jueves, 23 de diciembre de 2010

EL AURA DE LA OBRA DE ARTE

Walter Benjamin
            “La modernidad implica una experiencia estética donde la belleza es reemplazada por el shock, donde los objetos de arte no pueden ser ya bellos o perfectos; son objetos dudosos que despiertan en sus espectadores reacciones que nada tienen que ver con la contemplación recogida ante la obra de arte. El arte deviene indiferente a todo lo que pretenda ordenar a-priori cuáles han de ser sus objetos posibles; la disolución del aura de los objetos de arte implica su definitiva desacralización…”
Lucas Fragasso, Miradas sobre la modernidad.

En esta oportunidad, me detendré un momento en el aura de la obra de arte, puesto que me interesa la definición propuesta por Benjamin, que resuelve la complejidad explicativa de un tema ardoroso con una frase muy afortunada en cuanto a sentidos: “El aura es la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar)”.[1] Este concepto aurático me resulta imprescindible para comprender a la obra de arte en su totalidad. Cuando pensamos, por caso, en una obra renacentista, cualquiera de ellas, tal vez el David de Donatello o Los desposorios de la Virgen de Rafael u otra de nuestro agrado, no podemos soslayar su antigüedad. Para la cultura occidental esa condición es de por sí valiosa, pero en cuanto al aura, mucho más relevante resulta ser la temporalidad. Esa categoría relativa al “tiempo de vida de la obra” implica sentidos que van bastante más allá de la sucesión cronológica, puesto que supone un acumulado de todo lo acontecido a la obra desde su creación, dado que si bien remite a un tiempo efectivo, también lo hace a un espacio, a un contexto tradicional y a sucesivas y variopintas miradas. Todo ello conforma esa lejanía atesorada en la obra de arte, la cual parece estar indefensa ante el riesgo de disolución que enfrenta en la modernidad.
Benjamin nos provee una idea gráfica del aura cuando la intuye como una sucesión de capas o envoltorios. Quitar la envoltura de los objetos de arte, aproximarlos, acercarlos, o incluso, en términos más adecuados para la obra de arte moderna: reproducirlos, penetrarlos o intervenirlos mediante una interactuación, supondría, de acuerdo con el pensador de la escuela de Frankfurt, la trituración del aura; ergo, la desacralización a la que aludía Fragasso en torno a la fugacidad de lo moderno, que, tal como sostiene Adorno, en la disonancia hallará su signo.[2]
Ricardo Tejerina / 2010



[1] Walter Benjamin, “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica”, Discursos Interrumpidos I, Buenos Aires, Taurus, 1989.
[2] Theodor Adorno, Teoría Estética, Edición electrónica. Disponible en línea: http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/adornot/esc_frank_adorno0009.pdf