jueves, 10 de febrero de 2011

EL MAGO

Emilio Pettoruti

Trabajaba como a diario en su atelier. Era alto, de rostro serio y mirada penetrante en sus ojos celestes como el cielo de verano. Sus manos cuidadas y perfectas estaban concentradas en la nueva prestidigitación. Movimientos pausados, armónicos y seductores, eran las características del mago. Él, con su habilidad para la ilusión, encantaba a quien lo viera. Su voz, armoniosa y perfecta, dominaba cualquier ambiente.
Los objetos vuelan a su alrededor, casi orbitando, formando un ballet perfecto a ritmo y armonía. Grandiosa su magia, sin límites ni fronteras de este mundo. El mago atrae cualquier objeto inanimado con sólo mirarlo. El mago arquea sus manos elevándolas al cielo y destellos de luz surgen entre ellas. El mago señala con su índice y los animales yacen. El mago pronuncia sus hechizos y la tierra se postra a sus pies, sin resistencia alguna y en serena rendición.
Años de profesión lo convirtieron en una suerte de leyenda. Su nombre recibía tratamiento de culto. Los hombres, raza desprovista de magia y embebida de realidades, se maravillaban y sucumbían encandilados. Pero, con el tiempo, empezaron a envidiarle y luego a temerle.
Nadie podía lo que él. Los eruditos de la ilusión no encontraban respuestas a su arte. Sus proezas eran sin par. Él, desafiaba las leyes naturales, vulneraba los sentidos, escandalizaba con su don, violentaba con sus milagros ilusorios... o no tanto.
No lo soportaron. No pudieron resistir tanta magia inexplicada. Lo discriminaron, lo persiguieron, lo acecharon, lo agredieron, lo humillaron, lo hirieron, lo probaron y desafiaron... Los hombres no aceptan la magia sino como mero truco. No se ilusionan, quieren saber siempre el secreto. Quieren conocer el sortilegio, el supuesto engaño a los sentidos en vilo. No quieren reconocer que la magia, magia es.
Hombres pertrechados y enmascarados entraron al atelier del mago. Lo incendiaron. Rompieron a golpes lo que no podía ser quemado. Saquearon el estudio, en la búsqueda última del mismo mago. Robaron, maldijeron y blasfemaron. Odiaron como sólo el hombre puede hacerlo. Masacraron cada vestigio de magia, ofendieron a la ilusión que no lo era tanto... No hallaron al mago que hasta recién estaba trabajando allí, como a diario lo hacía. Nada quedó en pie, esa misma nada campeó donde otrora la magia moraba.
Rápidamente, la noticia corrió. Se dijo que habían terminado con el mago, o cuanto menos con todas sus posesiones. Nadie más supo de él. Nunca jamás volvieron a verlo. Ya no había ilusiones en estos confines donde los humanos viven su existencia carente de magia y de magos.
En un lugar diferente, en otros tiempos, con otras gentes, él camina haciendo florecer lo muerto a su paso. Es pobre, nada tiene, tal vez nada necesite, quizás por haber sido el más robado y perseguido. Pero hay algo que ellos, los profanadores de las fantasías, no saben. Por más que lo intenten, e incluso que continúen haciéndolo, nunca, jamás, podrán extinguir la magia...

Ricardo Tejerina / 2008