miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿POR QUÉ ESCRIBIMOS?

Pablo Picasso

Los hombres escribimos, o comenzamos a intentarlo más propiamente, desde hace cinco mil años y, entre otras cosas, lo hicimos como una forma de trascender al olvido, a la muerte o, quizás, a la más absoluta desaparición. Pero, intuyo, que su sentido es aun más profundo y a la vez tan propio de la humanidad.
La escritura llegó para ser guardada, para resolver el problema que teníamos de “no poder archivar” nuestras emociones, conocimientos, episodios, historias y recuerdos. ¿Qué maravilla no? La escritura es vida después de la vida, pero su cabal sentido supera, incluso, a esta asombrosa epifanía.
Lo que se considera como el origen de una protoescritura son las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira (España), entre otras. Escritura y arte (entiéndase la categoría “arte” como una valoración nuestra, occidental y moderna, aunque no hubiera sido ésa –exactamente– la pretensión de los hombres del Paleolítico) se daban la mano entonces, se hacían amigos, nacían juntos de alguna manera y mutuamente se complementaban.
Pero la escritura en sí, surge en la zona de oriente medio, en la Mesopotamia de los ríos Tigris y Éufrates, en lo que es Irak actualmente, o lo que queda de Irak para bien decir. Allí irrumpía, tres mil años AC, con los sumerios, la escritura cuneiforme, que se efectuaba grabando los signos sobre tablillas de arcilla.
La primera obra de la que se tiene registro es: La epopeya de Gilgamesh. Epopeya... magnífica palabra que significa el derrotero del héroe, que aun sabiendo que su destino es perder, igual va a luchar. Agonizar es esperar la muerte luego de luchar la vida, viene de agón que significa el que lucha. Escribir es luchar de algún modo, o cuanto menos es dejar testimonio de esa lucha, la de otros o la nuestra propia; el escritor es también una suerte de agón.
Así como la imprenta de Gutenberg revolucionó el mundo aproximadamente en 1450 y a través de su acción democratizó las publicaciones, dado que multiplicó con su prolífica capacidad reproductiva los textos, siempre ello bajo la selectiva lupa del editor, hoy posiblemente sean Internet y los blogs un medio democratizador de los autores, quienes encuentran en la red un vertiginoso, inmediato y libre canal de publicación.
Es curioso el camino recorrido por lo impreso, dado que de aquella Biblia de cuarenta y dos líneas, incunable de la imprenta, con todas las características estilísticas del origen de la impresión y reproducción masiva, llegamos al libro electrónico, al libro editado por pedido, o al blog impreso al instante, archivado digitalmente y consumido por igual en los distintos extremos del mundo con la única limitación del idioma, ya que el tiempo y el espacio dejaron de ser obstáculos y quedaron relativizados.
Escribir para que alguien lea. Así ha funcionado esto desde Gilgamesh para acá. Antes fueron las tablillas de arcilla, una escritura incipiente patrimonio de unos pocos, aristocráticos e ilustrados. Hoy, con la escritura al alcance del mundo alfabetizado cuanto menos, es la maravilla más fabulosa para transmitir cualquier cosa. No podríamos hacer nada si no escribiésemos.
Honremos a la escritura, honremos a los autores, a los grandes e ilustres, aquellos que con su obra han dignificado a la humanidad y han producido, cada uno en su tiempo, una discontinuidad en la continuidad de lo escrito. Por caso cabe citar a T. S. Eliot, Apollinaire, Geoffrey Chaucer, Lewis Carroll, Jonathan Swift, Edgar Allan Poe, Kafka, James Joyce, o Cortázar, Artl y Borges, estos últimos entre nuestros exponentes más destacados.
Desde luego que también a los pequeños e ignotos, respetémoslos, dejémoslos crecer y vivir su mundo, lo compartamos o no. Aprendamos y maravillémonos con cada uno de ellos o sólo con los que más nos gustan. Permitamos que la expresión fluya libremente, que cada libro, hoy también cada blog, cada página, real o virtual, constituyan un tributo presente a Gilgamesh, a Héctor de Troya y al Quijote de Cervantes, que luchaban igual aunque su destino fuera la inexorable derrota.
Hagamos entonces que esta maravilla que es la escritura, y este gran arte, público o privado, individual o colectivo, en el libro o en la red, que día a día construimos entre todos y que forma parte de nuestra experiencia permanente y constante, sirva para la libertad y una realidad mejor. Quizás ése, sea el sentido de por qué escribimos, simplemente.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico