miércoles, 12 de diciembre de 2012

EL CARNAVAL DEL DIABLO, la novela.

Llega El Carnaval del Diablo, la novela; aquí te contamos los pormenores de la controvertida ficción que ha merecido un reconocimiento unánime.

Foto del Carnaval de Caseros de 1928, gentileza de 
Revista Caseros y su Gente

















No hay plazo que no se cumpla, reza el dicho popular, y así es. Pero, en el medio, suelen ocurrir muchas cosas. Por ello, quiero compartir con ustedes los pormenores, el backstage, de la producción de mi novela, El Carnaval del Diablo.

Comencé a escribirla a finales de 2010. Estaba muy interesado en los aspectos festivos y rituales del Carnaval, pues me parecían muy propicios como ámbito y tiempo para el desarrollo de una historia. Si bien ya pensaba concentrarme en un espacio urbano, en una pequeña ciudad, a principios de 2011 me fui hasta la Quebrada de Humahuaca a “vivir la experiencia” del Carnaval quebradeño. Sabía que el espacio y el contexto eran muy diferentes, pero necesitaba “sentir el Carnaval auténtico”, atravesar los ritos, compartir la fiesta, adentrarme en la transmutación que supone la celebración basada en el disfraz y la inversión.

Fue en el norte de nuestro país que decidí el título de la obra aún en ciernes. Los diablos carnavaleros influyeron en mí de un modo determinante. A partir de ese momento, supe que la novela se llamaría El Carnaval del Diablo, incluso a sabiendas de la existencia de una obra de teatro homónima de Juan Oscar Ponferrada. A pesar de que mucho más tarde, y casi al límite de la edición, analicé otras posibilidades, confieso que me fue imposible modificar el título. Esta novela sería El Carnaval del Diablo, o no sería.

Pero, en tren de ser o no ser, la cuestión pasó por estadios mucho más peligrosos. La novela marchaba, la redacción de los primeros capítulos había fluido sin pausa. Casi como si escribiera “al dictado”, había logrado –al menos yo así lo entendía– una introducción acertada al universo simbólico que pretendía. Los personajes me resultaban convincentes, la trama me satisfacía, y lo que más me agradaba era “el hallazgo” de la frase que desencadena toda la historia: “es fruta amarga de tierra mala”. Todo iba a pedir de boca, sin embargo, a la mitad del relato mi motivación literaria respecto de esta obra se detuvo de golpe.

De pronto, quizás distraído con otros proyectos o simplemente separado del que estaba llevando a cabo, me vi abordado por un deseo irrefrenable de abandonar este trabajo. No suelen ser habituales en mí esas diásporas, puesto que: en parte por naturaleza y en parte por formación, el método y el desarrollo ordenado de principio a fin, forman parte de mis aspectos comunes.

Fue así que El Carnaval del Diablo primero se detuvo de súbito, para luego adormecerse casi hasta el olvido, o aun peor,  poco faltó para que borrara el único archivo digital que contenía los primeros diez capítulos. Cuando estuve muy cerca de hacerlo, algo me lo impidió… Me pregunté: ¿para qué destruirlo? La respuesta que me di, me convenció de que ni siquiera ocupaba un espacio necesario en la memoria de la computadora. Con una convicción laxa decidí conservarlo y allí quedó.

Los meses pasaron y la novela continuaba su involuntaria hibernación. A comienzos de este año, finalizado el Carnaval, renació en mí la necesidad de volver por los fueros. De repente me encontré de vuelta en la historia, en las voces de los personajes, en la profundidad de la intriga, en la oscuridad de las almas en pena que me exigían que les diera lo que les correspondía; es decir: la merecida reparación que implicaba la conclusión de la historia.

Escribí con inusitada premura, sentía como la trama me demandaba exigentemente, algo así como si me cobrara al contado el tiempo que yo la había diferido. Fui por ella y no me amilané. Llegué hasta lo recóndito, y me permití la mayor liberación creativa. Pero, a decir verdad, escribí más como un cronista que como un escritor, por momentos me pareció que estaba dando cuenta de un hecho real, y que una mayor demora influiría negativamente en la vida de otras gentes.

Ahora, en vísperas de su publicación, miro hacia atrás y como solía decir Steve Jobs “puedo conectar los puntos”. El Carnaval despertó en mí la vocación por escribir esta historia. La rigurosidad profesional me llevó hasta la Quebrada de Humahuaca y me conectó con el simbolismo más fuerte de la fiesta, el detenimiento de la historia me preparó para el reencuentro con ella, que devino en una creación de cuyas formas y resultado me encuentro satisfecho. Tal vez por todo ello aprendí a valorar a esta producción más allá de su virtud literaria –si es que puede tener alguna–, pues lo cierto es que el mérito que le atribuyo es el de haber sobrevivido. Y, en un mundo, en el cual se perece muchas veces no sólo prematura sino absurdamente, el hecho de ser sobreviviente me llega literalmente a conmover.

Para terminar, sólo ofrecer mi permanente gratitud a todos los que han hecho posible esta novela. ¡Qué se venga pues El Carnaval del Diablo! Puedo decir: tarea cumplida.

Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico