miércoles, 26 de enero de 2011

LA RESPUESTA

Ángel Castaño Monis

Juntos, nos dispusimos a vaciar el viejo armario. Debíamos acomodar todo el contenido en algunos cestos de mudanza. Teníamos cierta pesadez, o tal vez desánimo; en verdad no resultaba agradable la tarea de encestar afectos.
Axel, que era más impetuoso, descolgaba la ropa y vaciaba los estantes. Yo, por mi parte, apenas acariciaba alguna prenda o me detenía en algún objeto, con la ingenua intención de arrancarle algún recuerdo. Hacía un año que mamá nos había dejado y era ésta la primera vez que entrábamos a la casa sin que nos recibiera con un beso saltarín en las mejillas. En muchas ocasiones me pregunté si en verdad ella había sido feliz...
De pronto, me encontré jugueteando con una vieja cajita de música. Estaba en perfecto estado, lucía tan frágil y sonaba tan armoniosa que ya no pude dejar de prestarle toda mi atención. Advertí también que en un costado, grabadas con delicada precisión, resaltaban las iniciales de mamá junto a otras que no pude reconocer... Creo que me perdí en las elipses trazadas por la hermosa bailarina, que jugaba a ser libre en su cárcel de engranajes.
Mientras mi hermano menor seguía desnudando el armario y engordando los canastos, aproveché para bajar hasta la sala, so pretexto de ir a buscar un par de refrescos. En realidad quería estar sola, o más bien, en compañía exclusiva de la reveladora cajita que había ganado todo mi interés.
Me pareció extraño que mamá nunca me la enseñase, que la hubiera guardado sólo para sí. Íntimamente la reproché por haberme privado de la magia que reporta una cajita musical. Pensé en lo mucho que me hubiese gustado compartir con ella la danza ritual y perfecta de la bailarina con corazón de porcelana y pollerita de micro-tul.
Una vez más le di cuerda porque no quería que dejase de sonar. Deseaba observar cada detalle, cada posición, cada ascensión y cada descanso. Noté que debajo de la plataforma donde la abnegada bailarina repetía sus mecánicas rutinas, se disimulaban dos pequeños cajoncitos.
Con mucho cuidado intenté abrir uno de ellos. No pude, estaba trabado, o quizás pegado. La resistencia me produjo cierto fastidio, no lo niego. Acometí pues contra el otro, y para mi absoluta sorpresa su apertura resultó del todo sencilla. Dentro, había un papel prolijamente doblado hasta su mínima expresión.
Decidí tomarlo y desdoblarlo, lo hice pliegue por pliegue, para luego extenderlo y alisarlo sobre la lustrosa mesa del vacío comedor, la misma que me resultaba tan inmensa, por la ausencia de mamá. De inmediato reconocí su letra, eran sólo tres palabras las escritas sobre el amarillento papel: “No me abras”. Asumí que ella no quería que abriese el cajoncito sellado. Me pareció ingenuo, pero intuí que debía respetar su postrera voluntad.
Luego, subí otra vez a la recámara y vi que Axel luchaba con el último cajón del desmantelado armario, el que en apariencia, y sin propósito alguno, se resistía a la tosca fuerza de mi hermano, tal como lo habían hecho todos los demás. Sin haberlo pensado con antelación, atiné a decirle solamente: No lo abras.
Él, pareció no escucharme y siguió forcejeando contra el enhiesto mueble. Insistí entonces, pero esta vez de un modo más imperativo y más sonoro: ¡Axel, te he dicho que no lo abras! Y luego agregué: Anda, ve tú por unos refrescos...
Antes de bajar, Axel me dio un sobre que había hallado entre tantas otras cosas y que estaba dirigido a mí con expresa confidencialidad.
Contenía una carta. De puño y letra mamá había escrito:
“Querida hija: Gracias por quererme, gracias por recordarme y más gracias por respetarme. Hay cosas que no deben salir de donde están, ni tampoco deben ser expuestas. El corazón de una mujer merece cierta privacidad, tanto como un manto de piedad reclama la conciencia. No obstante, debes saber que todos los cajones de la casa, excepto uno, están vacíos a la vista... pero llenos de recuerdos. En algunos, guardé por años el testimonio de un amor cuyas palabras se quemaron con el último ardor de mi tozudo corazón. En otros, atesoré mis ilusiones de amor prometido y silenciado. Cierra pues la puerta y mira hacia adelante. Debes saber que, a pesar de todo, de a ratos, he sido inmensamente feliz y que ahora, como la bailarina de corazón de porcelana y pollerita de micro-tul, he de dormir en paz, cuando tú apagues la luz y yo ya no escuche el rumor de la cajita...”
-         Hermanita... podrías bajar a ayudarme, hay otro cajón trabado en el modular del living, ¿crees que debamos llamar a alguien que pueda resolverlo? –gritó Axel desde la planta baja.
Yo sólo respondí: No lo abras. ¿Qué más podía decir? 

Ricardo Tejerina / 2009