miércoles, 8 de febrero de 2012

ENTRE LA VERDAD Y LA MILITANCIA: EL ROL DEL PERIODISMO EN LA ARGENTINA

El discurso del Rey

Cada era tiene sus palabras fetiche. En cuanto a medios de comunicación, en la era actual la palabra dominante es, justamente, hegemonía.
Por definición la hegemonía es una amalgama de la ideología y la coerción, ergo, se podría decir de manera más sencilla que es la imposición de una idea única y totalizadora.
En la actualidad argentina no hay una hegemonía mediática, sino una puja monopolística en la que los contendientes son el Estado (con la TV Pública, el Fútbol para Todos, las radios oficiales y los medios privados afines) y los grupos opuestos resumidos en Clarín, La Nación y Perfil.
Al calor de esta disputa por la formación de la opinión transcurren las controversias por Papel Prensa, la televisión por cable y el servicio de Internet en el orden económico, y la fascinación por la reescritura de la historia en la esfera política.
En medio de todo esto surge el debate profesional. Es decir: ¿cuál es el rol del periodismo en la Argentina siglo XXI, en el marco del “proyecto nacional y popular”? Así planteo la pregunta, no para deslizar una ironía, sino para contextualizar el ámbito del debate. Si hoy discutimos acerca de este tema, es porque hay un modelo político que, a fuerza de abrir las brechas, intensificó y amplió los márgenes de la polémica en torno a los medios audiovisuales y la propaganda, tanto oficial como política.
Es innegable que la mayoría de los gobiernos tienen in péctore una vocación que tiende a totalizar las parcialidades. Dicho de otro modo, resumen en su propia idea de lo que es mejor para el pueblo, la diversidad de ese mismo pueblo. Más aún si se trata de experiencias políticas que no reparan mucho en el valor institucional y que se edifican al calor de una suerte de democracia de masas, fenómeno que traducimos en populismos o neopopulismos.
Si a todo esto le adicionamos la importancia creciente que tienen las plataformas de comunicación social vía Internet a partir de la explosión de las redes sociales, los blogs y la cibermilitancia, advertiremos el grado te tensión existente entre opinión pública, ética periodística, y lisa y llanamente periodistas.
Un rápido repaso sirve para justificar con propiedad por qué sostuve que no hay una hegemonía, sino una puja monopolística. Así como el Grupo Clarín o La Nación publican editoriales y columnas de periodistas con reconocidas trayectorias, o como Perfil cuenta con la precisión argumental de Jorge Lanata (al que el paso del tiempo y la adversidad personal lo han vuelto aún más lúcido), la contrapartida está representada por 678, TVR, Duro de Domar o Bajada de Línea, éste último con el aporte de una figura de meritoria carrera profesional como lo es Víctor Hugo Morales.
Así las cosas, quien sostenga que hay una hegemonía de “Clarín y sus amigos”, no sólo falta a la verdad, sino que cae en una afirmación contaminada de parcialidad y fanatismo; y lo mismo ocurre con quien infiera que el “aparato del gobierno” supone una dictadura de prensa. Sin embargo, no es equiparable que Clarín, La Nación o Perfil publiquen a su propio costo y riesgo; a que 678 haga su estudiantina ideológica y catártica desde el canal público que pagamos todos los argentinos.
De tal modo, digo que no me preocupa la militancia periodística, por el contrario se me hace muy difícil pensar en la ausencia de ideología en los profesionales de la comunicación y, además, no encuentro nada más desabrido que el rol del presentador de noticias carente de toda opinión y subjetividad.
Más aún, tal vez uno de los modelos más encumbrados de lo que es el ejercicio de la profesión sea Rodolfo Walsh, paradigma si los hay del periodismo comprometido y militante. La diferencia entre ese hombre brillante y fiel cronista de su realidad contemporánea, con muchas de las réplicas mercantilizadas y menos virtuosas de los tiempos actuales, está dada en que en la época de Walsh “el que daba testimonio en momentos difíciles” pagaba con la vida en lugar de cobrar pingües contratos de la vaca lechera estatal.
En síntesis, estamos viviendo el tiempo de la partidización de la opinión pública a partir de la proliferación de “relatos y dialécticas”. En ambas márgenes, los formadores de opinión elaboran sus argumentos de acuerdo a la visión en la que depositan su fe y sus dineros, y que luego ofrecen en distintos formatos al conjunto de la sociedad.
Quizás esto suceda porque a partir del 2001 la idea de alternancia en el ejercicio del gobierno pareció alejarse. De tal modo, la puja política recayó en la pluma y en palabra de los periodistas. Puede que para que podamos tener verdaderos medios de comunicación públicos, necesitemos, primero, recuperar la democracia de partidos políticos: lo que implica un oficialismo que gobierne, pero fundamentalmente una oposición que controle y sea alternativa.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico