Edvard Munch |
Te robo las
palabras de tu boca
con un beso
lascivo, penetrante.
Me apodero
de tus huesos y tu carne
probando,
así, el sabor del aquelarre.
Enredado en
palabras que te nombran
me revuelco
entre sábanas manchadas.
La sangre
llega al río y tiñe el alba
cuando el
dolor sucumbe ante el mañana.
Sin alma
vago por el camposanto
a sabiendas
que es dominio de la nada.
Y allí reza
el hombre sin sus sueños,
trasegado el
rostro con sus lágrimas.
Me empodero
de ti y te blasfemo
un minuto
antes de echarte de mi mente,
revolviendo
la tumba, penitente,
hallo allí
al hombre que fui y te dio muerte.
Ricardo Tejerina