domingo, 2 de enero de 2011

HAN COMETIDO EL PEOR DE LOS PECADOS...

Jorge Luis Borges
Como ya presumirán, ha llegado el momento de referirme a Jorge Luis Borges (1899–1986). Con la frase del título –que evoca a uno de sus versos más famosos: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer, no he sido feliz”– intento hacerle un módico acto de justicia al célebre autor argentino y destacar la inexplicable omisión de la Academia Sueca y la Fundación Nobel, al negarle la preciada distinción en Literatura.
Creo yo que los galardones acreditan su prestigio –mayormente– en función de la categoría de sus premiados, pero, a veces, también alcanzan celebridad por sus “flagrantes olvidos”. Hollywood –tal su naturaleza de industria cultural moderna– ha resuelto esos deslices con el premio: “a la trayectoria”, que no es más que una fe de erratas que llega al final del camino como último homenaje a las otrora estrellas, y cuyo cometido tiene más que ver con la culpa de los organizadores que con la gloria del tributado. La ausencia de Borges en la vitrina de los Nobeles no tiene justificación, toda vez que –posiblemente– sea la pluma más destacada de la lengua castellana, considerando incluso a los distinguidos por la Svenska Akademien: Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Camilo José Cela y Gabriela Mistral, entre otros. 
            La polémica fue una constante en la vida de Borges, podríamos decir que fue del todo funcional a la lógica borgiana, teñida de acertijos, laberintos y dubitaciones esenciales. Desde la soberbia intelectual que se le atribuye, afirmada en una modestia irónica que podía llegar al paroxismo (quien no recuerda el emblema de dicha postura, patentizado por la singular frase que un conocido imitador de la época repitió incansablemente con ingenua alevosía; me refiero a: “Disculpen mi ignorancia...”); hasta su postrero matrimonio con María Kodama, su declamado individualismo, su muerte en tierra extranjera, o la sublime creación de una categoría literaria como “el apócrifo”, es decir, un historicismo ficcional que resulta imposible no dar por verdadero (Ficciones, 1944. Por esta obra recibió el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores – SADE.).
            Sin embargo, Borges fue un escritor estupendo siempre, incluso cuando trabajó en colaboración. Las producciones realizadas con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares me relevan de mayores comentarios. Más aun, junto a este último, también escribió algunas piezas de antología bajo los seudónimos: H. Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch.
            Hacer un racconto de la obra de Borges, resultaría una redundancia innecesaria que no obedece a la finalidad de estas crónicas, pero sí me permito hacer un alto en algunas perlas del valioso collar literario que el célebre literato porteño nos dejara y desmitificar la creencia que sostiene que: “Borges es difícil”; cuando en verdad lo que denota en cada uno de sus textos es un riguroso conocimiento de los diferentes campos disciplinares en los que se involucra como narrador, obsequiándole al lector un saber procesado y refinado. Ninguno de nosotros debiera prescindir de relatos como: “El inmortal”, “Emma Zunz”, “El Aleph”, “Los dos reyes y los dos laberintos” o “La otra muerte” (éste en particular, fabuloso y perfecto, navega en la paradoja del tiempo y les aseguro que resignifica el sentido de la vida, el honor y la trascendencia).
En suma, podrían decirse muchas cosas más, y así todo, no completar sino una parte minúscula de la personalidad y la obra de Jorge Luis Borges. Quizás, la ceguera que lo atacó en el final de su existencia fue la misma que tuvieron –claro que por mucho más tiempo y tanto más insanable– aquellos que lo privaron del galardón que le correspondía por derecho bien habido y, tal vez por ello, aun cuando sus restos mortales descansan lejos de la patria, su espíritu se pasea por los pasillos de la Biblioteca Nacional (fue su Director) con la cadencia que le era propia y como si nunca se hubiera ido del único lugar en el que –según su propia confesión– fue feliz.

Ricardo Tejerina / 2010