Gentileza Norma Villarreal |
En la entrega anterior el
disparador de la nota fueron las fotografías, (¿recuerdan a los cinco amigos
que se fotografiaron durante 30 años –con intervalos de un lustro– a orillas
del Lago Copco?), pero no me ocupé tanto de “la foto” como lenguaje visual,
arte, o descubrimiento científico, sino que derivé intencionalmente al plano
ontológico y lo que propuse fue una reflexión sobre el ser.
Ahora sí me propongo contarles
algo acerca de la historia de la fotografía, y más especialmente de la fotografía
como arte visual. Para ello me valdré de la experiencia que tuve al percibir la
pluralidad de sentidos de la muestra “Divertimentos” de la fotógrafa y artista
plástica argentina Norma Villarreal (en Carla Rey Arte, Humboldt 1478, CABA,
Julio 2012).
La fotografía como la entendemos
hoy en día nace en el siglo XIX, si bien ya se conocía desde bastante tiempo
atrás el procedimiento llamado de
“cámara oscura” que permitía obtener una imagen de la realidad, pero no fijarla.
El descubrimiento decimonónico es, en sí, la técnica y el soporte en el cual
fijar la imagen lograda. Ese arduo camino para lograr el registro fotográfico
tiene como antecedentes las fijaciones espectrales de Niépce (Francia,
1765-1833), las pruebas y errores de otros tantos, y las más logradas de
Daguerre (Francia, 1787-1851), de quien heredaron su nombre los daguerrotipos
(impresiones únicas en una superficie de plata sobre vidrio).
Fue en 1839 que se hizo público
el descubrimiento de Louis Daguerre, y en una época de dura batalla por las
patentes de los inventos –que alcanzaría su máxima expresión algún tiempo más
tarde con Thomas Alva Edison, que patentó más de un mil de ellos–, el
considerado padre de la fotografía, en un hecho por demás atípico, cedió los
derechos al Estado francés y éste los hizo públicos. ¡Voilà!
De tal modo la fotografía comenzó
su derrotero, pero vale aclarar que esos albores estuvieron bien alejados de la
idea o del concepto de “arte”. Ciertamente, no se veía a la fotografía como un
lenguaje artístico, y quienes se adentraban en su conocimiento y
especialización lo hacían más de las veces con fines científicos o por valores
identificados con el progreso y la modernidad. Tanto es así que una definición
de época describía a la fotografía como:
“realidad fidedigna reproducida, automática y espontánea”, dando cuenta sin
eufemismos de la “objetividad” del procedimiento fotográfico.
Posiblemente, hoy deberíamos
ampliar ese único sentido, pues a partir de los pictorialistas (movimiento
fotográfico de fines del siglo XIX que pretendía que la fotografía acompañara
los problemas estéticos de la pintura), pero fundamentalmente por la
intervención de algunos de los más destacados los artistas de las Vanguardias
(Nagy, Man Ray, Duchamp), y de la legitimación que la actividad recibió de
parte de los museos promediando el siglo XX (por ejemplo el MoMA de Nueva York
con la muestra “The family of man”, 1955), es que la fotografía se vuelve arte.
El breve recorrido histórico que
les propuse se justifica porque el arte exige ciertas competencias para no
reducirse a mera contemplación. Desde luego que nada impide gozar superficialmente
de la belleza de una obra, o conmovernos con la fealdad de otra (que por cierto
es otra forma de belleza), pero la ausencia de un contexto y de algunas
necesarias referencias sí limitan lo que llamamos “experiencia estética”, o
cuanto menos una aproximación a ella.
“Divertimentos” es una apuesta
lúdico-fotográfica que logra inscribirse con muy buen tino en el sinuoso camino
de la fotografía-arte. Norma Villarreal es, por cierto, una prolífica artista
formada en bellas artes y una artista visual que no se ha conformado con el
monolenguaje. Su propuesta simbólica en esta obra es “el rescate del niño
interior”, y eso lo busca y perfecciona a través de un recorrido fotográfico
que mixtura juguetes simples y abstracciones lineales. A sabiendas de los
contrastes, crea espacios de juego visual (en el sentido de Gadamer: símbolo,
juego, fiesta) y de transporte temporal, permitiéndose el propio regreso a los recuerdos y significaciones infantiles, e
invitando al visitante a hacer lo propio, para dejarse llevar por un recorrido
que se completa con la soledad de un triciclo de caños sin brillo, pero con
presencia física que lo torna evidente y también ideal.
Por la cantidad de obra y el
tamaño de la misma, este autor es de la opinión que “Divertimentos” necesitaba
más amplitud de espacio expositivo para poder “expresarse con la libertad que
su simbólica demandaba”, del mismo modo que un breve relato curatorial bien hubiera
ayudado para poner en clima y situación al público asistente. No obstante, la
singularidad y frescura de la idea, y la originalidad y destreza compositiva de
la artista, hacen que uno no dude en identificar a esta icónica obra como una
de las más atrayentes y recónditas de las que se han ofrecido durante el año en
el circuito tradicional del arte metropolitano.
Seguramente, “Divertimentos”
seguirá un rumbo venturoso en futuras reposiciones. Del mismo modo que la
fotografía ya no abandonará el lugar propicio que encontró en el arte.
Hasta la próxima mirada.
Hasta la próxima mirada.
El Ojo Críptico