El afamado escritor ruso
nacionalizado estadounidense Isaac Asimov (1920-1992) solía decir que el paso
del tiempo también era una cuestión de percepción; es decir: que no corría a la
misma velocidad cuando se trataba de un placer que de una carga. Asumo que comparto
plenamente el juicio del autor de Yo,
robot y El hombre bicentanario,
entre otras obras tan lúcidas y singulares.
La introducción viene a cuento
porque en esta entrega quiero compartir con ustedes las sensaciones que me
produjo el haber visto en Internet (Yahoo, Infobae, y otros) un curioso –y emotivo– ritual que desde hace
30 años llevan a cabo cinco amigos a orillas del Lago Copco en California, EE.
UU. Estos, cuando muchachos, se tomaron una fotografía en la que se los ve
sentados uno al lado del otro, en una típica toma de vacaciones compartidas.
Cinco años más tarde repitieron la instantánea –en el preciso sitio y ocupando
las mismas ubicaciones– y así lo han hecho hasta actualidad con intervalos de
un lustro.
Las seis fotografías existentes
representan 30 años, esos que comenzaron con la lozana juventud y que en el
presente dan cuenta de las dignas madureces de los cinco amigos, otrora
jóvenes. A fe digo que me resultó muy interesante la experiencia, pero no sólo
por el registro del paso del tiempo –que ya de por sí es una grandísima idea–
sino por el juramento de continuar con el ritual fotográfico hasta que viva el
último de ellos.
De modos distintos, encuentro en
la ocurrencia las dimensiones fácticas y abstractas del tiempo: las fotos –el
registro– son el elemento tangible, la evidencia del tiempo ido con las
secuelas de cambios fisonómicos de los protagonistas; por su parte, el
juramento de continuidad de la ceremonia cada cinco años es el avance sobre la
abstracción, el dominio sobre la dimensión simbólica. En buena medida es la
lucha del hombre por darle sentido al fugaz cronómetro con que la vida nos
cuenta los días.
Seguramente, muchos de nosotros
acostumbramos a tomar fotografías de nuestros seres queridos, de nuestras
mascotas, de los lugares que visitamos, de los festejos, etcétera. Cada una de
ellas ha detenido el tiempo, ha convertido al instante en una imagen, pero una
imagen con sentidos, pues la mera contemplación activa recuerdos y emociones
que suelen jugarnos aleatoriamente buenas pasadas y también de las otras.
Sin que haya sido un fin en sí
mismo, lo que a priori era un artículo algo más superficial, se convirtió en
una suerte de reflexión metafísica, porque el tiempo siempre nos obliga a ir al
nudo gordiano de la existencia, al plano ontológico y holístico, al recóndito
universo donde campea el ser. No obstante, ruego a mis lectores que no juzguen
a estas líneas con la severidad intelectual, sino que, más bien, déjenlas
transcurrir por el plano de las menos exigentes y más elocuentes emociones.
Pues entonces, si de hechos y
abstracciones hablábamos, diré que las fotografías son imágenes fácticas de los
"recuerdos del pasado"; y que la imaginación es aquello abstracto que
nos proporciona las imágenes de los "recuerdos del futuro". Tal vez
el leit motiv de los cinco amigos,
que cuando decidieron –ayer– se pensaron en el mañana... algo similar a lo que
todos solemos hacer, aun sin fotos ni promesas, y sin saber a ciencia cierta si
llegado el caso podremos dar cuenta presencial de nuestra propia existencia.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo
Críptico