sábado, 26 de marzo de 2011

HABLAR DE CULTURA ES, TAMBIÉN, HABLAR DE FUTURO.


Humahuca, provincia de Jujuy, Argentina.
La importancia de una cultura plural y federal.

 Una reducción de lo que es la cultura es pensarla como sinónimo de alguna (o de todas) las formas del arte, o de las cuestiones eruditas, o de un espectáculo, o de un museo, o de una biblioteca, o de un comportamiento, o de un evento, o de una ideología, etcétera, etcétera, etcétera. Sencillamente, porque la cultura es el continente de todo lo antedicho, no su igual. No obstante, estas valoraciones no son siempre inocentes o un involuntario error conceptual, puesto que reducir la significación y alcance de la cultura es una política, del mismo modo que lo sería utilizarla como ariete de la propaganda hegemónica, o como es más valioso y deseable: promoverla para una convivencia plural y democrática.
Es curioso, pero parecería que hablar de cultura implica hablar de cosas abstractas o remotas, muy farragosas y demasiado complicadas, para lo cual sólo están habilitados algunos pocos dignatarios culturales. Algo así como los elefantes blancos de la erudición, hábiles en el manejo de la retórica, versados en la historia, en la antropología o la filosofía, y calificados por el reconocimiento formal de las instituciones. Puede ser, pues nadie podría restarle méritos a las palabras de esos hombres de la cultura hablando –justamente– de la cultura; pero, tampoco puede negarse que la cultura es lo popular, lo preservado en las memorias locales de los lugares más recónditos y pequeños del país, lo que se expresa en los espacios públicos urbanos a través de colectivos anónimos que dejan su huella de graffitis, los chicos con guardapolvos blancos jurando la bandera en una escuela rural o citadina, lo que cambia y se transforma con vértigo o con rémora, o lo que a partir de un sincretismo conmueve al espíritu y a la razón. Y de todo ello, son muchos más los que pueden hablarnos, contarnos, enseñarnos, guiarnos e introducirnos en su mundo de símbolos y significados. He allí una visión de cultura más completa y al mismo tiempo más consecuente con la humanidad, su razón de ser.
Pensar una política cultural implica saber primero a qué definición de cultura adscribimos. Esto es: a la del mero espectáculo, que lo que requiere son espectadores, o a la del autoritarismo y la hegemonía –que totaliza una parcialidad– y lo que demanda son fanáticos, o a la de la legítima construcción de sentidos que vinculan, promueven, interrelacionan y nos ayudan a comprendernos y aceptarnos en la diversidad, a través de instrumentos como las leyes, procedimientos como el diálogo y valores como el respeto.
Es seguro que los pueblos responden política y socialmente de acuerdo con sus referencias culturales y que debemos dar un salto de calidad en lo que respecta a las políticas culturales en nuestro país, entendiendo a la cultura como una herramienta fundamental para la inclusión social y la movilidad social ascendente; pues, como decía Federico García Lorca: “está bien que todos los hombres coman, pero también que todos los hombres sepan”. Ese salto debe orientarse en la homogenización institucional de las carteras de Cultura nacional y provinciales. En la generación de un presupuesto que permita el desarrollo de una cultura federal. En la preservación identitaria de nuestra nación a partir de una revalorización de lo propio, y en la promoción y planificación de las industrias culturales y de las nuevas tecnologías aplicadas a la difusión cultural.
De tal modo, hablar de cultura, también supondrá hablar de futuro.


Ricardo Tejerina / 2011