miércoles, 15 de diciembre de 2010

LA POLÍTICA Y EL ARTE DE LOS MURALISTAS MEXICANOS

David Alfaro Siqueiros
Es curioso como funciona el proceso de aprendizaje, el mismo que es una sumatoria de técnicas, teorías y habilidades, pero, también, aquél que de algún modo es una suerte de despertar, un reconocimiento de algo que ahí estaba, pero que no podíamos ver.
            Este proceso, generalmente se produce a partir de las formas establecidas que la sociedad ha definido para impartir el conocimiento, pero alcanza su punto más alto (y tal vez más trascendente) cuando opera a través del mentor. Es decir, de aquella persona que es capaz de generar en el otro el deseo de saber y la gratitud por la guía recibida en el largo camino del saber.
            En la política ocurre algo similar, sublima también a partir del mentor. Se me ocurre que esa llama que enciende el líder puede ataviarse de modos muy distintos. O sea, que puede haber mil fuegos en el fuego, pero todos ardiendo como uno, aunque distinguiéndose por los matices cromáticos que las mismas llamas ofrecen.
            Encuentro pues en el arte, una fuerte ligazón con la política. Considero que lo ideológico cuando atraviesa el simbolismo artístico, produce una referencia estética, y ella, decanta en diversas obras. Así como el fuego contiene mil fuegos, el arte contiene mil ideologías.
            El Movimiento de Muralistas Mexicanos da prueba de lo que digo. Su razón de ser es artística, su sentido es simbólico y su impronta marcadamente ideológica. De allí que sostengo que hay un tránsito del Movimiento Muralista a la militancia mural, porque lo que primero fue la ideología del artista, luego se transformó en la militancia de la obra, la que trasciende incluso a su propio creador aunque, a fuerza de ser sincero, sin desprenderse del todo de él.
            El muralismo es denuncia, pero también es belleza. Es emancipación y resistencia, pero también dúctil policromía. Es la fuerza de las entrañas originarias que reclaman la reivindicación de la sangre derramada, pero también es vanguardia artística. Es el encuentro de lo americano y lo europeo, pero a partir de una identidad que no sucumbe al menoscabo. Es la apropiación autóctona del otro dominante, desplegada a gran tamaño.
            Hay pinturas que no entran en la tela. Ésas, las que tienen por destino el muro, son aquéllas que necesitan un soporte más duro y más sufriente, único capaz resistirlas. De seguro que es porque también es tan duro y tan extremo el significado que contienen.


Ricardo Tejerina / 2009