(Transcripción del diario íntimo de Proserpina hallado entre lo que fueron las pertenencias de la profesora Athena Eleusina y ofrecido a este cronista para su publicación por sus derechohabientes).
“22 de enero de 1944: Antes de cumplir 25 años he tenido una revelación. He conocido a alguien cuyo paso fue efímero, pero su huella perenne. Fue una historia muy breve, tanto que nos dimos la bienvenida con un adiós. De tal episodio he inferido que la pasión puede ser inversamente proporcional al tiempo. Quisiera poder escribir más. ¿Habrá más?”
“23 de enero de 1944: Me hallo desolada. Su imagen retumba en mis sueños impidiéndome descansar. Creo que he idealizado a ese hombre. Tal vez debería ir a buscarlo. Quisiera acariciar su cabello y apoyarme en su hombro apretada a su pecho. Es mucho mayor que yo, ¿por qué me ha cautivado sumiéndome en esta crónica de ausencia? Estoy llorando.”
“24 de enero de 1944: ¿Qué es el amor? Me hago esa pregunta de modo incesante y sólo alcanzo a describir una cadena de desengaños. Al redactar esto me sonrío. A veces quiero acertar una reflexión inteligente sobre los sentimientos. Lo sé, es un snobismo. Parezco dura pero soy frágil en la intimidad. Igual sé lo que quiero. Lo quiero a él. De todos modos, hoy es un día muy triste para mí.”
“28 de enero de 1944: No he escrito en mi diario durante algunos días. Estuve muy ocupada y apenas me quedó tiempo para las obligaciones diarias. He recibido una carta. Me he quedado contemplándola sin abrirla. Intenté que el sentido del tacto y también el del olfato me revelasen sensaciones que las palabras –a veces– no trasuntan. Puede que alguien piense que se trata de cosas de niñas, pero yo sé que en esos “pequeños secretos” moran las historias de amor. ¡Ah! Por supuesto, la carta es de él.”
“29 de enero de 1944: En ciertas ocasiones, muy íntimas y privadas, me pregunto quién soy. Creo que todos lo hacemos. No es exactamente para saber quiénes somos, sino para afirmar nuestra identidad, la que suele diferir según el ámbito. Aquí soy Proserpina, la auténtica reina, en la calle soy una más. Tal vez eso sea lo que cambie a partir de hoy, pero no es que dejaré ser reina aquí, sino que también lo seré allá. Escribo esto mientras leo mi carta. Cada renglón de mi amado justifica lo que digo.”
“29 de enero de 1944 (más tarde): La carta que he recibido es la más hermosa que una mujer puede esperar. En ella, él viene por mí sin concesiones. A fe digo que lo ha hecho de un modo convincente, con su poesía me demuestra todo su amor; pero también que él es el hombre, el que me llama y atrae. Transcribo a continuación los versos que, desde entonces, no he dejado de releer: A ti te convoco, mujer, a buscar el octavo color del arco iris. A ti te convoco, mujer, a robarnos el reflejo de la luna. A ti te convoco, mujer, a guardar toda el agua del mar en una gota. A ti te convoco, mujer, a perdernos en el jardín de nuestra infancia. Y a ti, te convoco, mujer, a restañar la barcaza del olvido. Sólo por amor, sin más equipaje, que el corazón dolido. Estoy tan emocionada…”
“30 de enero de 1944 (primeras horas): No quise esperar la llegada del alba. De pronto sentí la necesidad de escribir en mi diario su nombre. Pensé que si algo me pasara no quedaría ningún registro, ningún dato, ninguna pista de quién es el hombre al que yo amo. Me di cuenta de que uno de los recaudos que toma el amor es grabarse en la memoria, al tiempo que nos inflama el corazón. Amor e identidad son compañeros, como lo son el desamor y el anonimato. Con mi mano temblorosa hoy escribo su nombre: sólo Juan. Así es la forma de mi amor: una idea, una pasión. Sólo así.”
“31 de enero de 1944: He tenido un sueño, lo he sentido tan real, tan vívido. Me vi junto a él, pero de un modo que no sospechaba. Era su mujer, sí, pero también su compañera. Me dio la impresión que sus palabras se agigantaban y reverberaban. Sé que mi amor no es flor de ceibo, y sé que lo que viene navegará entre la alegría y el dolor. La vida funciona con equilibrios que suelen ser crueles: como Santa Rita, lo que te da, te quita. Mi sueño me augura el amor de mi hombre, pero temo que también tenga un reverso de pesadilla. No quiero pensar en ello, al decir de todos soy tan joven y tan hermosa…”
(Notas de la profesora Athena Eleusina, escritas al margen en el diario de Proserpina, con tinta roja) “¡Pero cómo esta mujer advierte su destino! De alguna manera presiente lo que vendrá. Amada y odiada, siempre ella.”
“1ro. de febrero de 1944: Él es un hombre importante, singular. Su porte marcial me agrada, pero más me gustaría que fuera pueblo. He oído por allí que las mujeres son las que moldean a los hombres, las que los completan, las que los elevan o los hunden. Me sé cometa y no yunque. Tal vez, él me necesite a mí, más de lo que yo lo necesito a él. Debo recordar no presumir de esto en público.”
(A continuación el diario de Proserpina presenta páginas faltantes, tal vez cinco o seis. La profesora Athena Eleusina ha dejado algunas anotaciones al respecto. Este cronista las transcribe sin más dilaciones, pero no puede omitir sus sensaciones a pesar de su pretensión de objetividad. En verdad cree que se trata de una suerte de oración). “Santa mujer, bendita eres tú, pero incapaz de vencer a la ponzoña. ¿Qué no hay Dios que te salve? Tu nombre será invocado como estandarte de victoria; pero de otros y no tuya. ¿Sabes a dónde te lleva este camino? Al fin, que sea tu voluntad, y no la mía.”
“12 de febrero de 1944: Es extraña la manera en que suceden las cosas. De pronto, mi vida parece encaminarse. Me siento condenada al éxito. Quienes desdeñaban mi profesión, hoy estarán masticando su acritud. ¿Creen que una actriz es una zorra? ¡Por favor! Tengo a mi lado a un hombre poderoso, y que aún ni siquiera ha despertado. ¿Escribí despertado? Sí, y le doy a esa palabra dos sentidos: uno literal, pues duerme ahora, aquí, en mi cama; otro figurado, pues todavía no son tantos los que han visto lo que es capaz de hacer y hasta dónde puede llegar… conmigo, claro está.”
“13 de febrero de 1944: Al escribir estas confesiones me he dado cuenta de que hay un tiempo para meditar y otro para hacer. Puede que la línea que separa a uno del otro sea muy delgada y, en algunos casos, imperceptible. Sin embargo estoy convencida de que el mundo es de los que se animan, y animarse es hacer y no sólo pergeñar, menos aún rememorar. Tal vez ya no vuelva a estas páginas, sino en búsqueda de consuelo; tal vez ya no derrame mis emociones con auxilio de la tinta. Mi nombre, mi verdadero nombre, evoca a la mujer y a la manzana. De algún modo, son las dos caras de lo mismo: la tentación y la sabiduría. Hoy parto rumbo a mi destino, dejando atrás a Proserpina, con el tiempo de testigo y la ilusión de ser millones.”
Ricardo Tejerina / 2011