viernes, 21 de enero de 2011

PROMETIDO A TI (La rosa de las cuatro estaciones)

Vincent van Gogh

           Sus ojos me miraron como en súplica al tiempo que me sujetaba la mano con las últimas fuerzas antes de la partida. Un escalofrío corrió por mi cuerpo. Con esa sensación, la gélida muerte anunció su incómoda presencia. Por entre mis dedos sentí como se escurría con fatal desenlace la vida que tanto amaba.
¿Por qué debiera morir tan joven? ¿Por qué se iba con la semilla ardiente de la vida futura y plural? ¿Acaso no hay Dios?
Mis lágrimas cayeron sobre su cuerpo inerte, el mismo que hasta ayer fue esbelto y maravilloso, depositario del más grande amor jamás ocurrido.
El corazón detenido dejó suspensiva nuestra comunión de almas. Por unos momentos dejé de sentirla, incluso hasta percibí que su postrero suspiro fue, en sí, el desprendimiento literal del plano físico.
Nos habíamos prometido más allá de la muerte, porque los amores de verdad no son de un tiempo, sino de todos… La imposibilidad de sentirla me atemorizó. No imaginé nunca la vida sin su amor.
Dicen que al morir, las personas pierden veintiocho gramos. Dicen que es el peso del alma…
Con el tiempo he vuelto a percibirla, su presencia angelical es antecedida por un aroma de fragancias celestiales. En tardes soleadas, nuevamente disfrutamos la brisa de verano.
Desde entonces, el viejo rosal del jardín ha dado una sola rosa roja, carmesí, exuberante, plena, fantástica y sensual. No sabría yo si pesa veintiocho gramos, pero sí sé que su alma allí se posa.
Hace diez años que es la rosa de las cuatro estaciones y a la que todas las mañanas le digo con la misma emoción y devoción de entonces: Buenos días amor, sigo prometido a ti, más allá de la muerte.

Ricardo Tejerina / 2008