Alguna
vez conté en este espacio cómo se activan los recuerdos valiéndome de lo que
relata Marcel Proust (Francia, 1871-1922) en su profusa novela En busca del tiempo perdido –el famoso
episodio de la magdalena mojada en el
té y el retorno a la infancia por acción de la memoria influida por los
sentidos–, desarrollado en el primero de los siete volúmenes de la misma, titulado Por el camino de Swann.
Pues
bien, recientemente me enteré del fallecimiento (el pasado 20 de septiembre) de la
mujer que inspirara al popular grupo Maná para su muy conocida y también bella
canción “En el muelle de San Blas”. Se trataba de Rebeca Méndez Jiménez, quien
por más de 40 años esperó a su amor que nunca volvió del mar.
El
legendario muelle de San Blas está ubicado en el pueblo homónimo, perteneciente
al Estado de Nayarit, situado al norte de Puerto Vallarta, en la paradisíaca costa
pacífica de México. Las cenizas de la mujer, que soportaba el apodo cruel de
“la loca del muelle”, seguramente se esparcirán en el mar y se confundirán con
la naturaleza, dando efectiva cuenta de la extinción de la efímera vida humana…
pero la historia, esa historia que anida en la música y la poesía, vivirá para
siempre.
Y
a qué viene todo esto, se preguntarán. Lo bien que hacen. Sucede que en las
novelas, en los cuentos, en las poesías, desde ya en las canciones, y en las
tantas otras formas de arte de naturaleza narrativa o poética, perviven
historias de lo más auténticas, maquilladas y completadas con la necesaria
ficción, pero en las dosis imprescindibles y nunca más de lo suficiente.
He
allí, según creo, el éxito o el fracaso de una obra: en la capacidad de
imbricar la realidad y la ficción de modo tal que una se amalgame con la otra,
y que ya juntas reporten un tercer sentido, la obra. Y ésta, no es ni una, ni
otra, sino que es sencillamente –y si se me permite ontologizando– “lo que es”.
Pero,
¿por qué apreciamos más a esas novelas, películas, canciones o poesías, cuando
sabemos que se basan en un hecho real? Muy sencillo: porque esa historia bien
pudo ser la nuestra; y como diría un estimado maestro de maestros, “una cosa es
la fantasía que deriva en naderías, y otra cosa es la imaginación creadora que
promueve una experiencia estética”. O dicho de otro modo: la experiencia de las
experiencias, pues lo que llamamos “experiencia estética” es el encuentro sublime
y armonioso del mundo real con el simbólico, reconvertido en goce sensible.
Nos
gusta pues –disculpen por totalizar otra vez– que nos cuenten, aceptamos las licencias
del narrador y los reverberos del poeta, pero, a ciencia cierta sabemos que
necesitamos más verosimilitud para seguir creyendo.
Ayer
me encantaba “En el muelle de San Blas”, por su melodía y por la belleza de su
poesía. Presumo que muchos de ustedes luego de leer de estas líneas irán a
YouTube y la buscarán para escucharla otra vez, y tal vez de una manera
distinta. Ahora, les confieso que me fascina y conmueve hasta el máximo estadio
de mi subjetividad, porque afortunadamente siempre veo ratificado que la vida
es la gran obra inspiradora en la que todos participamos.
¡Ah!,
y lo bien que hace esa misma vida en anidar en una letra escrita o descansar en
una nota musical. A fe digo que no existen lugares mejores. ¿Ustedes qué creen?
Hasta
la próxima mirada.
El Ojo Críptico