En esta ocasión el autor de esta sección nos propone conocer de qué se trata eso que en los tiempos actuales se denomina “gestión cultural”. Con un desarrollo sencillo y concreto el artículo indaga en las cuestiones propias de la “profesión de la cultura” en el marco de las ideologías, las carreras profesionales modernas, y las nuevas tecnologías.
Hazte
la fama y échate a dormir. Apelo al refranero popular para darle entrada a lo
que quiero comentarles. Cuando hemos transitado un largo camino en alguna
profesión es bastante común que en reuniones u otros encuentros sociales surjan
preguntas vinculadas con la actividad que uno desarrolla. Los médicos atienden
consultas espontáneas en cumpleaños y bautismos, los abogados son requeridos
por consejos sobre accidentes de tránsito, a los contadores se los indaga
respecto de los impuestos… a mí me vienen los temas culturales, que son un poco
menos concretos pero bastante más entretenidos, porque pueden resultar muy
interesantes.
Una vez en una charla que se desarrollaba sin fisuras ni
altibajos alguien me espetó: “¿qué es eso de la gestión cultural?, pues me
suena a verso”. A fe les digo que
remontar ese prejuicio no resulta sencillo, toda vez que las profesiones más
bien nuevas tienen más por hacer hacia el futuro, que para mostrar sobre el
pasado. Algo similar me pasó en un aeropuerto internacional, cuando en
Migraciones me solicitaron que dijera la actividad laboral a la que me dedicaba
y dije “gestor cultural”, me pareció que a la atenta dependiente estatal le
sonó más extraño que si hubiera dicho astronauta o físico cuántico.
Estos episodios –y otros muchos que obviaré para no
aburrir con ejemplos– me han llevado a reflexionar sobre la gestión cultural
como disciplina. Técnicamente, es una carrera que puede tener una parada en las diferentes instancias de la educación superior. No aporta mucha sustancia eso al lector, lo sé, pero es bueno saberlo para el que tiene inquietudes intelectuales al respecto.
Pero, específicamente, ¿en qué consiste gestionar
cultura? Veamos: todos sabemos que hay artistas de diferentes lenguajes:
músicos, plásticos, actores, escritores, etc. Asumimos también que conocemos
que los Estados, las empresas y las organizaciones no gubernamentales accionan
en la vida cultural y artística de la sociedad, y tienen instituciones, áreas,
departamentos, o usinas generadoras de bienes simbólicos (así llamaremos a los
elementos culturales, aunque naturalmente la mayoría de ellos tienen un soporte
material producto de una industria cultural que los contiene). Todas estas
actividades se gestionan, así como las empresas de cualquier índole tienen sus
ejecutivos, los sectores cultura y arte también tienen la necesidad de
profesionalizar la actividad, la que todavía hoy es campo orégano del
diletantismo.
Un gestor cultural es un “bicho raro”, porque navega a
medias entre el simbolismo de los lenguajes artísticos junto a la polisemia de
la cultura y la ortodoxia profesional propia de la gestión. Es promotor,
impulsor, facilitador, productor, divulgador y difusor, pero también es un enamorado consecuente, sensible a una inclinación de gusto, cultor de una estética y defensor de una
ideología. La masa crítica con la que trabaja no es un producto corriente, sino
que son bienes portadores de sentidos, constructores de ciudadanía y soberanía, generadores de significados y frutos del amor y la pasión de otros y también propia. No es un vendedor ocasional, sino un consecuente
trabajador propagador del universo simbólico con el que se relaciona e
interactúa. Pero, también es un profesional
que ofrece su capacidad y especialización laboral, por lo que debe ser
remunerado por ello y tener de igual modo un campo de acción en la órbita
pública y privada donde poder desarrollarse y crecer en base a méritos.
Esto no implica que no puedan existir los “gestores
empíricos”, que son aquellos que se formaron por fuera de las instituciones
académicas, pero que a fuerza de necesidades y por prevalencia del ingenio y la
imaginación lograron hacerse diestros en la conducción de organismos o proyectos
artísticos y/o culturales. No se trata pues de alambrar un territorio pequeño para lo que algunos llaman
despectivamente “la casta profesional”, sino de agrandar hasta los límites más distantes el campus donde la profesión se consolide y valore, aceptando las
diversas vertientes del saber real. Sin embargo, como en toda actividad seria y
eficiente, debe entenderse que la capacitación formal y el perfeccionamiento en
las competencias estructurales propias del área son el camino a seguir en el
porvenir, dado que no es recomendable apoyarnos en convicciones meramente
intuitivas, sino en gestores calificados y permanentemente actualizados.
La gestión cultural es una de las disciplinas que más
crecerá en el futuro próximo, puesto que el siglo XXI es la centuria en la que
los bienes simbólicos alcanzarán su mayor proporción a partir de los procesos
de mundialización de la cultura y de avance tecnológico.
Si la cultura es toda la producción material y simbólica
del hombre, efectuada a través del tiempo y el espacio, con el propósito de
comunicarse, interactuar y generar significado, no existe mayor desafío para
ella que los tiempos que se avecinan.
Hazte la fama y échate a dormir, enhorabuena que
hablemos de cultura. Lo importante no es estar de acuerdo, sino estar de
acuerdo en lo que es verdaderamente importante.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo
Críptico