miércoles, 6 de julio de 2011

LA LÓGICA CIRCULAR DEL ARTE Y LA CRÍTICA


Denis Diderot
por Louis-Michel van Loo

La crítica de arte surge en el siglo XVIII como expresión de juicio y censura en el marco del incipiente mundo burgués y relacionada de modo directo con la ilustración y los pensadores racionalistas. No obstante, en los comienzos, fue considerada un género menor, más afín al periodismo iniciático que a la verdadera erudición.
Será con Denis Diderot, el gran ilustrado y enciclopedista francés, que la crítica será abordada con el rigor propio del docto y la puntillosidad académica. Paralelamente, cabe señalar que el arte autónomo ya se abría paso en la esfera privada del mundo que devendría burgués y resultaba claro cuestionamiento al poder absolutista. Ése, era el ámbito de los mentados salones y de las logias, lugares donde el arte se permitía –merced a su autonomía y vocación alegórica–  el enjuiciamiento y la crítica del poder monárquico y del estado absoluto, antecedente de su universo en ciernes.
Jürgen Habermas define el rol que cumple el crítico, posando su mirada en la necesidad de un mediador que tiene el público aficionado. De allí que sugiere que el crítico es “mandatario y pedagogo” en el ámbito que desarrolla su actividad y cometidos. No obstante, no se priva de explayarse acerca de la insinceridad que como un halo envuelve a la profesión ni de mencionar la sospecha que la actividad genera a su alrededor.
El siglo XX, curiosamente, transitaría otra vez por la dualidad original de la crítica signada por la tensión entre la intelectualidad y el sucedáneo o mero informe poco calificado. Fluctuaría entre el crítico profesional, formado e ilustrado, y el comentarista ocasional que podría llegar, incluso, al perfecto disparate.
Sería también el siglo XX el que llevaría a Theodor Adorno (tal vez el más agudo pensador de las cuestiones estéticas modernas) a afirmar que las obras de arte moderno son aquéllas que no quieren ser obras, o a considerar que no hay nada evidente en el arte, ni siquiera el derecho a su existencia.
De todos modos, y más allá de los considerandos aquí expuestos o deliberadamente omitidos, la crítica ha continuado su camino junto a la obra, conservando atributos que la hacen parte inherente y compositiva de la misma. Tanto es así, es decir, la ligazón existente, que también artistas y críticos han trabado vínculos más allá de la módica formalidad.
El largo camino recorrido desde el siglo XVIII, implica para la crítica un derrotero compartido con la suerte misma del arte. Ocurre bastante razonable que en tiempos en los que el arte se ha complejizado, o ha intervenido en la vida cotidiana, o mutado del objeto al concepto y vuelto al objeto, no sin antes haber discutido desde su carencia de evidencia hasta su legitimidad o sobrevida, las reflexiones sobre el mismo se hayan tornado tan profusas como insondables.
Todo parecería responder a procesos insertos en una lógica circular, que obligan a orbitar en torno de hallazgos y pérdidas, o costumbres y cambios, o espanto y belleza, cual si fueran partes indivisas de un mismo todo, que lanzan siempre una nueva y más punzante pregunta ante cada final respuesta con pretensión de última.
En definitiva, en el arte y la crítica la llegada termina pareciéndose más a un punto de partida. Una paradoja bastante aceptable para una discusión que lleva más de doscientos cincuenta años empezando de nuevo, peleándose y amigándose con el multicolor juicio del gusto del público.

Ricardo Tejerina / 2011