lunes, 15 de diciembre de 2014

LILITHLA, LA CRÍTICA


Por Marita Rodríguez-Cazaux

Luego del éxito de “EL CARNAVAL DEL DIABLO”, que agotó edición 2013, el escritor argentino Ricardo Tejerina presenta una nueva novela, “LILITHLA, LA TENTACIÓN TIENE NOMBRE DE MUJER”, con Prólogo de Julio Carreras, comprometido periodista, escritor y poeta nacido en Santiago del Estero.

Si el título no fuera suficiente para movilizar, la portada (tapa y contratapa) que ilustró el artista plástico Rubens Ettomi, tienta a penetrar en los cincuenta capítulos del thriller que remata en sustancioso Epílogo, aunando dos opuestos, INCIPIT, primeras palabras de un documento, y FIN, su extremo contrario, EXCIPIT.

“En el comienzo…” anuncia el Libro de los Libros, para ubicar el cosmos temporal en el plan de Dios, y agrega que, después de la creación gloriosa del universo, “creó Dios al hombre a su imagen y semejanza. “A imagen de Dios los creó. Macho y Hembra los creó.” A continuación, los bendice y los invita a “ser fecundos y multiplicarse”. 

Luego -es decir, después de haber sido documentado este episodio en el texto bíblico-, relata que Yavhé, en la escenografía del bello Paraíso, dispuso que “no es bueno que el hombre esté solo”. Así pues, haciéndolo caer en un profundo sueño, toma una de las costillas del cuerpo viril y forma a Eva, a la que presenta ante el hombre, quien exclamó: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne, será llamada varona porque del varón ha sido tomada”.

Ahora bien, ¿qué hace clamar a Adán, “Ésta sí…”, si en verdad Eva fuera la única? ¿No es acaso expresión tácita que refiere a <Otra/Aquella/La>, creada como antes se dijo “a imagen y semejanza”?

A partir de estas referencias, transcurre la fenomenal novela de Ricardo Tejerina, con un elenco de personajes que enfrentan el destino propio y batallan sus cielos y sus infiernos.

El Paraíso, es el mundo habitado en época contemporánea donde transcurren las pasiones y los desencuentros del elenco que rodea a Lilithla (la, femenino y singular) y a Adam. 

El simbolismo, emerge desde mitos y leyendas e integra significativos elementos. Así, las tribulaciones de Magdalena y Cristian, el nacimiento de Lilithla, la aparición de Samael. El encuentro de la bella Lilithla y el joven Adam Smartfin, docente de la cátedra de Historia de la Cultura en Universidad del Santísimo Salvador. La atractiva Cristal, confidente y amiga de Magdalena, con quien la niña mantendrá una sólida relación. Miguel, Natividad y sus relaciones con Boris Olenkov y Amílcar Carvalho.

En el Capítulo 12, aparecen los significados de nephilims y lilims, y una frase que hay que llevar presente en la lectura de los siguientes capítulos “la primera mujer es la que engendra a la última”[…] aquella primera, la concreta heredera, […]la más negada y omitida, la más repudiada y prostituida, la más renegada y libertaria[…]”.

Otro párrafo en boca de Cristal, en el Capítulo 24, “[…] Luzbel es un enigma en sí mismo, y la incertidumbre es su terreno […] la imprevisibilidad está en su naturaleza”, aporta suspenso sobre el avatar que espera a Lilithla, quien deberá limitar su poder con ayuda del amor. 

Por el Capítulo 33 (acertado mensaje de numerología), dos personajes descubren en el ordenador un escondido nombre femenino. En ese momento se descarga una lluvia impiadosa que golpea los vidrios de la ventana, un diluvio casi universal que relampaguea sobre la lumínica pantalla de la computadora y agita las aguas de las suposiciones. 

En la página 114, filosa descripción de Luzbel, y su propio pensamiento, “pobres criaturas salvajes” paseando su mirada por la disco, antes de subir a la limusina negra e impartir una orden que traerá minucioso entramado. Más adelante, página 160, la reflexión de Luzbel, ya no tendrá la misma fuerza “[…] de pie, implorando que lo viera —Ya no me ve, ya nada será como ha sido y todo será como entonces. Es una cruel paradoja, hay victorias que engendran derrotas y viceversa… […]”y se anonadará, para luego, desandar sus pasos y marcharse por donde había venido. 

Genial habilidad para recrear, en el Capítulo 48, la atmósfera en la que Lilithla y Adam, trasvasan su propio Paraíso sensual. A esta altura de la novela, los sucesos orientarán a un ritual que llevará al cierre, del que participarán cuatro de los protagonistas, orientados en cruz hacia los puntos cardinales.

Aquí me planto, un crítico literario que se precie no debe desnudar el desenlace y, mucho menos, el de novelas de suspenso. No quisiera cometer este pecado capital, por temor a que se me obligue a purgarlo por toda una Eternidad. 

Dispénseme misericorde, el Lector Amigo, y permítame un apunte personal sobre el Autor.

Ricardo Tejerina, tiene claro el mapa de escritura, no pierde el hilo conductor y cada personaje desarrolla cabalmente, pasado, presente y futuro. Lo hizo en la novela anterior, lo hace ahora. Es decir, hay tela para cortar y Tejerina sabe cómo hacerlo. 

Estas sintonías logran que se avance con buen ritmo. Aquí, hagamos una aclaración: cuando el Lector apenas apoya la punta de su paso sobre el texto, es porque la narrativa, no permite otra marcha y el relato peca de insustancial, se trata de una historia “sobrevolada”. Por lo que hallar el punto que corresponde a transitar gozosamente la lectura, dejando huella al pasar por los renglones, es un logro que otorga altura literaria. Y, Ricardo Tejerina, la tiene con largueza.

No resta más que exhortar al Lector, a conocer de cerca y sustancialmente, a “la única capaz de producir el sincretismo entre lo humano y lo divino”. La que se resistió, celosa de su independencia, a no vivir sino tal como fue creada, “a imagen y semejanza”.


“LILITHLA, LA TENTACIÓN TIENE NOMBRE DE MUJER”, de Ricardo Tejerina.
168 Páginas - Editorial Dunken (2014).
http://www.dunken.com.ar/web2/libreria_detalle.php?id=13894

sábado, 6 de diciembre de 2014

HABLEMOS DE CUENTOS

Julio Cortázar y Jorge Luis Borges

En esta entrega el autor analiza y repasa algunos de los mejores cuentos de la literatura argentina y universal. Digno broche para cerrar la cuarta temporada de El Ojo Críptico.

Hace unos días, la editorial con la cual trabajo (Dunken) me convocó para realizar durante el primer trimestre del año próximo una “clínica de cuentos” junto con la colega Marita Rodríguez-Cazaux, en el marco de su programa ROI (Recepción de Obras Inéditas). El propósito de una actividad como ésa es brindarles a los participantes un conjunto de herramientas (teóricas y prácticas), para que en base a ellas puedan realizar su propia obra y publicarla.

Ya no se trata de un trabajo libre y autodidacta, sino de una elaboración guiada a partir de una cantidad de premisas establecidas y competencias adquiridas. Es, en suma, un salto de calidad y al mismo tiempo una armonía compositiva por parte de un colectivo con motivaciones uniformes (en este caso, autores participantes de una “clínica”).

El interesante proyecto me llevó a bucear en el género en cuestión y rescatar una cantidad de textos y autores que –a mi humilde juicio– no sólo son ideales para la ejercitación, sino voces preclaras de la literatura moderna y contemporánea. 

He confeccionado, pues, una ajustada nómina de escritores (mayoritariamente argentinos) que han descollado como cuentistas. Sin que su enumeración responda a un orden de prelación, mi selección de autores es la siguiente: Jorge Luis Borges, Rodolfo Walsh, Leopoldo Lugones, Julio Cortázar, Eduardo Ladislao Holmberg, Horacio Quiroga y Edgar Allan Poe. 

He preferido a los autores nacionales, es cierto, pero no podía evitar a Quiroga (uruguayo) ni tampoco al bostoniano Poe. Justamente, uno y otro son autores de algunos de los cuentos que más me han influido e impresionado (en todo el sentido de la palabra) y tal vez también sean ellos imprescindibles referencias a seguir en el mundo de la narrativa, merced a la valía de sus obras y a la singularidad de sus estilos.

Por caso, considero que “El extraño caso del Señor Valdemar” ("The Facts in the Case of M. Valdemar", 1845) de Edgar Allan Poe (1809-1849), es una de las obras cumbre del género. Está claro que del “maestro del cuento” pueden citarse una gran cantidad de relatos y no fallar con ninguno. Quién no pondría entre sus favoritos a: “La carta robada”, “El tonel de amontillado”, “El enterramiento prematuro”, “Los crímenes de Calle Morgue”, “La caída de la Casa Usher”, “El gato negro” y tantos más…

En cuanto a Horacio Quiroga (1878-1937), confieso que el autor de “El almohadón de plumas”, “La miel silvestre”, “La gallina degollada” y “A la deriva” entre otros, junto a Walsh, son mis favoritos. Del uruguayo tengo el recuerdo de la escuela primaria y secundaria de aquellos muy difundidos y maravillosos Cuentos de la selva y Cuentos de amor de locura y de muerte, textos que hacen de Quiroga uno de los autores más populares y leídos hasta la actualidad. ¡Y vaya que eso sí es justicia! Del segundo libro, recomiendo fervientemente un cuento titulado “El solitario”; en él Quiroga despliega todo su talento como cuentista, pero adicionalmente le imprime una sutileza descriptiva y halo poético a la crueldad de la historia, que, además, lo revela como un cultor de sentidos que trascienden a la ya de por sí excelente narrativa que lo caracteriza.

Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Leopoldo Lugones y el ya mencionado Rodolfo Walsh, conforman un póker de ases de calidad superior. Todos cuentistas de fina pluma aunque diferentes entre sí, devienen capaces de remontar cualquier historia. El mentado cuarteto nos ha dejado algunas piezas que resultan paradigmáticas. 

De la obra de Borges nombrar sólo algún cuento es tropezar con una inopinable mezquindad o debilidad de conocimiento de su obra. Vaya pues Ficciones completo y también El Aleph. Si algo es preciso destacar del ganador del Premio Cervantes en 1979, es la creación de la narrativa apócrifa, que no es otra cosa que presentar sus textos de ficción con una verosimilitud que logran hacer que el lector cruce la frontera de la realidad y desconozca desde ese preciso momento sus certeros límites.

Cortázar, Lugones y Walsh, nos han legado obras magníficas. El genial Julio las hizo todas. Desde algoritmos insólitos como “Instrucciones para subir una escalera” hasta relatos inolvidables como “Casa tomada” o “El hijo del vampiro”. Por su parte, Leopoldo Lugones (en cuyo homenaje se celebra el “Día del escritor”) con su cuento “Yzur” (que trata sobre el afán del protagonista por hacer hablar a su chimpancé) dejó lo que muchos consideran como el mejor relato de la literatura argentina. En tanto, Rodolfo Walsh descolló con cada uno de sus cuentos de atmósfera negra. El volumen Cuento para tahúres y otros relatos policiales es de lectura casi obligatoria para cualquiera que pretenda aproximarse al autor desaparecido por la última dictadura. 

Para el final, a propósito, dejé Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937). Tal vez el menos conocido de todos los autores nombrados, pero no por ello menos diestro. Holmberg, que era médico y naturalista de profesión, volcó todos sus conocimientos científicos en su obra literaria. Convengamos que el siglo XIX y su rémora se caracterizaron por un deslumbramiento por la ciencia y el transitar por las fronteras de la misma. Así fue que este escritor argentino concibió al menos dos cuentos que por derecho propio están en el panteón de nuestra literatura: “La bolsa de huesos” y “Horacio Kalibang o los autómatas”. Búsquenlos en la web, no se van a arrepentir.

En síntesis, este acotadísmo repaso por el género emblema de la narrativa vino justamente “a cuento” por la sabia intención de Editorial Dunken de realizar el año próximo una “Clínica de Cuentos”. Enhorabuena por el emprendimiento, pues ya lo decía Bioy Casares (otro de nuestros grandes narradores): “El propósito fundamental de la profesión de escritor es contar cuentos”. 

¡Felices fiestas! Nos reencontramos, Dios mediante, el año que viene en este mismo lugar.

Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico