domingo, 5 de junio de 2011

NOSTALGIAS DEL FLOWER POWER

Crédito fotografía Télam

Hay una delgada línea que divide a los campos relacionados en el mundo del conocimiento. Por lo general me gusta más pensar en transversalidades, es decir en todo aquello que atraviesa un conjunto, sin pertenecer a nada de modo preciso, pero que, al unísono, con todo se vincula. Tal vez por ello  mi vocación es cultural.
Hoy hablaremos de educación (y por ende, hablaremos de cultura). Les propongo que reflexionemos juntos acerca del conflicto del Colegio Carlos Pellegrini.
Como todos saben el Pellegrini y el Nacional Buenos Aires son los dos colegios universitarios –dependientes de la UBA– que durante décadas se caracterizaron por la excelencia académica. No son muchos los establecimientos educativos que cuentan con el capital simbólico de ese linaje y esa calidad atribuida a la organización, a los educadores y a los alumnos.
He tenido la oportunidad de conocer (hace ya bastantes años) al último rector del Pellegrini que atravesó su mandato piloteando las tensiones con cierta habilidad, pero con decisiones lábiles a juicio de algunos de sus colegas y superiores. A Abraham Leonardo Gak lo traté en su propio despacho, amplísimo y clásico, como lo es todo el tradicional colegio situado en el Barrio Norte de la ciudad de Buenos Aires.
Al “viejo” (así lo llamaban, con afecto) todos lo saludaban con una palmada, o con un guiño cómplice que él correspondía, o lo invitaban a una charla ocasional y de parado en algún hall, ésas que se repetían por decenas y que sus secretarias interrumpían al llamado de: “Doctor, tiene gente esperándolo en la rectoría hace más de media hora…”.
Así se manejaba Gak. No es que no supiera lo que hacía, sino todo lo contrario; de ese modo conducía el colegio, siendo parte de él, derribando los abismos generacionales con los alumnos, ganándose la adhesión de la estudiantina producto de reconocerle derechos políticos y representativos y hasta facilitándoles algunas fuentes de recursos que servían para el sostenimiento de las actividades del centro de estudiantes. Esta última, tal vez, la menos feliz de sus decisiones, pero en la línea de lo que es un clásico en la UBA y en otras tantas universidades nacionales.
Pero, ese modelo funcionaba sólo con Gak, ya que sólo él lo podía administrar merced al gran prestigio personal del que gozaba, el que servía como dique para sus detractores (internos y externos) y como recurso de negociación con los alumnos, los que estudiaban y se esforzaban para no defraudar al rector al que admiraban.
Lamentablemente, luego de él, lo que surgiría sería el nudo del conflicto. A nadie le gusta que le saquen lo que considera que le corresponde (aunque no le corresponda), más si se le ha dado con cierta generosidad en otros tiempos. Lo que no pueden entender los alumnos actuales del Pellegrini es que Gak ya no está, que soplan otros vientos en la Universidad de Buenos Aires y que el tiempo del flower power modelo Pellegrini no acumula muchos adeptos en el ámbito académico ni tampoco en la sociedad capitalina. Reconocer los contextos es parte del aprendizaje.
Sea como fuere, ha existido a través del tiempo un dispositivo educativo que es áulico, de relaciones verticales de autoridad y de negociación asimétrica. Michel Foucault, el reconocido filósofo francés del siglo XX, definía a la escuela como una institución de secuestro, construida a partir de una lógica panóptica, donde uno (desde una posición diferencial) vigila y decide lo que hacen los demás. Ergo, la relación de poder ejercida por el maestro respecto de los alumnos; la misma que le permite controlar tanto el cuerpo como la mente de los educandos.
Es posible que muchos de los reclamos que tienen los alumnos del Carlos Pellegrini sean no sólo válidos, sino imprescindibles. Pero sucede que deberían darse cuenta de que tomando el colegio e impidiendo el dictado de clases lo que logran es conspirar contra lo mismo que desean conseguir, pues pierden la batalla cultural, la batalla de la opinión. Más aún si la politizan desde afuera y con padres de por medio.
Si algo deberían haber aprendido de un pedagogo como Gak era sostener con el propio prestigio situaciones de tensión. Las que de otro modo están condenadas a fracasar en el intento por la complejidad que supone la edificación de un modelo educativo capaz de enseñar sin oprimir, pero siempre proclive a tornar al esquema clásico ante la ausencia de mentores de la vida. La deuda del Estado, atribulado por facilismos y tentaciones coyunturales, no sólo continúa, sino que aumenta. 

Ricardo Tejerina / 2011