viernes, 7 de enero de 2011

BREVE REFLEXIÓN SOBRE EL ARTE MODERNO


Me surge que la modernidad es el tiempo donde todo se torna posible y al unísono menos probable. Lo que acabo de sostener es, en sí, paradójico, puesto que la condición de posibilidad se relaciona proporcionalmente con la de probabilidad (cuanto más posible es algo, más probable es); aunque, en el tema que nos ocupa, esa relación se vuelve inversa.
Veamos: es posible que los artistas modernos pulsen hasta el extremo su sensibilidad y nos enfrenten a universos estéticos aún más drásticos que los que ya conocemos. Del mismo modo, es cada vez más improbable que podamos decodificar el mensaje a través de la simple contemplación o de las competencias empíricas más uniformes. También es posible que el arte continúe siendo atravesado por la tecnología, pero es improbable que ello implique una evolutiva del arte, puesto que no le corresponden esas categorías de clasificación. Tal vez porque tal como advierte y asegura Adorno en su Teoría Estética: “Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente, ni en él mismo, ni en su relación con la totalidad, ni siquiera en su derecho a la existencia.”. [1]
Tiendo a imaginar que cada movimiento artístico moderno concibió, aunque más no sea por algún tiempo, la idea de ser un punto de llegada, de ser –de algún modo– una epifanía y sino el final de la historia del arte algo bastante similar. Supongo que así lo creyeron los neoclásicos, los románticos o los impresionistas del siglo XIX, y más aún las distintas vanguardias del siglo XX. En ninguno de los casos esa presunción –de haber existido, claro está– fue acertada. El arte siempre continuó, sin evolutivas, pero en continuidades segmentadas proyectadas al infinito.
Sin embargo, algo diferente estaba gestándose, algo que ya no cabía en la palabra arte a pesar de ser indiviso de ella. He allí la naturaleza del arte moderno, de la ruptura que va mucho más allá de la eventual separación de las formas clásicas, puesto que la radicalización moderna no se define sólo por la forma de ejecutar un lenguaje, o de representar una forma, o por priorizar la línea sobre el color, o por determinar la procedencia, la textura o la nobleza –o falta de ella– de los materiales a utilizar; sino que se trata de los poliformes nuevos sentidos que la obra de arte despliega (pudiendo ser, entre otros, de carácter ideológico, religioso, social, existencial o, incluso, relativos a lo cotidiano y producidos indistintamente en conjunto o por separado) y la deconstrucción de los significados alegóricos, hasta ese momento tan inconmovibles como sacralizados, para dar lugar a la elaboración de un nuevo paradigma de referencias cada vez más difusas, cada vez más crípticas y menos evidentes, y, cada vez, con menos dependencia estética.
Ricardo Tejerina / 2010



[1]  Theodor Adorno, Teoría Estética, Edición electrónica. Disponible en línea: http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/adornot/esc_frank_adorno0009.pdf