miércoles, 12 de enero de 2011

LAS LUNAS DE FEDERICO

Federico García Lorca
Suele suceder que hay autores que trascienden a sus propias obras. Me refiero a aquellos que son omnipresentes y cuyos nombres –por diferentes razones– están arraigados en la cultura popular. De todos modos, bien puede ocurrir que aun siendo así, no sepamos mucho de su trabajo, ni de su vida o, incluso, de su muerte. Aunque, a fe digo, que creemos siempre tener una vaga idea al respecto, alojada en nosotros de manera innata o providencial, vaya a saber uno por qué. Considero que Federico García Lorca (Granada, España – 1898/1936) es, sin lugar a dudas, uno de ellos.
El poeta español, tal vez el más pintoresco y dramático de todos los de su estirpe, ha tenido una vida digna de su singular dramaturgia. En mi opinión, el gran Federico fue un romántico en pleno Siglo XX. La temática recurrente de sus obras así lo atestigua. Me refiero a esa particular inclinación por lo doliente, lo predestinado y lo trágico, todos rasgos inconfundibles de la atmósfera romántica.
Ese mundo lorquiano, tan pródigo en simbolismos, nos remite siempre al merodeo de la muerte, la que muchas veces asoma en su obra bajo la forma de “la luna”. Cabe acotar que Lorca no sólo escribía, sino que también, en tanto artista prolífico y completo, era un aficionado a la música y al dibujo. Allí también, la luna, se torna una referencia ineludible, una compañera discreta, un presagio con el que convivía sin ocultamientos ni secretos.
En tren de confesiones, el célebre autor de piezas excepcionales como: La casa de Bernarda Alba, o Yerma, nunca fue remiso. Abiertamente homosexual, fue un pionero en la defensa de los derechos humanos y civiles, luchando con denuedo en una época homofóbica, de la que aún quedan resabios discriminatorios, producto de modelos culturales y religiosos estigmatizantes de la condición sexual.
Así como Marcel Proust (uno de los más paradigmáticos escritores en lengua francesa – 1871/1922), relata su experiencia de memoria inconsciente, disparada al momento de mojar una magdalena en el té, hecho que lo lleva a revivir puntillosamente la niñez olvidada, en su obra mayúscula: En busca del tiempo perdido; yo, al redactar estas líneas, vuelvo involuntariamente el almanaque hacia atrás y me encuentro en la infancia citadina tratando de memorizar un diálogo de Bodas de Sangre para una dramatización escolar, dándome cuenta de la imposibilidad de comprender –por aquel entonces–, el complejo mundo del apasionado granadino, por completo plagado de emociones, sensaciones y simbología.
Federico García Lorca fue un asiduo visitante de nuestro país, en particular de la ciudad de Buenos Aires, pero su origen español siempre lo retuvo a pesar del agrado que sentía por la Argentina. El fervor patriótico lo encontró tomando partido en la Guerra Civil Española junto al Bando Popular. Fue ejecutado en la madrugada del 19 de agosto de 1936 y su cuerpo arrojado a una fosa común. Sus restos nunca fueron hallados, puesto que fue la luna, silenciosa e imperturbable, la única testigo de tamaño crimen que todavía duele.


Ricardo Tejerina / 2010