sábado, 23 de abril de 2011

LOS APARATOS CENSORES

Ernest Descals

         En una ocasión di con un artefacto perverso. No sería apropiado llamarlo radio, puesto que se dice que fue por él mismo que decidió qué voces reproducir y qué voces silenciar, vulnerando la democracia del éter. Pronto, otros aparatos similares lo imitaron, seducidos por el poder de censurar. De ser algunos, pasaron a millones, hasta merodear la práctica totalidad. Así surgió la dictadura del mensaje. En los arrabales del mundo una modesta radio era la única resistencia. Denunciaba la invalidez del mito de los aparatos censores y que todo era obra de los hombres. Lo sabían porque los dictadores solían confesarlo al aire en su programación habitual.     

El por qué de esta reflexión:

         Los aparatos censores es una metáfora del rol del periodismo libre. Con este microrrelato he intentado evidenciar el comportamiento del emisor y el receptor, la influencia del contexto y los múltiples significados que recaen sobre una misma palabra (verbigracia: “radio” como aparato receptor y “radio” como planta emisora o estación productora de contenidos, etc.). Muchas veces en la vida cotidiana se elaboran insostenibles dialécticas que se sostienen con argumentos tan desopilantes como inopinables, que a fuerza de repeticiones, o presiones, o burdo poder, terminan por acreditar fama de verdaderas, tal el caso de “los aparatos censores”. En paralelo, me pareció adecuado reivindicar el valor del compromiso con la más absoluta libertad, toda vez que a pesar del sometimiento, en los medios libres hasta las más recalcitrantes expresiones tienen espacio. Y creí que cualquier oxidado dictador (al decir de Ismael Serrano), lo que haría sería utilizar su tiempo para jactarse de su miserable dictadura, aunque ello implicase –a la postre– su definitiva y merecida condena. Finalmente, debo decir que me produce algo de ruido una suerte de análisis comentado por el autor que es más extenso que el texto del que se ocupa… pero, apelando a la coherencia, no he querido autocensurarme.   

Ricardo Tejerina / 2011