sábado, 24 de septiembre de 2011

LAS TECNOLOGÍAS DEL YO

Francis Picabia

Hace algún tiempo vi una película norteamericana que me produjo una grata sensación en cuanto a la creatividad y la inteligencia para narrar una historia “políticamente incorrecta”. Sobre todo por la manera en que trata el universo opresivo de la sociedad elitista y materialista, mediada por el consumo y la frivolidad. Se trata de Pequeña Miss Sunshine (EE.UU. 2006), un road movie que versa sobre las peripecias e infortunios de la atribulada pero pertinaz familia Hoover, en pos de un concurso de belleza preadolescente en el que debe competir la pequeña Olive.
Lo que haré a continuación es profundizar sobre las cuestiones que aborda el singular filme y vincularlo con un aspecto teórico que me parece interesante, capaz de ayudarnos en la comprensión ya no sólo de una película, sino de la vida cotidiana en tiempos modernos.
Al leer la descripción que hace Foucault de las Tecnologías del yo, es decir de las tecnologías aplicables al estudio del sujeto, surge –según mi personal perspectiva– un marco relacional con cada uno de los integrantes de la particular familia Hoover. El agudo filósofo francés establece que: “Las tecnologías del yo, son las que permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta o cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad”.
Estas tecnologías están del todo presentes en el filme y se muestran desde diferentes perspectivas, o sea, tanto desde la órbita de aquéllas que son propias del individuo, y también de las que responden al accionar de los otros. De alguna manera, cada uno de los Hoover y adyacencias están en la búsqueda de un sentido para su vida, y ese sentido lo encuentran en sí mismos o en los demás. En un punto, pareciera no tener propósito el desenvolvimiento caótico que los envuelve, pero, a medida que las acciones avanzan, uno asume que es en el caos y en los extremos dónde mejor se mueven los personajes y edifican, así, su historia personal y familiar.
            Todos operan de modos distintos y aleatoriamente sobre su cuerpo y su alma para obtener la felicidad, la pureza, la sabiduría o la inmortalidad, al decir de Foucault. Por caso, el mayor de los hijos se confina en un silencio voluntario, operando de tal modo, para lograr el consentimiento de sus padres a sus planes de convertirse en piloto militar; ergo, su felicidad. El abuelo consume drogas en pos de un “nirvana” o una suerte de inmortalidad que lo aleje de la humana angustia por la mediocridad, la insatisfacción y la juventud y oportunidades perdidas. El padre trata de construir una postura corporal y de vida que sea conteste con la actitud proactiva que pregona en su manual de autoayuda para el éxito, pero cuya ingrata fortuna se empeña en mostrarle –cada vez con más desparpajo– el lacerante derrotero del fracaso. Su repetición de los 9 pasos para lograr “ser un ganador” implica una actitud de autoconvencimiento del yo, permanentemente expuesto a la refutación de la realidad y a la certeza de no poder producir el sincretismo entre la teoría y la práctica en su propia vida.
Paralelamente, madre e hija viven su mundo. El de la progenitora embebido de realidad, decepciones y obligaciones domésticas y familiares que la llevan a ser un individuo cuyo norte es soportar el diario acontecer con cierta domesticidad, y que ha “dejado de ser”, para volverse parte de un universo familiar de ribetes extravagantes. En cuanto a la pequeña Olive, ella vive una suerte tiempo idílico, estandarizado por los parámetros de belleza, competencia y consumo; aleccionada por la sarcástica moralidad del abuelo y tensionada por las exigencias exitistas del “evangelio patriarcal”.
Párrafo aparte merece el “tío Frank”. El estereotipo aquí se muestra en plenitud. Es un estudioso de Proust, habla poco, tiene barba, no es feliz, es suicida, viste de blanco, es gay y trasunta una cierta virginidad física y emocional que le da un singular aire romántico. Un perfecto intelectual atormentado que ha operado sobre sí mismo y fracasó, incluso al momento de ponerle fin a todo; “la vía rápida”, al decir del abuelo. Vale decir también que la pequeña Olive le pregunta al principio de la película acerca de su “accidente” (intento de suicidio) y él asume que la drástica decisión (nueva y categórica operación sobre sí) obedeció a que: “no era feliz”.
Como espero hayan notado, Pequeña Miss Sunshine ha sido un disparador más que adecuado para nuestro brevísimo recorrido por las tecnologías del yo; las que he traído a colación para poder entender un poco mejor por qué nos pasa lo que nos pasa.
Hasta la próxima mirada.

El Ojo Críptico