lunes, 3 de enero de 2011

ANAGRAMA

Vicente Herrero
               
           Me levanté temprano. Las huellas del amor a plazo fijo estaban aún sobre las sábanas. Sobre el vidrio de la mesa ratona quedaron un par de líneas sin leer, el relo de la coronita, la palm, el pasaporte, algunos cientos de dólares y las llaves del auto.
Desde mi ventana veo la ciudad enfurecida y amenazante. Esa mañana entraba una claridad que me molestaba en los ojos. Al mediodía debía estar en el aeropuerto.
Necesitaba una ducha reparadora que me sacase el olor a colonia barata de vulgaridad y mujerzuela. Me visto de sport, elegante, muy italiano, y preparo el maletín y la pequeña valija con objetos personales, documentos y algo de ropa para el viaje.
El ascensor me espera. El vigilador, regordete y simplón, me saluda condescendientemente como todos los santos días, y también, como siempre, casi no lo oigo ni lo veo. La FM suena y el flash informativo de las nueve avisa que hay corte y piquete en la Ricchieri.
Pienso para mí: ¿Por qué debo soportar esto? Manifestaciones de desclasados que no tienen presente ni futuro, reclamos vulgares que los siento totalmente ajenos, producidos por masas cuasi salvajes, que afortunada y deliberadamente los polarizados me impedirán ver otra vez.
Ezeiza. El ingreso es tortuoso, a los piqueteros se les suma otra singular fauna de limpiavidrios, trapitos cuida-coches, abre-puertas, etcétera. Quiero llegar, dejar el auto en el estacionamiento que la firma tiene permanente, hacer el check-in y descansar un poco de tanta polución y fastidio.
En unas horas estaré en Roma, "Bella Roma", lejos de todo y cerca del fasto del Vaticano, de la Capilla Sixtina y la Plaza de San Pedro diseñada por Miguel Ángel. Me esperan ejecutivos importantes del viejo continente con los que cerraremos grandes negocios que bien pueden asegurar el resto de mi vida... y la tuya.
Llevo lentes oscuros, la claridad hoy me surge molesta. Por los altoparlantes y el tablero electrónico avisan un retraso porque hay humo. ¿Humo? ¡Qué país, por Dios! ¡Basta! Deseo subir al avión y no pensar más en todo esto.
Tranquilo, todo estará bien, me digo. No hay de qué preocuparse, en un rato, apenas, cruzaremos el Atlántico, comeré frutos del mar sobre él y luego dormiré. El tiempo pasa, la azafata retira el servicio. Le pido un agua con gas. La trae y la deja junto con 2 bombones muy finos y brillantes.
Me conecto los auriculares, quiero evadirme y pensar en mí. Disfrutar del típico ejercicio diario de auto satisfacerme con lo bien que me va. Pensar en Roma, en la Vía Véneto, en Fellini, en la dolce vita.
Estoy cansado, me dispongo a dormir. Antes, como último acto consciente del día, como uno de los bombones y guardo el otro, junto al envoltorio inútil, en un bolsillo de mi brillante chaleco negro.
Sueño. De pronto, insoportables e inesperadas pesadillas vienen a mí. Me veo desgraciado, paupérrimo, miserable, sucio, sin esperanzas, quebrado, hambriento, andrajoso, frente al abismo de una vida arruinada y desangelada.
¿Cómo es posible? ¿Por qué no puedo despertar? ¿Esto me está sucediendo a mí? Este dolor insufrible de la tristeza sin límites ni fin no puedo soportarlo. Soy tan pobre y miserable como cada uno de los que vi camino al aeropuerto.
No puede esto estar pasándome, soy un empresario exitoso y un profesional brillante, ejecutivo multinacional promisorio, master y yuppie, tan mundano, tan urbano, tan viajado, tan de vuelta.
Siento que el aire no ingresa a mis pulmones, que tengo taquicardia, que quiero despertar. ¡Dios! Mis ojos se abren, la claridad de las luces blancas de primera clase me matan.
Me toco instintivamente como para reconocerme. En el bolsillo de mi chaleco encuentro un dulce y un envoltorio inútil. Es el del bombón que rápidamente tragué antes de dormir. Tiene una inscripción... dice: "ROMA".
¿Roma? –pienso–. ¡No puede ser! Roma de los excesos, Roma imperial, Roma incendiada, Roma de las matanzas y los crucificados inocentes, Roma de Nerón y Calígula... ¡Ya no!
Pido un favor, una amnistía al cielo omnipotente y misericordioso. Ya no quiero esto, tampoco ser lo que he sido, siento vergüenza y dolor. Miro el bombón que me queda, tiene otra inscripción... ¡No puede ser! Es imposible... –me digo–. Advierto que se trata de un anagrama... dice: "AMOR", Roma al revés, y lo comí.

Ricardo Tejerina / 2008