Julio Cortázar y Jorge Luis Borges |
En esta entrega el autor analiza y repasa algunos de los mejores cuentos de la literatura argentina y universal. Digno broche para cerrar la cuarta temporada de El Ojo Críptico.
Hace unos días, la editorial con la cual trabajo (Dunken) me convocó para realizar durante el primer trimestre del año próximo una “clínica de cuentos” junto con la colega Marita Rodríguez-Cazaux, en el marco de su programa ROI (Recepción de Obras Inéditas). El propósito de una actividad como ésa es brindarles a los participantes un conjunto de herramientas (teóricas y prácticas), para que en base a ellas puedan realizar su propia obra y publicarla.
Ya no se trata de un trabajo libre y autodidacta, sino de una elaboración guiada a partir de una cantidad de premisas establecidas y competencias adquiridas. Es, en suma, un salto de calidad y al mismo tiempo una armonía compositiva por parte de un colectivo con motivaciones uniformes (en este caso, autores participantes de una “clínica”).
El interesante proyecto me llevó a bucear en el género en cuestión y rescatar una cantidad de textos y autores que –a mi humilde juicio– no sólo son ideales para la ejercitación, sino voces preclaras de la literatura moderna y contemporánea.
He confeccionado, pues, una ajustada nómina de escritores (mayoritariamente argentinos) que han descollado como cuentistas. Sin que su enumeración responda a un orden de prelación, mi selección de autores es la siguiente: Jorge Luis Borges, Rodolfo Walsh, Leopoldo Lugones, Julio Cortázar, Eduardo Ladislao Holmberg, Horacio Quiroga y Edgar Allan Poe.
He preferido a los autores nacionales, es cierto, pero no podía evitar a Quiroga (uruguayo) ni tampoco al bostoniano Poe. Justamente, uno y otro son autores de algunos de los cuentos que más me han influido e impresionado (en todo el sentido de la palabra) y tal vez también sean ellos imprescindibles referencias a seguir en el mundo de la narrativa, merced a la valía de sus obras y a la singularidad de sus estilos.
Por caso, considero que “El extraño caso del Señor Valdemar” ("The Facts in the Case of M. Valdemar", 1845) de Edgar Allan Poe (1809-1849), es una de las obras cumbre del género. Está claro que del “maestro del cuento” pueden citarse una gran cantidad de relatos y no fallar con ninguno. Quién no pondría entre sus favoritos a: “La carta robada”, “El tonel de amontillado”, “El enterramiento prematuro”, “Los crímenes de Calle Morgue”, “La caída de la Casa Usher”, “El gato negro” y tantos más…
En cuanto a Horacio Quiroga (1878-1937), confieso que el autor de “El almohadón de plumas”, “La miel silvestre”, “La gallina degollada” y “A la deriva” entre otros, junto a Walsh, son mis favoritos. Del uruguayo tengo el recuerdo de la escuela primaria y secundaria de aquellos muy difundidos y maravillosos Cuentos de la selva y Cuentos de amor de locura y de muerte, textos que hacen de Quiroga uno de los autores más populares y leídos hasta la actualidad. ¡Y vaya que eso sí es justicia! Del segundo libro, recomiendo fervientemente un cuento titulado “El solitario”; en él Quiroga despliega todo su talento como cuentista, pero adicionalmente le imprime una sutileza descriptiva y halo poético a la crueldad de la historia, que, además, lo revela como un cultor de sentidos que trascienden a la ya de por sí excelente narrativa que lo caracteriza.
Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Leopoldo Lugones y el ya mencionado Rodolfo Walsh, conforman un póker de ases de calidad superior. Todos cuentistas de fina pluma aunque diferentes entre sí, devienen capaces de remontar cualquier historia. El mentado cuarteto nos ha dejado algunas piezas que resultan paradigmáticas.
De la obra de Borges nombrar sólo algún cuento es tropezar con una inopinable mezquindad o debilidad de conocimiento de su obra. Vaya pues Ficciones completo y también El Aleph. Si algo es preciso destacar del ganador del Premio Cervantes en 1979, es la creación de la narrativa apócrifa, que no es otra cosa que presentar sus textos de ficción con una verosimilitud que logran hacer que el lector cruce la frontera de la realidad y desconozca desde ese preciso momento sus certeros límites.
Cortázar, Lugones y Walsh, nos han legado obras magníficas. El genial Julio las hizo todas. Desde algoritmos insólitos como “Instrucciones para subir una escalera” hasta relatos inolvidables como “Casa tomada” o “El hijo del vampiro”. Por su parte, Leopoldo Lugones (en cuyo homenaje se celebra el “Día del escritor”) con su cuento “Yzur” (que trata sobre el afán del protagonista por hacer hablar a su chimpancé) dejó lo que muchos consideran como el mejor relato de la literatura argentina. En tanto, Rodolfo Walsh descolló con cada uno de sus cuentos de atmósfera negra. El volumen Cuento para tahúres y otros relatos policiales es de lectura casi obligatoria para cualquiera que pretenda aproximarse al autor desaparecido por la última dictadura.
Para el final, a propósito, dejé Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937). Tal vez el menos conocido de todos los autores nombrados, pero no por ello menos diestro. Holmberg, que era médico y naturalista de profesión, volcó todos sus conocimientos científicos en su obra literaria. Convengamos que el siglo XIX y su rémora se caracterizaron por un deslumbramiento por la ciencia y el transitar por las fronteras de la misma. Así fue que este escritor argentino concibió al menos dos cuentos que por derecho propio están en el panteón de nuestra literatura: “La bolsa de huesos” y “Horacio Kalibang o los autómatas”. Búsquenlos en la web, no se van a arrepentir.
En síntesis, este acotadísmo repaso por el género emblema de la narrativa vino justamente “a cuento” por la sabia intención de Editorial Dunken de realizar el año próximo una “Clínica de Cuentos”. Enhorabuena por el emprendimiento, pues ya lo decía Bioy Casares (otro de nuestros grandes narradores): “El propósito fundamental de la profesión de escritor es contar cuentos”.
¡Felices fiestas! Nos reencontramos, Dios mediante, el año que viene en este mismo lugar.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico