domingo, 6 de mayo de 2012

EDUCAR AL SOBERANO


Algunos días atrás nos enterábamos por los diarios que las autoridades de la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano de la Provincia de Córdoba, dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba, (como el Nacional Buenos Aires o el Carlos Pellegrini dependen de la UBA), impulsaban la sustitución del examen de ingreso por un sistema de sorteo, so pretexto de tratarse de una medida inclusiva, consistente con la idea de optimizar los beneficios educativos dirigidos al conjunto de la población.
Presentado el hecho trataré de alejarme de los lugares comunes y maniqueos, proponiendo un análisis reflexivo de carácter objetivo, a favor del debate de un tema tan profundo como lo es el derecho a la educación. Más aun porque infiero que este tipo de episodios ponen mucho más de relieve a las carencias de los que deben enseñar, que las dificultades de los deben aprender.
La pregunta que me formulo consiste en saber si es posible educar con valores controversiales. Dicho de otro modo: se trata de analizar si un ámbito como el de la escuela debe privilegiar el mérito o, en su defecto, apoyar sus convicciones en el azar.
Repasemos juntos los usos de uno y otro:
El azar, por definición lúdico, corresponde a la órbita de aquello en donde el hombre no interviene, sino que es una delegación en la Providencia, algo que está más a allá de la voluntad humana y también de su razón. Supone un estadio indefinido, donde se combinan fuerzas y sentidos que no provienen del conocimiento, sino de algo arbitrario y sin ordenamiento que es la suerte. Generalmente se someten a esta arbitrariedad lúdica cuestiones menores, aquéllas que no implican definiciones trascendentes, relevantes o gravosas; verbigracia: la elección de un arco en un partido de fútbol, la obtención de un ticket para un espectáculo, un número en la Quiniela, etcétera. Sé que podrían decirme que también se sortean vehículos en un plan de ahorro y que –cuando estaba vigente– se definía quién hacía el servicio militar y quién no, y que ambas cosas parecen –y de seguro lo son– más importantes que quién saca primero en un partido de tenis.  Entiendo que se llega a esa instancia cuando se carece de otras, o cuando al que las promueve poco le interesa el resultado que el procedimiento arroje.
En el caso de los automóviles (o de cualquier otro bien) ocurre porque al organizador del plan le da lo mismo “A” que “B”, puesto que ya tiene asegurado el pago de la unidad por parte de todos los demás suscriptores. La licitación es su orden verdadero de acuerdo a valor. Respecto del servicio militar el sorteo era porque las Fuerzas Armadas no tenían la capacidad de absorber a la totalidad de la población alcanzada, y su preocupación no era profesionalizar la actividad, sino ejercer el mando vertical y degradante con cualquier cristiano que cayera bajo su arbitrio.
En ninguno de los casos tiene importancia el quién (y en el caso que nos ocupa “el quién” es el educando, nada menos). Ni a la empresa que entrega el auto –que como hemos dicho, ya cobró– le interesa, ni a los militares les preocupaba, porque de ese modo justificaban su presupuesto. El sorteo era la solución a sus problemas, un recurso sencillo y aséptico. Una declaración tácita de: “yo no fui”.   
Otros tipos de ordenamientos que no se resuelven por intermedio del azar exigen distintos grados de compromiso. A diferencia del proceder lúdico, el mérito conlleva implícito un valor. Se accede porque se gana el derecho, y se pierde esa posibilidad porque no se calificó para lograrla. Lo obtenido ha demandado esfuerzo y sacrificio, pero, a cambio, otorgará reconocimiento y prestigio. José Ingenieros decía en su libro Las fuerzas morales que el digno no pide porque merece. Quien ha obtenido un lugar por mérito es digno de él, por ello es que no debe pedir a la gracia ni al azar aquello de lo que se ha hecho acreedor en buena ley y por derecho propio.
En este punto incorporo el elemento que se ha aducido a favor del azar. Se dijo que quienes tienen menores recursos están en desigualdad de oportunidad respecto de los que disponen de más. Es cierto. Las posibilidades que brinda una economía consolidada son muchas más que las que tiene a su alcance otra vulnerable, es, casi, una verdad de Perogrullo; pero, ¿recurrir al sorteo no es, acaso, una declaración de impotencia del sistema? Una silenciosa confesión culposa por no haber hecho lo necesario para resolver –antes– los problemas de la niñez y la adolescencia. Creo que sí.
De todos modos, cuidado con los prejuicios, porque más allá de las desigualdades económicas de origen, son infinitos los casos de alumnos que han superado ese escollo y ganado el lugar que les correspondía por capacidad y tesón. Asimismo, son también incontables los ejemplos de intelectos desperdiciados provenientes de hogares más acomodados.
Ahora bien, aventuro que el tema no es “sortear las vacantes escasas”, sino ampliar la oferta educativa y planificarla de acuerdo a las necesidades reales de la sociedad. Eso se parece más a la inclusión que el mero azar. Convengamos que si reducimos una política inclusiva al sorteo, flaco favor le hacemos al paradigma de la equidad.
Si al Estado le interesase educar de verdad, lo que debe hacer es universalizar las condiciones de acceso a la educación básica, preparativa y formativa, y garantizar que en las escuelas se dé clase. Si esa educación es adecuada y de calidad, nuestros chicos llegarían mejor preparados para enfrentar con éxito exámenes de ingreso u otras alternativas que requieran competencias. La escuela pública debe recuperar el liderazgo educativo. He allí la verdadera justicia social: más escuelas que enseñen, para más chicos que aprendan.
A medida que se avanza en el camino del estudio las ofertas educativas se restringen, al punto tal que todas las universidades nacionales tienen definidos sus propios procesos de ingreso por razones de cupos, y si bien todos son distintos, en ningún caso el sorteo es el método. Devienen al menos curiosas las formas innovadoras de estos tiempos, donde en aras de un supuesto “para todos” se arremete contra procedimientos perfectibles pero no por ello innobles (vale aclarar que “todos” y “ninguno” en un punto se relacionan: recordar que la soga se ata por los extremos, y cuando estos se ligan, ambos se confunden).
Si bien cualquier modelo de selección puede tener aspectos mejorables y/o consecuencias no deseadas, si el mismo hace eje en algún valor reconocido socialmente –la idoneidad por caso–, su aplicación resulta razonable. Por el contrario, ¡cuánto más terrible sería que un chico humilde pero de gran potencial perdiera su oportunidad de estudiar simplemente porque tuvo mala suerte! A fe digo que no conozco mayor y descarada injusticia, y, por cierto, no hay relato que pueda refutar esa categórica verdad.
Hasta la próxima mirada. 
El Ojo Críptico