lunes, 27 de diciembre de 2010

EL PINTOR


Pablo Picasso

Su taller de trabajo es un laberinto. Bastidores, lienzos, paletas y óleos diversos, se disputan los centímetros de espacio y armonizan en un caos casi deliberado.
Algunas obras concluidas se estrechan contra la pared del fondo, cercanas a manchas de humedad que intentan a diario contagiarlas de su mal.
El pintor vuela, sus colores se deslizan por el lienzo con la gracia y la libertad de las liebres en el campo. La poca luz natural, resabio del día que ha de morir, no es obstáculo para que las figuras se iluminen sobre la tela.
Sabía, por su amigo Pablo,[1] que cuando ella llegara, sería bueno que lo hallara trabajando.
El pintor delira, su sensibilidad le surge urgente, su amor impío lo lleva a evocar los desafíos húmedos de la lujuria y a sumergirse en los abismos simbólicos de los mundanos placeres.
Ella, arribada, enigmática y sugerente, inseparable y poseída, se mimetiza en ese éxtasis y goza desesperada y frenéticamente. Aunque, como llegó, habrá de irse.
Es de noche. Entre amasijos de colores y pinceles el hombre yace y el frío del taller se vuelve insoportable. Rostros extraños cargaron la pesada osamenta del pintor muerto. Ya no habrá más vuelos, ni delirios.
Ella, como de costumbre, retornó y no lo halló. Confundida, volvió a hacerlo por varios días más, pero ya no.
Ella, la inspiración, hoy goza en brazos de otro amante.
Ella, la inspiración, sólo se lleva con la vida.

Ricardo Tejerina / 2008


[1] Pablo Picasso, pintor español, 1881 – 1973, se le atribuye la frase: La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.