. Digo más, incluso: si fuera posible que un no nacido la tuviera, en ese caso yo creo haberla advertido; y si no fue así, habrá sido sólo el desvarío de un viejo y su némesis. A fin de cuentas, ¿a quién le importa? He esperado en vano alguna reciprocidad, alguna demostración de su parte, incluso una limosna de certidumbre trascendente, pero nunca ocurrió. Recordé que el mismísimo Miguel Ángel golpeó la rodilla del Moisés de mármol y lo inquirió al grito de: “¿Por qué no me hablas?”; también Lugones fantaseó con poder hacer hablar al mono Yzur (no era más que un cuento, lo sé, y tampoco era Lugones el que fantaseaba, era su personaje, también lo sé). De hecho, como otro eslabón de esa infausta cadena, Horacio, mi Horacio, jamás abandonó su estado inerte, jamás me dispensó su aliento… Pero, en el instante postrero, en el preciso momento en que yo cerré mis ojos para no volverlos a abrir, fue él quien no dejó de contemplarme, esperando vanamente devolverme ese mismo halo de vida, que al filo de la madrugada, se me había escapado.

Ricardo Tejerina / 2013