Ricardo Tejerina |
"La distopía podría definirse como una distorsión de la utopía,
es decir, la persecución de un modelo abyecto, contrario
a lo que entendemos comúnmente por beneficioso,
saludable o con valor moral, incluso."
RT
Una vez dormí y soñé a Distopilandia. Soñé que vivía dentro de una sociedad que desarrollaba todas sus actividades durante la noche y que dormía a plena luz del día. Era ésa una sociedad de rostros pálidos y sujetos ojerosos que se regodeaban con maquillajes agresivos y tinturas contaminantes. Las mujeres tenían por costumbre cerrar las cortinas al despunte del alba y no abrirlas sino hasta verificar la certeza cronometrada de la puesta del sol. Los hombres preferían lo marchito y rancio antes que lo esplendoroso y fresco. Los niños apreciaban la seguridad del encierro y abominaban las calles y los parques. Todos los animales se habían vuelto ciegos al tiempo que agudizaron el sentido del oído. Vivía pues entre murciélagos con apariencia de perros, leones, cocodrilos o pájaros. A las larvas y a los gusanos se los consideraba bellos, en cambio, a las mariposas y a los colibríes se los señalaba abominables. En esa sociedad de sesgados encantos, beber agua era considerado asqueroso y los pingüinos empetrolados resultaban atractivos como mascotas urbanas porque la exigua capacidad de sobrevida de esos pobres desgraciados se festejaba alegremente. Los pintores tajeaban sus telas y renunciaban al color, a la forma y a todos los sentidos; la profesión de actor ya no existía y su lugar era ocupado por una cohorte de mujeres y de hombres automatizados que habían rechazado categóricamente a la sensibilidad y al decoro. El catecismo laico del nuevo dogma había logrado demostrar que la burda copia era, en verdad, mucho más aurática que el más singular original. Cuando desperté, una comitiva ad-hoc de comisarios del subconsciente me convenció de que la realidad era el sueño. Ahora no sé si estoy despierto o dormido, pero donde vivo: los buenos siempre mueren primero.
Ricardo Tejerina / 2012