viernes, 14 de enero de 2011

DISTOPÍA Y FICCIÓN


Ray Bradbury
             La ciencia ficción es un género apasionante. A través de las épocas, extraordinarios autores han meditado sobre el mundo futuro, tratando de adelantarse literariamente a la realidad del presente. Julio Verne es, tal vez, el más típico referente clásico de estas aventuras premonitorias. Sus Veinte mil leguas de viaje submarino, o De la tierra a la luna, entre tantas obras, hablan por sí solas.
Más cerca en el tiempo, encontramos a Ray Bradbury, nacido en Estados Unidos en 1920. Este consagrado escritor americano es el autor de las recordadas Crónicas Marcianas, aquella serie de relatos estupendos que cuentan lo acontecido a partir de una supuesta colonización del planeta rojo por parte de los hombres, abordando la narrativa siempre de una manera melancólica, dándole de tal modo forma a una atmósfera poética romántica en el marco de la más absoluta ciencia ficción.
Las Crónicas Marcianas son relatos tan sensibles como inteligentes. En ellas se entrelazan la mayoría de las sensaciones y las experiencias de la vida cotidiana, pero adquieren una relevancia singular por estar contextualizadas en otro espacio y en otro tiempo. Eso es, en sí, la ciencia ficción, hablar de lo cotidiano, pero situándolo en un lugar insondable y un tiempo difuso. Ergo, el lugar y el momento donde todo puede suceder.
Una de esas crónicas se centra en la desaparición de la tercera expedición de los hombres a Marte. Posiblemente, sea la más dramática y lograda de todas. En ella, Bradbury penetra hasta el punto más íntimo y controversial de la condición humana, esto es la categoría de mortalidad y la pérdida irreparable que supone la muerte de los afectos más queridos. En Mars is Heaven hace que los marcianos se vean exactamente como los familiares muertos de los expedicionarios terrícolas, producto de una compleja apropiación marciana de recuerdos y vivencias; de allí que Marte pareciera el Paraíso, aunque, huelga decir, que devendría mas bien en un infierno.
También es Bradbury el autor de Fahrenheit 451, una novela distópica, en la que el escritor estadounidense vuelve a codearse con sus demonios más recónditos y logra, merced a su genio, salir airoso. La distopía podría definirse como una distorsión de la utopía, es decir, la persecución de un modelo abyecto, contrario a lo que entendemos comúnmente por beneficioso, saludable o con valor moral, incluso.
En Fahrenheit 451el autor nos presenta una sociedad en la que se queman libros (con la connotación ideológica que implica la quema de ejemplares, recordar por caso las prácticas de la Alemania nazi al respecto) so pretexto que la lectura trae aparejadas angustias que le impiden la felicidad a las masas mediatizadas y uniformadas por los electrodomésticos y el consumo. El título de la obra refiere a la temperatura a la que arde el papel expresada en grados Fahrenheit y ha sido motivo de sucesivas réplicas, alusiones y recreaciones, puesto que contiene un extraño magnetismo que lo ha convertido en un símbolo de la literatura moderna de ficción.
 En suma, no podía evitar detenerme aunque más no sea por el tiempo efímero de una huella en Ray Bradbury y designarlo como una de las más valiosas plumas del siglo XX. En español fue prologado por Borges (Crónicas Marcianas, Editorial Minotauro, 1955). Allí, el preclaro escritor argentino se preguntaba: “¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?”. Desde luego que no esperaba una respuesta, él ya sabía, como ahora nosotros, que Bradbury siempre habría de dejarnos un sinnúmero de exquisitos interrogantes.


Ricardo Tejerina / 2010