viernes, 10 de diciembre de 2010

LA ÚLTIMA PARTIDA


Sin registro autoral, pero ¡qué bueno es!


Con respeto y admiración a R. W.
Siendo apenas un joven, conversando una tarde de lluvia con Rodolfo, mientras jugábamos ajedrez, me dijo que la clave estaba en la transposición de jugadas…[1]  Pero que era una medida extrema y que se debía utilizar sólo cuando resultara inevitable. Yo sabía que él decía la verdad, que conocía rigurosamente la íntima fibra de los acertijos y los enigmas. Era brillante, lúcido como pocos y fantástico estratega. En verdad, yo concurría a su casa a aprender, y él, generosamente, me enseñaba. Desde Sócrates para acá sabemos que el conocimiento se transmite hablando, del maestro hacia el discípulo... En fin, la mayéutica.
En la vida siempre hay que tener una estrategia, igual que en el ajedrez. Alimentada ella con infinitas tácticas, susceptibles de imprevistas modificaciones, orientadas siempre a conseguir el objetivo con la mayor eficiencia. Es decir, con la menor inversión de recursos, por si fallase, porque siempre puede fallar, obviamente.
El jugador no juega sólo para ganar, juega por el placer de jugar, nunca lamenta perder, el que lo hace sólo demuestra con ese bochorno que no es jugador. Yo, casi nunca le ganaba a Rodolfo, pero disfrutaba de cada partida, aunque más de las veces mi rey terminaba sitiado en fatal jaque mate... Así, derrota, tras derrota fui aprendiendo y me hice cada vez más diestro.
Comprendí, por ejemplo, que el avance nunca debe ser frontal, aunque debe parecerlo. Supe también que los alfiles son los tutores del triunfo, ya que su corte diagonal nos garantizará el dominio del tablero en el cerco final. Incorporé que podemos sacrificar algún peón para controlar la franja media y también atesoro como experiencia que las torres avanzarán despaciosamente, haciendo cada vez más estrecha la superficie del rival. Por último, los caballos influirán con su panóptico y la dama, la reina, hará lo que tenga que hacer, con elegancia si fuera posible, salvajemente si se tornase necesario.
Con el tiempo he desarrollado algunas habilidades, y si bien sólo soy un aprendiz, en ocasiones he superado al maestro... Domino bien el despliegue posicional. Puedo asumir la ofensiva, me gusta más incluso, pero también soy hábil contragolpeador. Puedo pensar rápido, de modo que el reloj no me complica y he pulido finamente los movimientos de la reina, la que a pesar de su naturaleza real, actúa siempre bajo mi exclusivo control.
De todo lo que aprendí, que fue mucho, la mayor parte me ha servido hasta el día de hoy, pero nunca demostré mayores virtudes para pactar empates, lo que en  la jerga ajedrecística se denomina simplemente: “negociación de tablas”.
Me encanta el ajedrez, me encantaba jugarlo con Rodolfo. Cada vez que me enfrento a un nuevo duelo, tanto en la vida como en el juego-ciencia,  pienso en sus palabras tan sabias y certeras: “La clave está en la transposición de jugadas”.
Transposición, cambiar el orden, alterar las secuencias del antes, durante y después... Tan simple como eso, tan riesgoso para el que la propone, pero tan desconcertante para el adversario, para el challenger. Fatal, yo diría.
En mi último duelo reciente, con el que la vida me puso de nuevo a prueba, y cuando ya han pasado más de treinta años sin Rodolfo, he tenido que aplicar su consejo rector y máxima enseñanza, lamentablemente, porque el destino de tablas era inexorable, pero yo no podía aceptarlas en modo alguno. Debí cambiar, exigirme para forzar la mutación de ese designio.
De todos modos, no he querido quedarme a presenciar el final, a fin de cuentas, entre jugadores, no se trata de ganar o de perder, sino de jugar, por el lúdico placer de hacerlo y disfrutar cada partida como si fuera la última...
Y así fue que cuando tú y yo nos atrevimos a iniciarla, sabíamos que ésta, invariablemente, lo iba a ser.
Ricardo Tejerina / 2008



[1] Alegoría y tributo al relato de Rodolfo Walsh (Escritor y Periodista argentino, 1927 – desaparecido 1977) “Transposición de jugadas”, recopilado en Cuento para tahúres y otros relatos policiales, Ediciones La Flor.