sábado, 15 de enero de 2011

DANDYS ERAN LOS DE ANTES

Oscar Wilde
              Alguna vez sostuve que hay obras que están destinadas a tomar infinitas formas por su condición de especiales. Esto es, que serán retomadas por distintos artistas y cada uno le imprimirá un nuevo e inesperado giro. Algo de todo ello sucede con al menos un par que le pertenecen al variopinto escritor y gran cuentista irlandés Oscar Wilde (Dublín, 1854 – París, 1900).
            ¿Quién no ha tenido al menos una aproximación a El fantasma de Canterville, o tal vez a El retrato de Dorian Gray? El primero es un relato paródico formidable replicado y resignificado en múltiples ocasiones, tanto que se pueden conseguir neoversiones en tiras de dibujos animados, o escuchar la evocación inmortal “del que pasa a través de la gente y nadie se acuerda de él…”, autoría de Charly García. Por su parte, El retrato de Dorian Gray es su única novela, pero a la vez extraordinaria. Confieso que se extrañan esas historias tan propias del siglo XIX, tanto como estos autores tan emblemáticos, pintorescos y singulares. Quién mejor que Wilde para abordar en un solo pase los conflictos estéticos, sociales y morales característicos de una época, y hacerlo a través de una osada propuesta que, además, y por si fuera poco, resulta francamente entretenida.
            Es muy probable que la personalidad y preferencias de Wilde hubieran merecido largamente los más laxos tiempos modernos que aquellos conservadores y rígidos victorianos, aunque, huelga decir que resultarían bastante paradojales para un romántico como él, puesto que, por cierto, también lo era. Junto con Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Apollinaire han sido adelantados y diferentes, por lo tanto siempre se los ha advertido tan polémicos como conflictivos.
            Wilde responde a la apariencia y a las formas de lo que conocemos como el dandy y ello es más que una postura, es una forma de vida y también una idea sobre el mundo en general y en particular del arte. Quiero hacer notar lo que es la verdadera y valiosa transgresión de estos estupendos artistas, plagada de sutilezas, fina retórica y provocaciones de aguda intelectualidad. Grandísimo contraste con los emergentes mediáticos de la sociedad presente, representados por individuos (con ínfulas de artistas) que lo único que han hecho en sus trayectorias disvaliosas es haber adoptado como banderas a la vacuidad y la estupidez.
            Tempranamente desaparecido a la edad de cuarenta y seis años, Wilde alcanzó, apenas, a pisar el siglo XX. Sin embargo, su obra se ha multiplicado como las flores en los jardines primaverales. Tal vez porque como él mismo escribiera en El ruiseñor y la rosa: “La muerte es un buen precio por una rosa roja”.

Ricardo Tejerina / 2010