viernes, 30 de marzo de 2012

El diario íntimo de Proserpina (versión completa)

(Transcripción del diario íntimo de Proserpina hallado entre lo que fueron las pertenencias de la profesora Athena Eleusina y ofrecido a este cronista para su publicación por sus derechohabientes).

22 de enero de 1944: Antes de cumplir 25 años he tenido una revelación. He conocido a alguien cuyo paso fue efímero, pero su huella perenne. Fue una historia muy breve, tanto que nos dimos la bienvenida con un adiós. De tal episodio he inferido que la pasión puede ser inversamente proporcional al tiempo. Quisiera poder escribir más. ¿Habrá más?”

23 de enero de 1944: Me hallo desolada. Su imagen retumba en mis sueños impidiéndome descansar. Creo que he idealizado a ese hombre. Tal vez debería ir a buscarlo. Quisiera acariciar su cabello y apoyarme en su hombro apretada a su pecho. Es mucho mayor que yo, ¿por qué me ha cautivado sumiéndome en esta crónica de ausencia? Estoy llorando.”

24 de enero de 1944: ¿Qué es el amor? Me hago esa pregunta de modo incesante y sólo alcanzo a describir una cadena de desengaños. Al redactar esto me sonrío. A veces quiero acertar una reflexión inteligente sobre los sentimientos. Lo sé, es un snobismo. Parezco dura pero soy frágil en la intimidad. Igual sé lo que quiero. Lo quiero a él. De todos modos, hoy es un día muy triste para mí.”

28 de enero de 1944: No he escrito en mi diario durante algunos días. Estuve muy ocupada y apenas me quedó tiempo para las obligaciones diarias. He recibido una carta. Me he quedado contemplándola sin abrirla. Intenté que el sentido del tacto y también el del olfato me revelasen sensaciones que las palabras –a veces– no trasuntan. Puede que alguien piense que se trata de cosas de niñas, pero yo sé que en esos “pequeños secretos” moran las historias de amor. ¡Ah! Por supuesto, la carta es de él.”

29 de enero de 1944: En ciertas ocasiones, muy íntimas y privadas, me pregunto quién soy. Creo que todos lo hacemos. No es exactamente para saber quiénes somos, sino para afirmar nuestra identidad, la que suele diferir según el ámbito. Aquí soy Proserpina, la auténtica reina, en la calle soy una más. Tal vez eso sea lo que cambie a partir de hoy, pero no es que dejaré ser reina aquí, sino que también lo seré allá. Escribo esto mientras leo mi carta. Cada renglón de mi amado justifica lo que digo.”

29 de enero de 1944 (más tarde): La carta que he recibido es la más hermosa que una mujer puede esperar. En ella, él viene por mí sin concesiones. A fe digo que lo ha hecho de un modo convincente, con su poesía me demuestra todo su amor; pero también que él es el hombre, el que me llama y atrae. Transcribo a continuación los versos que, desde entonces, no he dejado de releer: A ti te convoco, mujer, a buscar el octavo color del arco iris. A ti te convoco, mujer, a robarnos el reflejo de la luna. A ti te convoco, mujer, a guardar toda el agua del mar en una gota. A ti te convoco, mujer, a perdernos en el jardín de nuestra infancia. Y a ti, te convoco, mujer, a restañar la barcaza del olvido. Sólo por amor, sin más equipaje, que el corazón dolido. Estoy tan emocionada…”

30 de enero de 1944 (primeras horas): No quise esperar la llegada del alba. De pronto sentí la necesidad de escribir en mi diario su nombre. Pensé que si algo me pasara no quedaría ningún registro, ningún dato, ninguna pista de quién es el hombre al que yo amo. Me di cuenta de que uno de los recaudos que toma el amor es grabarse en la memoria, al tiempo que nos inflama el corazón. Amor e identidad son compañeros, como lo son el desamor y el anonimato. Con mi mano temblorosa hoy escribo su nombre: sólo Juan. Así es la forma de mi amor: una idea, una pasión. Sólo así.”

31 de enero de 1944: He tenido un sueño, lo he sentido tan real, tan vívido. Me vi junto a él, pero de un modo que no sospechaba. Era su mujer, sí, pero también su compañera. Me dio la impresión que sus palabras se agigantaban y reverberaban. Sé que mi amor no es flor de ceibo, y sé que lo que viene navegará entre la alegría y el dolor. La vida funciona con equilibrios que suelen ser crueles: como Santa Rita, lo que te da, te quita. Mi sueño me augura el amor de mi hombre, pero temo que también tenga un reverso de pesadilla. No quiero pensar en ello, al decir de todos soy tan joven y tan hermosa…”

(Notas de la profesora Athena Eleusina, escritas al margen en el diario de Proserpina, con tinta roja) “¡Pero cómo esta mujer advierte su destino! De alguna manera presiente lo que vendrá. Amada y odiada, siempre ella.

1ro. de febrero de 1944: Él es un hombre importante, singular. Su porte marcial me agrada, pero más me gustaría que fuera pueblo. He oído por allí que las mujeres son las que moldean a los hombres, las que los completan, las que los elevan o los hunden. Me sé cometa y no yunque. Tal vez, él me necesite a mí, más de lo que yo lo necesito a él. Debo recordar no presumir de esto en público.”

(A continuación el diario de Proserpina presenta páginas faltantes, tal vez cinco o seis. La profesora Athena Eleusina ha dejado algunas anotaciones al respecto. Este cronista las transcribe sin más dilaciones, pero no puede omitir sus sensaciones a pesar de su pretensión de objetividad. En verdad cree que se trata de una suerte de oración). “Santa mujer, bendita eres tú, pero incapaz de vencer a la ponzoña. ¿Qué no hay Dios que te salve? Tu nombre será invocado como estandarte de victoria; pero de otros y no tuya. ¿Sabes a dónde te lleva este camino? Al fin, que sea tu voluntad, y no la mía.”

12 de febrero de 1944: Es extraña la manera en que suceden las cosas. De pronto, mi vida parece encaminarse. Me siento condenada al éxito. Quienes desdeñaban mi profesión, hoy estarán masticando su acritud. ¿Creen que una actriz es una zorra? ¡Por favor! Tengo a mi lado a un hombre poderoso, y que aún ni siquiera ha despertado. ¿Escribí despertado? Sí, y le doy a esa palabra dos sentidos: uno literal, pues duerme ahora, aquí, en mi cama; otro figurado, pues todavía no son tantos los que han visto lo que es capaz de hacer y hasta dónde puede llegar… conmigo, claro está.”

13 de febrero de 1944: Al escribir estas confesiones me he dado cuenta de que hay un tiempo para meditar y otro para hacer. Puede que la línea que separa a uno del otro sea muy delgada y, en algunos casos, imperceptible. Sin embargo estoy convencida de que el mundo es de los que se animan, y animarse es hacer y no sólo pergeñar, menos aún rememorar. Tal vez ya no vuelva a estas páginas, sino en búsqueda de consuelo; tal vez ya no derrame mis emociones con auxilio de la tinta. Mi nombre, mi verdadero nombre, evoca a la mujer y a la manzana. De algún modo, son las dos caras de lo mismo: la tentación y la sabiduría. Hoy parto rumbo a mi destino, dejando atrás a Proserpina, con el tiempo de testigo y la ilusión de ser millones.” 

Ricardo Tejerina / 2011

miércoles, 28 de marzo de 2012

Y UN DÍA ESCRIBIÓ MANUEL (O Consuelo y Soledad Parte Final)

Pablo Picasso

Coria, durante la Navidad de 2011.
Querido Rafael, sabes que yo no escribo cartas a menudo y que tampoco lo hago muy bien. Soy un tío moderno y me manejo por textos en el celular o por el chat, allí puedo abreviar y usar palabras raras o inventadas para la ocasión, pero en la cartas, ni modo, así que prepárate para una reprimenda.
Te cuento que he recibido tus confesiones y que las he leído en medio de los festejos de la Nochebuena. ¿Te ha ocurrido algo malo? Porque te expresas fatal. ¿A qué se debe ese voseo reverencial? Nunca me escribiste de tal modo, ¿te ha afectado tu voto de silencio? ¿O es, acaso, que en el convento hablan así? ¡Ah! Ya veo, a ti todo se te pega, como las mujeres bellas e inteligentes. Pero mira que eres un personaje, Rafael.
Durante años he sido tu paño de lágrimas, ¿quién sabe más de Consuelo y Soledad que yo? Ni tú, creo. Te juro que si me gustaran las mujeres te envidiaría –sanamente– pero con todas mis fuerzas, porque son dos tías extraordinarias. De lo mejor que Dios ha puesto en esta tierra. Y tú… un verdadero saltimbanqui, y del todo incorregible. No obstante, si no te ofendes, te diré todo lo que pienso, pues un amigo sincero no se calla. Ahora, sírvete un trago, siéntate y sólo lee. Los que nunca escribimos, cuando lo hacemos, vamos por todo.
El amor es cosa seria, Rafael, porque la vida lo es, a pesar de que le hagamos de vez en cuando alguna finta. Por más que hayas logrado convencer a las dos tías y formalizar ese triángulo a partir de un equilibrio de cristal, creo que debieras analizar todas las aristas de un problema tan complejo; pues nosotros, los que somos de buena madera, con los sentimientos de los que amamos no embromamos. Permíteme ponerme serio, creo que tengo autoridad para sostener lo que te diré.
Tú me conoces bien, tenemos una amistad que se remonta a los años de la escuela cuando ambos estábamos allí, en Madrid. Fue entonces que me di cuenta de que no me sentía atraído por las niñas, y fuiste tú quien me consoló por las palabras crueles y las bravatas de los otros niños. También fuiste tú el que retempló mi espíritu y el que me convenció de que podría decirle todo a mis padres y que ellos me querrían igual o más, y más tarde me diste el ánimo para –también– proclamarlo al mundo entero, porque a fin de cuentas, cada quien es como es. También fuiste tú quien lloró junto a mí por mi primer desengaño y el que me dio el primer cigarro. Vicio que tú dejaste y que a mí se me ha adherido como sanguijuela. De hecho acabo de encender el segundo y apenas voy por el quinto párrafo.
Mi querido, tengo 30 años, el cabello con reflejos dorados y la piel bronceada, soy bien parecido y los pantalones me calzan justo. Eso indica que aún soy joven y deseable, pero sé que no durará para siempre. Tú también lo sabes: lo bueno, se nos escurre como el agua entre las manos. Todavía puedo andar de aquí para allá sin compromisos ni ataduras viviendo la vida loca, comprarme un sombrero panamá y viajar a Cartagena de Indias para encontrarme con mi amor de verano –que por supuesto es joven y bello– y que me desea tanto como yo a él. Pero –siempre hay un pero–, ¿qué pasará mañana? ¿A dónde irá a parar mi amor? ¿Y dónde queda nuestro hogar? ¿Quién nos esperará al regresar y nos recibirá con un beso familiar? Te imaginas que me asustan las respuestas. ¿Vas comprendiendo lo que digo? Sé que sí.
Me encanta Consuelo, es tan linda y generosa. Recuerdo esa noche que vino desconsolada a mi casa que queda tan lejos (desconsolada, que ironía) porque se había enterado que tú la engañabas con Soledad. Nos bebimos algunas copas y nos fuimos de tapas. ¡Qué velada!, mi querido. Yo no hice más que hablarle bien de ti entre bocado y bocado. ¡Sabes cómo te quiero, papanatas! Veo que he tenido éxito, pero es hora de poner en caja todo, porque, como tú dices: “todo lo que no se resuelve, vuelve”.
También adoro a Soledad. ¡Qué brillante es esa tía! Con ella visité el Prado cuando trajeron a los maestros impresionistas y yo estaba de paso por la gran ciudad; que por cierto no hace tanto. Hizo que me rindiera ante Renoir. A fe digo, como si fuera el principal de tus salieris, que: “una conversación con ella es el placer más acabado”. ¡Cómo y cuánto te quiere, mi querido! Pues que debes ponerte los pantalones largos y resolver la encrucijada. Si hay algo que no merece Soledad, es estar sola, esperando lo que, posiblemente, nunca llegue.
Rafael, ¿sabes con qué sueño? Con una familia. Quiero casarme y tener hijos. Arroparlos en las noches, hacer los deberes con ellos desparramados en el piso de la sala, o cuidarlos si están enfermos, para luego verlos correr como gacelas por el parque. Quiero el abrazo fuerte de mi amor, sentir su cuerpo tibio junto al mío, y despertar al alba sin la incertidumbre que me produce el despunte del sol en mi ventana, y así, poder envejecer juntos y apaciblemente. Quiero una vida común, no marcada por el prejuicio al diferente. Pero, aún yo no estoy listo, pues mi vida es un tanto disipada y no quiero ver sufrir a los que amo. El amor es generoso, Rafael, no egoísta.
Por todo esto, mi querido, es que te digo, como bien lo decía Ortega, que uno es uno y sus circunstancias. La felicidad es algo que no se consigue al mercadeo. También la vida es la que baila al compás de Santa Rita, aquella santita a la que le endilgan que lo que te da, de hecho te quita. Sé que es duro Rafael, pero te mentiría si te dijese que todo puede continuar así. Más tarde o más temprano tendrás que sincerar tu corazón y tomar la más difícil decisión. El amor de verdad exige todo, mi querido. No resiste en el tiempo el intento de un corazón partío en dos.
Así las cosas, tal vez sí, Consuelo se case en un futuro con el joven notario de Madrid, tenga sus niños y la sonrisa le surja plena en su hermoso rostro. Déjala libre, Rafael. Si la amas como dices, échala a volar, porque ella merece todo de un hombre y no sólo una parte. Y puede que también Soledad cumpla a pies juntillas con su más íntima vocación, dedicando su hermosa vida al misericordioso Señor que hace tanto que la aguarda. ¿Quién otro la ha acompañado en sus desvelos solitarios y tristezas más recónditas? Si en verdad la quieres, déjala ser sin que tu última lágrima la haga llorar a ella también.
¿Sabes qué ocurre, Rafael?, el amor de verdad exige que des más de aquello que te falta, y no menos de lo que te sobra en cantidad, que por cierto, es mera hipocresía. Pero… ¡qué dolor!, amigo mío, lo entiendo más que bien, y tú lo sabes.
Tú eres un tarambana, mi querido. Pero también eres un buen hombre. Haz que no sufran Rafael, las cosas no son a cualquier precio, sino como deben ser. Sé el mejor amigo de ambas y no el peor de sus compañeros. Con el tiempo, ambas lo sabrán apreciar, ya verás.
Notas que me he puesto grave. Pues ya basta. Acabo de tirar al suelo el cenicero que desbordaba de colillas. ¡Qué horror!, ha quedado todo hecho un desastre. Voy a limpiarlo… no, mejor después.
¿Qué te parece si te vienes unos días a casa aprovechando el fin de año? Ven con Consuelo y también con Soledad. Compartamos juntos el momento sublime de encausar esta relación tan particular que a todos nos convoca. Convirtamos la indignidad del engaño en el virtuosismo perenne de la amistad más entrañable. Seamos todos para uno y uno para todos, del mismo modo que Dumas juramentó por siempre y para siempre a los hidalgos Mosqueteros, en ese caso singular donde tres, en definitiva, siempre eran cuatro… ¡cómo nosotros!
Ay, mi querido, hasta aquí llego. Y te confieso que no te he llamado porque de ese modo te obligo a venir “para ponerle fin a tu condena”.
Mira que ya estoy esperando. Besos del corazón.
Manuel J
PD: ¿“Creéis vos” que yo podría encajar en el convento? ¡Ni que lo digas! ¡Cómo te quiero, bribón! Me voy a barrer este chiquero y a contar las horas que faltan hasta que lleguen por aquí.

Ricardo Tejerina / 2011

sábado, 24 de marzo de 2012

LA TROMPETISTA DE LOS OJOS COLOR MIEL

Anónimo

Cinco noches en New York tenía por delante. Eran los días previos a la Navidad y toda la ciudad tenía el alboroto propio de las jornadas preparativas de las fiestas. Más acostumbrado a los climas cálidos y tropicales, el invierno neoyorquino no me sentaba tan bien. 
Durante el día tenía las obligaciones corrientes de un ejecutivo extranjero en la casa matriz de una típica multinacional. El hotel era el lugar obligado de las escalas diurnas y la lujosa cárcel de las noches insomnes y solitarias.
Con inglés latinizado me abrí paso comunicativo. Luego de pasar dos noches en duermevela decidí aventurarme en la gran manzana. Con atuendo gris y abrigo discreto caminé por las calles de la ciudad, sin desatender a la prudencia que me recomendaba no alejarme demasiado.
Las luces, el bullicio y el gentío me intimidaban más de lo habitual. Creo que pensé que los hombres no eran muy elegantes y que las mujeres devenían demasiado fugaces. Trataba de buscar con la mirada los ojos de alguna, como si buscara a esa pasante de la que habla Baudelaire, pero no. Todo resultaba lejano y algo díscolo.
Un pizarrón callejero ubicado en la puerta de un bar llamó mi atención. Mágicas noches de jazz y blues prometía un cartel adherido a él. Miré hacia adentro del lugar a través del resquicio que dejaba el grueso cortinado carmesí que se desplegaba detrás del ventanal del local. Unas pocas personas mataban su tiempo con más pena que gloria. En el fondo, sobre una módica tarima que hacía las veces de escenario, creí advertir una silueta femenina sentada sobre un taburete alto y con una trompeta como única compañía.
Con curiosidad mezclada con reserva entré y me acomodé en una mesa cercana a la intérprete pero algo lateral. De fondo sonaba una pista grabada y sobre ella la mujer improvisaba sus notas con delicada seguridad. El largo cabello le llegaba a la cintura, mientras que el vestido descubría adrede una sola de sus torneadas y largas piernas. A medida que tocaba se movía de manera acompasada. Primero giró y me dio la espalda por completo, luego volvió a su posición habitual, y finalmente me miró de frente.
Sus ojos color miel confesaron a mi mirada al ritmo del blues más triste y melancólico. En la penumbra selectiva del lugar esa mujer trompetista desnudaba mi alma errante y solitaria. Hubiera querido besarla, asirla por la cintura y atraerla hacia mí. Sin pensarlo me incorporé y quise acercarme más, pero mis ojos la buscaron en vano. El taburete vacío dispuesto sobre la tarima que hacía las veces de escenario daba un testimonio de ausencia inexplicable.
Me dirigí a la barra y con mi aceptable inglés latino le requerí al barman por la trompetista de los ojos color miel. El hombre sonrió, pero no con intención de burlarse, sino con algo de piedad amalgamada con ternura. Acá, y en casi todos lados, los trompetistas siempre son hombres –dijo.
Abochornado busqué la salida, pero antes de que pudiera ganar la calle una mujer de larga cabellera y provocativo atuendo entró de súbito al bar y se acomodó en la mesa que yo había abandonado. La silueta de un trompetista  vestido de gris se dibujó sobre el taburete y sus miradas se cruzaron.  
El barman me miró y sonrió otra vez. Mientras tanto, yo supe que sólo debía esperar.

Ricardo Tejerina / 2012

jueves, 22 de marzo de 2012

PRÓLOGO PARA RdF (Editorial Dunken)

Recuerdos de Finisterre, Editorial Dunken

El género cuento es, tal vez, uno de los preferidos de los escritores de todos los tiempos. Hay en el mundo literario un cierto consenso que posiciona al narrador bostoniano Edgar Allan Poe –autor de joyas como: “El extraño caso del señor Valdemar”, “La carta robada” o “Los crímenes de la calle Morgue”– como la referencia más luminosa en la constelación de eximios autores que con su talento contribuyeron a la merecida consolidación del relato breve.
Paralelamente, nuestra América Latina ha dado cuentistas de excelencia: Borges, García Márquez, Cortázar, Rodolfo Walsh y Horacio Quiroga no pueden faltar nunca en ninguna reseña de los puntales del género; porque obras como “Funes el memorioso” o “Las ruinas circulares”, “Sólo vine a hablar por teléfono”, “Casa tomada”, “Cuento para tahúres” y “La gallina degollada”, siempre van a la vanguardia de cualquier lista que se precie. Ya lo decía aquel otro extraordinario autor argentino que fue Adolfo Bioy Casares: “el propósito primordial de nuestra profesión es contar cuentos”.
Y, ¿qué se entiende por contar cuentos? Avanzar en un relato sin resuellos. En el cuento lo importante son los hechos que se cuentan. A diferencia de la novela, en el cuento el narrador está ávido por llegar al desenlace, pero con la prudencia necesaria tendiente a lograr que su relato no se desplome, sino que derive. Un título bien escogido, una breve introducción, un certero nudo con un puñado de personajes, y un sorprendente y definitivo desenlace, son los atributos de un buen cuento.
De tal modo, como dignos herederos de esa ilustre estirpe de narradores y tributarios de las obras de aquellos grandes, los nóveles autores que tengo el honor de presentar, dibujaron sus historias con la ilusión de que sus relatos encuentren infinitos compañeros en el remanso de la lectura.
El esfuerzo que hace Editorial Dunken publicando estos valiosos y sensibles cuentos, está plenamente justificado por la calidad y profundidad de todos ellos; los que he seleccionado a conciencia entre aproximadamente doscientas propuestas, para los muchos lectores que sé, se apropiaran de esta obra y la apreciarán como merece.
Las variopintas miradas de nuestros autores me han sumergido tanto en hondas cavilaciones, como en momentos jubilosos y afables. La aparente heterogeneidad de los temas por ellos escogidos no es tal, cuando, siguiendo lo que sostenía Jorge Luis Borges, asumimos que siempre se ha escrito sobre lo mismo: la vida, la muerte y el amor; pero también siempre de manera diferente, como si en cada nueva oportunidad se tratase de una epifanía.
A fe digo que se trata de un haz de relatos logrados que, primero, honran a la escritura y luego, logran entretener, cuando no convocar a la íntima reflexión o a la más auténtica emoción. Los hay más extensos y analíticos con reminiscencias ontológicas y espirituales; también concisos y certeros que sobrevuelan la escena costumbrista, los afectos más próximos y el propio barrio (en más de uno de estos se advierte la influencia de la virtuosa prosa de Alejandro Dolina, al servicio de la inspiración de nuestros autores); no faltan tampoco los que se valen del lenguaje directo, provocador y visceral; ni los que se atreven (y con gran acierto) a internarse en culturas, geografías y conflictos distantes; del mismo modo que brillan por presencia los relatos que recuperan nuestra historia e identidad; y los que transitan por el realismo mágico, la paradoja y la metáfora, el ingenio naif, o, incluso, lo inverosímil al estilo Cortázar, o el apócrifo borgiano. Todos, como si estuvieran conjurados, conforman una suerte de legado. 
Fue así que, a partir de ellos, surgió Recuerdos de Finisterre, porque creo que todos estos cuentos son testimonios de nuestra literatura contemporánea para las mujeres y los hombres de hoy y del mañana. Son los relatos de la “tierra última” fotografías imprescindibles de nuestro tiempo o de los tiempos pretéritos, porque Finisterre es el límite de nuestro espacio físico, pero también el comienzo de la experiencia estética a través de la creación y la lectura.
Sepa, amigo lector, que tiene entre sus manos un objeto con poder transformador, dado que un libro eso es, y éste, en particular, no resulta ajeno a esa definición, pues al leerlo sentirá que sus páginas le hablarán de modo confidente, y que sus personajes se acomodarán en su sala junto a usted, con la naturalidad de un buen amigo.
Adéntrese sin reparos en la experiencia de estos recuerdos literarios, tenga por seguro que son el mejor antídoto contra el olvido de lo que fuimos, y la certera profecía de lo que, inevitablemente, habremos de ser.
Dicho esto, y sin más dilaciones, vayamos juntos a los cuentos.

Ricardo Tejerina



martes, 20 de marzo de 2012

DISTOPILANDIA

Ricardo Tejerina


"La distopía podría definirse como una distorsión de la utopía,
es decir, la persecución de un modelo abyecto, contrario
a lo que entendemos comúnmente por beneficioso,
saludable o con valor moral, incluso."
RT 

Una vez dormí y soñé a Distopilandia. Soñé que vivía dentro de una sociedad que desarrollaba todas sus actividades durante la noche y que dormía a plena luz del día. Era ésa una sociedad de rostros pálidos y sujetos ojerosos que se regodeaban con maquillajes agresivos y tinturas contaminantes. Las mujeres tenían por costumbre cerrar las cortinas al despunte del alba y no abrirlas sino hasta verificar la certeza cronometrada de la puesta del sol. Los hombres preferían lo marchito y rancio antes que lo esplendoroso y fresco. Los niños apreciaban la seguridad del encierro y abominaban las calles y los parques. Todos los animales se habían vuelto ciegos al tiempo que agudizaron el sentido del oído. Vivía pues entre murciélagos con apariencia de perros, leones, cocodrilos o pájaros. A las larvas y a los gusanos se los consideraba bellos, en cambio, a las mariposas y a los colibríes se los señalaba abominables. En esa sociedad de sesgados encantos, beber agua era considerado asqueroso y los pingüinos empetrolados resultaban atractivos como mascotas urbanas porque la exigua capacidad de sobrevida de esos pobres desgraciados se festejaba alegremente. Los pintores tajeaban sus telas y renunciaban al color, a la forma y a todos los sentidos; la profesión de actor ya no existía y su lugar era ocupado por una cohorte de mujeres y de hombres automatizados que habían rechazado categóricamente a la sensibilidad y al decoro. El catecismo laico del nuevo dogma había logrado demostrar que la burda copia era, en verdad, mucho más aurática que el más singular original. Cuando desperté, una comitiva ad-hoc de comisarios del subconsciente me convenció de que la realidad era el sueño. Ahora no sé si estoy despierto o dormido, pero donde vivo: los buenos siempre mueren primero.         

Ricardo Tejerina / 2012


sábado, 17 de marzo de 2012

PRESENTAMOS "RECUERDOS DE FINISTERRE"


Presentación de Recuerdos de Finisterre 17/3/2012


Apenas unos minutos después de las 12.00 hs., presentamos en la sede de Editorial Dunken (CABA) la antología Recuerdos de Finisterre, una entrañable recopilación de cuentos de autores contemporáneos que llega para dignificar la producción autoral independiente.
En verdad, ha sido para mí una enorme satisfacción haber sido el seleccionador de la obra, pues me siento tan orgulloso de la misma como cada uno de los autores publicados; tanto es así que espero que el prólogo que escribí para ella pueda dar cabal testimonio de todos estos sentidos.
Tuvimos una presentación soñada: perfecta desde lo profesional y emocionante desde lo íntimo y personal, por lo que mi gratitud para con cada uno de los autores y también respecto de la Editorial es sincera y perenne.
Entre todos hemos hecho algo importante, algo trascendente. Un libro es un mensaje escrito enviado al universo con la inocultable pretensión de influirlo y transformarlo.
Creo que, sin dudas, Recuerdos de Finisterre, contiene todo lo que queríamos contar y más. Ahora la obra buscará su camino y forjará su destino. Mientras tanto, nosotros, hemos aprendido que lo que media entre la realidad y los sueños, tal como sostiene Edgard Morin, es la cultura. Enhorabuena.

Ricardo Tejerina


jueves, 15 de marzo de 2012

LA VUELTA DE RAFAEL (O Consuelo y Soledad Parte II)

Pablo Picasso

Madrid, 20 de diciembre de 2011.
Querido Manuel:
He vuelto a las andadas. Vos bien sabéis que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra… pues yo he caído y he hecho un pozo, amigo mío.
Supongo que recordáis mis escarceos con Consuelo y también con Soledad… no, no es lo que estáis pensando. No es con ellas la cuestión, o sí, pero no del modo que vos creéis. Ambas están bien, una se jacta de no necesitarme y la otra de haberme olvidado. Ten paciencia y déjame que te cuente, sabéis que si me apuráis no lograréis sacarme bueno.
Pues bien, prosigo. Como gato maltrecho he lamido mis heridas. Como solo había quedado me recluí en un convento –en realidad en una abadía– e hice un voto de silencio, aunque no de castidad (tal vez hubiera sido preferible mantenerme célibe –domando así al cabrón que habita en mí–, que tener que callar cuando hablar debía… ya veréis). Sucede que por ese entonces creí más conveniente cerrar la bocaza y no parecer muy listo, a abrirla y confirmarlo.  
Al principio todo iba bien. Con los hermanos me entendía a la perfección: labraba la huerta, llevaba la ropa al fregadero, cuidaba la colmena y enceraba los pasillos; siempre en silencio y con el mejor de los ánimos. Tanta fue la eficacia que demostré respondiendo a esas duras exigencias que el Abad decidió conferirme otras responsabilidades de mayor envergadura… Ay, mi querido amigo, sé que adivináis que el diablillo metió la cola… y yo las patas, hasta el cuello y más. Espera un poco, que sudo a mares de sólo recordarlo, espera un poco, Manuel.
Sucede que este buen hombre creyó, a partir de mi pertinaz mutismo, que estaba ante la persona ideal para el manejo de la correspondencia. Claro, vio en mí al adalid de la discreción; lo que no sabía era de mis peripecias con las cartas, los correos electrónicos y los recados. En fin, con todo aquello que es sencillo, en tanto y en cuanto no haya que atender salvedades, excepciones, omisiones, tratamientos diferenciales y tantas cosas más. Fíjate que si hasta aquí he llegado, fue por haberle remitido a Consuelo el correo de Soledad, y a Soledad el de Consuelo. Lo recordáis, ¿no es así?
Bueno, voy al grano. Debí decir: no, gracias. Explicarle al Abad los motivos, contarle mi historia, darle mis razones… pero estaba en voto de silencio, ¿cómo hubiera podido? Si hablando me hubiera llevado horas, imagináis que por señas no era posible. Sólo asentí con la cabeza querido amigo, sólo asentí, y cavé mi fosa en medio de un silencio atronador (notáis que he usado un oxímoron, eso es mi vida, un oxímoron, siempre dos fuerzas diferentes y opuestas que revuelven mi cordura).
Yo debía leer las cartas, clasificarlas y derivarlas a los encargados correspondientes, excepto las personales dirigidas al Abad o a los hermanos, ésas no tenía que abrirlas, sólo entregarlas y ya. En cuanto a los correos electrónicos, la tarea era concreta. Nada más debía responder: “Tomado conocimiento, nos pondremos en contacto a la brevedad, que Dios os bendiga”.  De vez en cuando tenía que llevar alguna esquela en mano a la Nunciatura y aguardar la respuesta. Eso era todo… ¡Y cuánto!
Sucedió que una mañana del Señor, desperté bastante atribulado. En las noches anteriores no había dormido bien, pues estuve azotado por las penas del corazón. Durante varias veladas estuve llorando en solitario las penurias de mis amores idos. ¡Caray! ¿Te dais cuenta? Todos mis caminos conducen a ellas. ¿Qué he hecho para merecer esto? Ya lo sé, no lo digáis, ni falta que hace.
Continúo, pues. Algo confuso, me dispuse a encargarme de mis tareas. Como no estaba muy seguro de si tenía que abrir o no la correspondencia del Abad (estaba ido Manuel, casi no había pegado un ojo en varios días), resolví que leer un par de cartas no le haría mal a nadie. Más aún, siendo que el Abad estaba de viaje, y que, tal vez, podría haber algo imprescindible, o algo urgente. Para ser sincero, la estaba pasando de madre. Me sentía importante sentado en el escritorio del Abad, tutelado por un imponente crucifijo y rodeado de libros, estampitas, fotografías y diplomas. Si me hubierais visto, querido amigo… me sentía como un obispo. Si hasta bromeaba con los hermanos –en silencio, desde luego– y les estiraba la mano para que me besaran el anillo que no tenía. Pero, lamentablemente, lo bueno, no dura para siempre.
Grande fue mi sorpresa cuando abrí la primera carta. En ella, la sobrina del Abad le comentaba que esperaba que sus desdichas terminaran, dado que iba a casarse prontamente con un joven notario de la ciudad, con la ilusión de que el tiempo, a su paso, les trajera el bendito amor. Ocurre que la pobre muchacha también describía con nostalgia el fin abrupto de una relación anterior en la que había involucrado su corazón y sus sentidos. Parece que el ex novio de ésta se entendía con otra al mismo tiempo. ¡Rayos!, pensé yo. Y seguí leyendo. Por alguna razón tendí a pensar que el tío de mentas no era un mal hombre; pero claro, ya lo dicen: “el banco de la fidelidad no acepta depósitos en cuentas diferentes”. (Si al menos lo hubiera sabido antes, algo se me habría ocurrido). A medida que avanzaba en la crónica de la dama, yo más me involucraba. Ni te digo que me estremecí e hice causa común con ella –con la exponencial fe de los conversos– cuando sentenció que no perdonaría al Don Juan, puesto que hombres así ella “no necesitaba”. Querido Manuel, cómo decirte lo que falta… ¿Podéis creerlo?, la misiva llevaba la firma de Consuelo. Sí, ¡mi Consuelo! ¡Me parta un rayo! Lo sé, blasfemé en lugar sagrado, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Bueno, en fin, lo que hice al cabo de unos días, escribirle a Consuelo y decirle que la amaba…
Espérate, espérate hombre, que esto no acaba aquí. ¿Creéis vos en el destino o en la providencia? Yo sí, y Dios sabe cuánto… en el destino incierto y en la providencia que no llega. Fijaos lo que ocurrió: no salía yo de la turbación en la que quedé sumido, que sobre llovido fui mojado. Para olvidarme de esa carta me aboqué a otros menesteres. Como un clavo saca otro clavo, creí que el compenetrarme en la correspondencia virtual –a pesar de mis antecedentes y desafortunados equívocos– me alivianaría de tormentos. Después de todo, sólo tenía que responder la frase hecha, ésa que ya te he comentado más arriba. Estaba yo respondiendo mecánicamente los correos hasta que, forzosamente, en uno me detuve. El mismo así decía: “Estimado Abad Pedro, mi nombre es Soledad (Soledad… ¡mi Soledad!, no me digáis que no estoy perseguido por una estampida de elefantes obstinados), fui su alumna pupila hace muchos años, cuando usted nos preparaba para la primera comunión y yo le decía que quería ser monjita. Desde entonces lo llevo conmigo en mi sufrido corazón. Querido Padre Pedro, estoy tan triste, me enamoré del hombre equivocado, de un Casanova, que lo que tiene de mujeriego lo tiene de querible. Yo siempre fui recatada, mucho incluso, pero con él… Ay, padrecito, si hasta en las juergas más disparatadas me he sentido a gusto. Pero así no puedo seguir, lo he llorado como loca durante meses enteros. Sin embargo, ahora sí, ahora estoy firme, como una roca. Ya lo he olvidado. Ahora sólo quiero volver al camino que había abandonado. Le pido su santísima recomendación para iniciarme de novicia. Su segura servidora. Soledad”.  Te imagináis que debía cumplir con la formalidad. Debía responder que prontamente nos pondríamos en contacto. Así lo hice querido Manuel. Así lo hice, pero no pude evitar agregar mi inicial y un subrepticio “Te quiero”. Después de todo no faltaba a mi voto de silencio…
Y bueno, querido amigo, henos aquí, mi alma y yo. Sospecho que huelgan las palabras, ya que cuenta te dais de que, en efecto, sigo enamorado de Consuelo y también de Soledad. La reclusión de poco me ha servido porque no hay muros ni barrotes que detengan a los asuntos del corazón, porque, a no dudarlo, los amores de verdad son libres como el viento. Naturalmente, querido amigo, ambos sabemos –y muy bien– que todo lo que no se resuelve, vuelve. Y así es como debe ser.
En cuanto a mí, aquí estoy, habiendo dejado el último recado en la Nunciatura y sin esperar contestación. También, escribiendo a más no poder… claro, por el voto de silencio, que lo mantengo, aunque ya no he de volver al convento. Hazme un inmenso favor, ¿queréis?, telefonéame apenas recibáis esta carta, pues estoy necesitando un amigo, un amigo para hablar, y así terminar esta condena.

Rafael, mudo pero no célibe.

PD: Discúlpame, lo olvidaba, te desean una feliz Navidad Consuelo y Soledad, que por supuesto están aquí, conmigo, ¿dónde más?
Ricardo Tejerina / 2011

martes, 6 de marzo de 2012

NIHILISMO DE CAFÉ

Kasimir Malevich

La nada, el vacío, la insonoridad, la ausencia de olores, colores y texturas… la nada. Todos los días eran iguales, el hombre entraba al café, saludaba con un gesto módico y hacía la seña de “un cortadito”, combinación de ademán y labios mudos. Julián, el mozo de siempre, al ratito se lo llevaba hasta la mesa. Está bien caliente, le decía, y se daba la vuelta. El hombre lo miraba retirarse y cuando Julián apoyaba la bandeja sobre el mostrador escuchaba que el fulano le pedía el vaso de soda de cortesía que nunca le daban. Las horas pasaban monótonas, sin nada que alterase la calma agobiante de la rutina vacía. El hombre se entretenía mirando a través del ventanal cómo el semáforo cambiaba de estado, siempre igual: la misma secuencia, los mismos intervalos, las mismas duraciones. El avance de la sombra denunciaba el paso de la hora. Ya de tarde, el hombre se incorporaba discretamente, dejaba un billete de diez y pensaba por qué nunca se atrevía a pedir “el mango” de vuelto. ¡Va con propina!, le decía a Julián, antes de salir por la puerta vaivén. Gracias, decía Julián. De nada, decía el hombre, de nada...    
Ricardo Tejerina / 2012

lunes, 5 de marzo de 2012

DERECHOS DE AUTOR Y DERECHOS CIUDADANOS

Logo de copyright     

            Creo que bien podemos comenzar estas líneas partiendo de la idea que transmite la transformación. El siglo XX ha sido la centuria de los cambios y avances más significativos operados por la humanidad, pero el XXI no se quedará atrás, puesto que con el correr del tiempo y mirándolo en perspectiva nos daremos cuenta de que la revolución informática recién ha comenzado y que sus derivaciones sobre las formas de comunicación e interrelación entre los hombres todavía son difíciles de predecir.
No obstante, ya podemos verificar que existe un puente entre la imprenta de Gutenberg del siglo XV y la Internet contemporánea. En el primer caso se puede observar la multiplicación reproductiva y el pasaje de la escritura artesanal a la copia masiva. En el segundo, ya no se trata de reproducciones, sino de distribución. Internet no duplica, sino que aloja y lleva los contenidos. Hoy, el mundo pasa por Internet, e Internet atraviesa al mundo. No nos sería posible en la actualidad pensar a nuestra vida sin la interacción de la gran red.
Toda la cultura de la humanidad pasa por Internet. Hace ya varios años el escritor y político francés André Malraux esbozaba la idea del museo imaginario. Esto es el acceso a todos los universos posibles a través de los medios de comunicación. Qué otra cosa nutre a Internet que no sea toda la gama de producción del hombre, ya sea que provenga del entretenimiento, el conocimiento o, incluso, de la fe.
Lo que circula por la red, más allá del contacto o la conversación virtual, son todas las expresiones de la cultura humana: la música, los libros, las películas, las fotografías, las obras de arte, las investigaciones, las noticias, etc. Todos esos contenidos, en alguna medida, tienen derechos de propiedad o de autor; ergo: además de lo que de por sí son, también adoptan la forma de mercancías transables, producidas por sus autores y/o las industrias culturales para la obtención de un beneficio.
En paralelo, la modernidad ha traído consigo toda la gama de nuevos derechos ciudadanos. Hoy el acceso a la cultura no es menos importante que el derecho al trabajo, a la vivienda, o a la alfabetización. Ya lo decía el poeta andaluz Federico García Lorca, cuando reclamaba para la sociedad “medio pan y un libro”, asumiendo que no sólo de pan vive el hombre, y que el alimento del espíritu resulta del todo imprescindible para construir la libertad.
Sucede que entre el derecho de los autores y las industrias a recibir sus regalías, está también el derecho de la humanidad toda a acceder a los bienes culturales y a las variadas y múltiples formas de manifestación que la sensibilidad humana posee. Así como es deseable lograr un marco de legalidad para cuidar a los generadores de los contenidos, también lo es avanzar hacia una cultura sin restricciones ni cerrojos, los que devienen más propios del consumo y la actividad mercantil, que del gozo sensible y espiritual.
A propósito de este tema, esto sosteníamos en una reciente publicación conjunta con otros autores, pero anterior al conflicto por los derechos de copyright que por estos días tiene lugar:
   “La explosión de las comunicaciones y la conectividad (fibra óptica, banda ancha, wifi, enlace satelital, plataformas 2.0 y otras) trajo consigo un cúmulo de nuevas actividades ligadas al arte y la cultura, aunque sensiblemente distintas: esto es todo el universo del entretenimiento y el software para computadoras personales, tabletas, e-books, teléfonos celulares, etcétera. Del mismo modo, propició el crecimiento de la consideración simbólica y el producido económico de la publicidad, la propaganda y todo lo relativo a la imagen (institucional, corporativa o individual), tanto como los dispositivos, soportes y formatos digitales por los que circula una parte cada vez mayor de la cultura propia, regional y global.
“De ese escenario surge una nueva necesidad: entender al mundo conectado por la web y resolver de un modo democrático, inclusivo y moderno, las cuestiones que ese crecimiento de escala exponencial supone para la circulación de los contenidos, atendiendo los dos extremos de la misma, es decir: los derechos intelectuales y autorales de los artistas y productores, y toda la gama de derechos culturales de los ciudadanos –resumidos en la promoción del acceso universal a la cultura– que, por cierto, alentamos con absoluta convicción.”[1] 
En suma, se trata de entender que Internet ha producido transformaciones tan drásticas, que obligan a las industrias de la cultura a cambiar para seguir. Y también, se trata de comprender que ha nacido un nuevo protagonista mundial que es el ciberciudadano: algo así como el ciudadano del mundo virtual, que no sólo se ha ganado el derecho de acceso a la cultura, sino que también es protagonista activo en el ejercicio del reclamo de lo que, legítimamente, le corresponde.
   Hasta la próxima mirada. 
El Ojo Críptico


[1] La Clave Cultural; Ricardo Tejerina y otros; Editorial Respuesta; Buenos Aires; 2011.

sábado, 3 de marzo de 2012

Sección Fotografías de Autor: "UNA IDEA DE DIOS"


Ricardo Tejerina

COMENTARIO: Dios, ¿qué es? Ésa fue la pregunta que me hice al ver a través de la lente el amanecer cerca del Trópico de Cáncer. Concluí que podía ser infinidad de cosas, pero todas ellas inmateriales. Finalmente asumí que Dios es una idea, y que esta fotografía bien podía representarlo.