Uno de los territorios más significativos de nuestra América Latina es el Perú. Casi como si fuera un sitio arqueológico en su totalidad, nos muestra las maravillas de la cultura incaica. En esta entrega veremos un poco más en detalle algunas características y singularidades del pueblo quechua y su gobernante, el Inca.
Perú es, en sí, una
aventura. Llegar a tierras incaicas representa para el visitante con
inquietudes culturales, espirituales o meramente turísticas, una experiencia
que obliga a remontarse en el tiempo.
Se trata de un territorio plagado de naturaleza,
arquitectura originaria y colonial, mestizaje y sincretismo cultural y
religioso. La tierra del Inca, es por demás bella, pero también sobrecogedora y
atrapante.
Para poder comprender una cultura se necesitan
algunas competencias. Por ello, es bueno que repasemos juntos los orígenes del
Inca, para, de tal modo, poder adentrarnos de mejor modo en la etnia quechua.
Si bien por uso y costumbre denominamos “incas” a
los integrantes del pueblo, esa definición alcanza sólo al soberano. El Inca,
por tanto, era el rey, el líder del pueblo. Si bien hay algunas polémicas
discursivas alrededor, el pueblo que gobernaba el Inca era el quechua. En este
caso el vocablo “quechua” responde a las características de un etnónimo, es
decir, la palabra que sirve para definir una etnia. También, el quechua, es la
lengua del pueblo, felizmente no perdida, pues en la actualidad se enseña y se
exige en la educación formal del Perú. Enhorabuena.
Los quechuas gobernados por el Inca son el último
de los pueblos dominantes entre los siglos XII y XV del continente americano.
El imperio incaico llegó a ocupar buena parte del territorio de lo que hoy es
Perú, Colombia, Ecuador, Chile, Bolivia y Argentina, alcanzando a totalizar
casi 12 millones de pobladores entre los naturales y los otros pueblos
conquistados o sometidos voluntariamente al Inca.
La cultura incaica es ágrafa (no tiene escritura),
pero rica en saberes matemáticos, arquitectónicos, astronómicos y medicinales.
Prueba de ello es la ciudadela perdida de Machu Picchu, la que fue descubierta
intacta en 1911 y conservada hasta la actualidad en un estado prácticamente
original.
Se estima que en Machu Picchu vivieron alrededor de
700 a 1000 personas, la mayoría posiblemente nobles y sacerdotes, aunque
también integrantes del pueblo raso. La magnificencia de la ciudadela es
incuestionable. La sola contemplación de la capacidad constructiva y dimensión
simbólica de aquel pueblo produce una revolución de los sentidos y una profunda
reflexión interior.
Pero, la arquitectura incaica se encuentra
diseminada por todo el Perú, no sólo en Machu Picchu. Lo que ocurre es que
fuera de la ciudadela, todo ha sido intervenido, modificado, o maltratado por
el conquistador español. Llama la atención ver como se han edificado conventos
e iglesias cristianas sobre las construcciones originarias.
La ciudad de Cusco, que fue la capital del Imperio,
es de una belleza y riqueza singular, declarada Patrimonio Cultural de la
Humanidad en 1983. Rearmada a la usanza colonial, todo parte desde la
centralidad de la Plaza de Armas, en la cual se destaca –imponente– la catedral
cusqueña.
Si se preguntan si es correcto escribir “Cusco”,
rápidamente les diré que si bien también se acepta “Cuzco”, quien suscribe
prefiere la forma que aceptan los naturales del lugar y no la que impusieron
los conquistadores. “Cuzco” corresponde a la forma castiza, producto de la
derivación fonética de la denominación original en quechua.
Las estrechas calles cusqueñas son una invitación
tácita al tránsito a pie. Por doquier hay detalles y particularidades que sólo
el caminante puede observar con detenimiento y precisión.
En una de esas callejas se encuentra la tradicional
piedra de los doce ángulos. Se trata de una piedra amurada que posee cortes y
encastres que totalizan doce ángulos, una demostración más de la precisión
constructiva incaica, la que, por supuesto, nunca utilizó ningún elemento para unir,
ligar o pegar las piedras, es decir, que las mismas sólo encajan y allí quedan,
para todos los tiempos. Más aun, las construcciones originarias son
antisísmicas, resistentes a los temblores y movimientos telúricos, muy
frecuentes en la región.
De allí que es muy popular entre los cusqueños el
culto al Señor de los Temblores. Se trata de un Cristo cobrizo y oscuro alojado
en la catedral, el cual es sacado en procesión regularmente para así evitar los
daños que producen esos fenómenos. He allí el sincretismo religioso. El
encuentro de culturas y credos. El mestizaje simbólico. Un Cristo cobrizo, como
súplica cristiana, pero también orgullo de la etnia originaria.
Recorrer, pues el Perú, es volver a las fuentes
americanas. Una suerte de reconciliación con nuestra historia continental y una
necesaria mirada crítica hacia la barbarie y saqueo del conquistador.
A través del escalamiento de cada terraza, o el
ascenso por las escalinatas incaicas, o la aventura en la selva peruana, uno
reconoce algún atisbo del mucho más extenso y fatigoso camino del Inca, ése que
pudo haberle hecho mucho mejor a nuestra América Latina.
El Ojo Críptico