René Magritte |
Hazte la fama y échate a dormir. Apelo al refranero popular para darle entrada a lo que quiero comentarles. Cuando hemos transitado un largo camino en alguna profesión es bastante común que en reuniones u otros encuentros sociales surjan preguntas vinculadas con la actividad que uno desarrolla. Los médicos atienden consultas espontáneas en cumpleaños y bautismos, los abogados son requeridos por consejos sobre accidentes de tránsito, a los contadores se los indaga respecto de los impuestos… a mí me vienen los temas culturales, que son un poco menos concretos pero bastante más entretenidos, porque pueden resultar muy interesantes.
Una vez en una charla
que se desarrollaba sin fisuras ni altibajos alguien me espetó: “¿qué es eso de
la gestión cultural?, pues me suena a verso”.
A fe les digo que remontar ese prejuicio no resulta sencillo, toda vez
que las profesiones más bien nuevas tienen más por hacer hacia el futuro, que para
mostrar sobre el pasado. Algo similar me pasó en un aeropuerto internacional,
cuando en Migraciones me solicitaron que dijera la actividad laboral a la que
me dedicaba y dije “gestor cultural”, me pareció que a la atenta dependiente
estatal le sonó más extraño que si hubiera dicho astronauta o físico cuántico.
Estos episodios –y
otros muchos que obviaré para no aburrir con ejemplos– me han llevado a
reflexionar sobre la gestión cultural como disciplina. Técnicamente es una
carrera que puede tener una parada en las tres instancias de la educación
superior. Es decir: puede ser Tecnicatura, Licenciatura o Doctorado. En la instancia
de pregrado se hace hincapié en las condiciones prácticas; en la de grado en
las cuestiones teóricas; y en la de posgrado en una fusión de ambas, más el
aporte de la investigación profunda, que ayude a vislumbrar nuevos horizontes a
partir de hallarle respuesta a viejos interrogantes.
Pero, específicamente,
¿en qué consiste gestionar cultura? Veamos, todos sabemos que hay artistas de
diferentes lenguajes: músicos, plásticos, actores, escritores, etc. Asumimos
también que conocemos que los Estados, las empresas y las organizaciones no
gubernamentales accionan en la vida cultural y artística de la sociedad, y
tienen instituciones, áreas, departamentos, o usinas generadoras de bienes simbólicos
(así llamaremos a los elementos culturales, aunque naturalmente la mayoría de
ellos tienen un soporte material producto de una industria cultural que los
contiene). Todas estas actividades se
gestionan, así como las empresas de cualquier índole tienen sus ejecutivos, los
sectores cultura y arte también tienen la necesidad de profesionalizar la
actividad, la que todavía hoy es campo orégano del diletantismo.
Un gestor cultural es
un “bicho raro”, porque navega a medias entre el simbolismo de los lenguajes
artísticos junto a la polisemia de la cultura, y la ortodoxia profesional
propia de la gestión. Es promotor, impulsor, facilitador, productor, divulgador
y difusor, pero también es sensible a una inclinación de gusto, cultor de una
estética y defensor de una ideología. La masa crítica con la que trabaja no es
un producto corriente, sino que son bienes portadores de sentidos,
constructores de ciudadanía y soberanía, y generadores de significados. No es
un vendedor ocasional, sino un consecuente trabajador propagador del universo
simbólico con el que se relaciona e interactúa.
Pero, también es un profesional que ofrece su capacidad y
especialización laboral, por lo que debe ser remunerado por ello y tener de
igual modo un campo de acción en la órbita pública y privada donde poder
desarrollarse y crecer en base a méritos.
Esto no implica que no
puedan existir los “gestores empíricos”, que son aquellos que se formaron por
fuera de las instituciones académicas, pero que a fuerza de necesidades y por
prevalencia del ingenio y la imaginación lograron hacerse diestros en la
conducción de organismos o proyectos artísticos y/o culturales. No se trata pues
de alambrar un territorio pequeño
para lo que algunos llaman despectivamente “la casta profesional”, sino de agrandar hasta los límites más distantes
el campus donde la profesión se
consolide y valore, aceptando las diversas vertientes del saber real. Sin
embargo, como en toda actividad seria y eficiente, debe entenderse que la
capacitación formal y el perfeccionamiento en las competencias estructurales
propias del área son el camino a seguir en el porvenir, dado que no es
recomendable apoyarnos en convicciones meramente intuitivas, sino en gestores calificados y permanentemente
actualizados.
La gestión cultural es
una de las disciplinas que más crecerá en el futuro próximo, puesto que el
siglo XXI es la centuria en la que los bienes simbólicos alcanzarán su mayor
proporción a partir de los procesos de mundialización de la cultura y de avance
tecnológico.
Si la cultura es toda
la producción material y simbólica del hombre, efectuada a través del tiempo y
el espacio, con el propósito de comunicarse, interactuar y generar significado,
no existe mayor desafío para ella que los tiempos que se avecinan.
Hazte la fama y échate
a dormir, enhorabuena que hablemos de cultura. Lo importante no es estar de
acuerdo, sino estar de acuerdo en lo que es verdaderamente importante.
La seguimos pronto.
Ricardo Tejerina