sábado, 16 de abril de 2011

EL RELOJ


Salvador Dalí


          Cuando niño, en ocasión de mi primera comunión, recibí de parte unos tíos un reloj como regalo. Si bien el hecho de por sí ya era extraordinario (en aquella época no eran muchos los que con 10 u 11 años tuvieran un reloj automático, de malla metálica y cuadrante brillante), lo más curioso del caso no pude advertirlo sino hasta hace escasos minutos. Sucede que las agujas del reloj en cuestión giraban al revés. Es decir, que en lugar de hacerlo hacia la derecha lo hacían hacia la izquierda. Ergo, a medida que el tiempo pasaba, el reloj atrasaba más y más. Yo no lo había notado (solemos no notar las cosas mientras nos pasan y sí lo hacemos cuando reflexionamos sobre ellas) que mi vida en lugar de ir para adelante, lo hacía para atrás. No niego que al principio me sentí inquieto a causa de algún que otro déjà vu, pero, a decir verdad, no sospechaba en modo alguno que el tiempo me estuviera jugando una mala pasada. De hecho, todos los que me rodeaban vivían de igual modo; al revés. En esa dimensión paradojal: los ancianos se volvían adultos, luego jóvenes y por fin tornaban nuevamente en niños. En mi caso, en un santiamén me convertí en viejo luego de mi primera comunión, aunque ahora que escribo estas líneas apenas supero los 10 años, después de haber sido adulto y también joven. Ocurre que de súbito mi reloj se ha detenido. Ante tan cruda realidad sé que no son muchas las opciones con que cuento. O bien esto que he relatado es la fantasía de un niño que creía que su reloj giraba a la inversa y apenas se encontraba detenido, o bien es la confesión del hombre que ha vivido y se aferra así a su última esperanza, puesto que su tiempo se ha agotado. Querido lector, sería tan amable de mirar su reloj y decirme qué hora es, dado que el mío está clavado en las 3 y 33, y sin saber muy bien por qué, pero con cierta prisa, voy camino del final...

Ricardo Tejerina / 2011