En
esta entrega conoceremos –o reconoceremos– a uno de los más singulares
escritores del siglo XX, pero poco visible para el gran público. Se trata del
polaco Witold Gombrowicz, con una vida digna de su escritura incorregible.
“Nada en el arte, ni siquiera los más inspirados
misterios de la música, puede igualar al sueño. El sueño nos parte en trozos la
vigilia y la vuelve armar de otra manera, y esta sombra de la vigilia está cargada
de un sentido terrible e inescrutable. El artista tiene que penetrar la vida
nocturna de la humanidad y buscar en ella sus mitos y sus símbolos. El arte
debe imitar el sueño, tiene que destruir la realidad, partirla en trozos y
construir un mundo nuevo y absurdo. Cuando destruimos el sentido exterior de la
realidad nos internamos en nuestro sentido interior; una obscuridad con la
claridad de la noche”.
La cita pertenece
al libro de Juan Carlos “Goma” Gómez, titulado: “GOMBROWICZ, este hombre me causa problemas”, publicado por
editorial Interzona Latinoamericana. Y este artículo sobre el singular
escritor polaco Witold Marian Gombrowicz, lo comparto en autoría con mi amigo y
colaborador, el licenciado Roberto Coluccio.
Gombrowicz, el
hombre que nos ocupa en este modesto rescate, nació en Polonia en 1904, en
Małoszyce, a 200 kilómetros al sur del Varsovia. Perteneció a una familia
acomodada, terrateniente. Se licenció en Derecho y produjo una muy amplia obra
literaria en Polonia. Luego, también trabajó en varias ciudades de Europa y del
mundo.
En 1939
se embarcó hacia Buenos Aires. Llegó el 21 de agosto de ese año, sobre el
estallido de la Segunda Guerra Mundial. Vivió en nuestro país hasta 1963,
para luego regresar definitivamente a Europa, instalándose en París, donde
murió en 1969.
Una curiosidad:
entre 1947 y 1955 fue empleado bancario, como T. S. Eliot, el autor de “La
Tierra Baldía” y Premio Nobel de Literatura en 1948, ya hemos hablado de él
aquí mismo ¿lo recuerdan? El punto es que Witold trabajó en el hoy inexistente
Banco de Polonia en Buenos Aires. El tiempo se empeña en dejar difuso al
pasado…
Pues bien, el
escritor polaco arribó a nuestras tierras en un crucero de bandera de su Patria,
participando de un viaje de amistad polaco-argentina por estas lejanas costas
meridionales, junto a otros escritores, periodistas y diplomáticos.
Hay biografías y
artículos que dicen: "tuvo que quedarse en Buenos Aires", nosotros
consideramos que Witold decidió quedarse. Así también lo expresa Tamara
Kamenszain en su obra “Los que conocieron a Gombrowicz”.
Esta decisión trajo como consecuencia que pasara en estas pampas 24 años de su
vida. Nunca más regresó a Polonia.
En Argentina
conoció a Jorge Luis Borges –quien decía que Gombrowicz era "un amigo de
amigos"–, a Ernesto Sabato (sí, así, sin tilde, aunque
todos lo llamamos “Sábato” al autor de “La Resistencia”) lo conoció en pleno
apogeo literario, a Juan Carlos “Goma” Gómez jugando al ajedrez, y a todos
estos en Buenos Aires.
A principios de
1939 vivió en distintas piecitas del centro de la ciudad, pero luego se instaló
en un aposento de la calle Bacacay en el barrio de Flores, lejos de las luces.
El nombre de dicha arteria fue utilizado por Witold para renombrar una serie de
cuentos que originalmente se titularon "Memorias del tiempo de la
inmadurez".
Trató de
conseguir trabajo escribiendo para revistas y diarios de Buenos Aires, en
algunos casos tuvo éxito en su empresa y en otros no, a pesar de la
recomendación que le hiciera Manuel Gálvez para el diario La Nación, en el que
le rechazaron todos sus textos. Esta situación lo puso de frente con la
miseria. Providencialmente, una familia que se había relacionado con los
Gombrowicz en Polonia, organizó una colecta para ayudarlo. Insólito.
Hacia fines de
1940 se mudó al conventillo El Palomar, ubicado en Corrientes 1258, un edificio
que presentaba una fachada propia de un palacete, pero que en su interior
reproducía las mismas instantáneas de la miseria con las que hasta ese momento
Witold se había enfrentado.
Al respecto, esto
escribió Gombrowicz en su diario personal hacia 1963, haciendo mención a ese
período y al conventillo: "(...) donde anidaban algunos pobres diablos,
donde yo viví mi época más penosa, al final de 1940, enfermo y sin un
centavo".
Su
obra cumbre es “Ferdydurke”, y como no podía ser de otro modo, la traducción al
español de la misma no podía menos que estar rodeada de una singular historia: cuando decidió traducir al español su obra,
reunió a algunos amigos y les propuso hacer el trabajo “entre todos”. El
trabajo, comunitario y socializado, se realizó en el café Rex, sobre la avenida
Corrientes. Encabezaron la tarea los escritores cubanos Virgilio Piñera y
Humberto Rodríguez Tomeu, con un grupo de entre seis a diez entusiastas,
dependiendo del día. La empresa se concretó en un ambiente absurdo, prosaico,
casi burlesco, ferdidurkeano. No podía ser de otro modo.
Imagínense la dificultad de traducir la novela de Gombrowicz, que apenas
sabía un par de palabras en español, con la ayuda de afanosos latinoamericanos
que en el mejor de los casos apenas balbuceaban un puñado de vocablos en la
lengua natal de Witold.
En síntesis, curiosa
y plenamente anecdótica la vida la de este polaco escritor, talentoso como
pocos. Un verdadero trabajador de las letras, y tal vez la pluma más
representativa de su país. Bien se merecía este rescate.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo
Críptico